Un atisbo del paraíso en Tuxpan

Área de conservación natural San Basilio
Por Pedro Paunero

            Al poco de entrar al terreno, me sorprende el sonido de un ave. Un sonido selvático típico pero que suena, a la vez, extrañamente electrónico en medio de la vegetación. De gran envergadura de alas, negro con vistosa cola amarilla, las aves entran y salen de nidos colgantes enormes, de aspecto de bolsas. Hay algo de atávico, prehistórico, en la escena. Alguien señala que parecen pterodáctilos. Lo mismo he pensado yo, pero no me atreví a decirlo. Sonidos “electrónicos” y aves “prehistóricas”. En esa contradicción estamos cuando el viento sopla con un sonido marino sobre la amplia variedad de bambúes, que también chirrían, con un sonido plácido, ondulante, de madera quejándose. Las aves son papanes y anidan en las altas palmeras reales. El bambú negro, elegante en su rigidez, tiene un aspecto de coral. También me atrae el bambú gigante, grueso como patas de elefante. Más adelante está la pequeña cabaña del cuidador. Un hombre diligente que se desvivía por mantener el terreno limpio y que siempre estuvo alerta por los incendios, que muchas veces han arrasado parte de la vegetación, los animales y hasta el cerco vivo. Los culpables son los depredadores del cangrejo quienes, para acceder a su pesca furtiva, queman el monte hasta que afloran las madrigueras. También los globos de Cantoya, que se han puesto de moda en las bodas y fiestas y flotan por varios metros, ascendiendo a merced de las corrientes aéreas. y luego precipitándose a tierra. He sido testigo de un incendio así, aquí mismo, y me sorprendió la viveza del fuego, hipnótico y hermoso en su terrible avance, dijérase vivo, inteligente, y cómo rodea los espejos de agua, consumiendo el pasto, la hierba seca y verde, hasta subir, rápido, voraz y feroz, por el tronco de los árboles bajos y prendiendo en la copa en un soplido veloz. Nos pusimos a apagar el incendio valiéndonos de ramas. Descubrí que no había que azotarlas encima de las llamas, pues eso sólo arroja las chispas a los lados, sino que había que barrerlas hacia los lados, en abanico. Los bomberos llegaron tarde, aunque se empeñaron en hacer lo que pudieron. En aquella ocasión nos quedó una sensación de desolación espiritual, acorde a la desolación del paisaje. Vimos aves rapaces volando la tierra cenicienta, que se nos pegaba al calzado y a los pantalones. Aves que, seguramente, buscaban presas visibles o animales heridos por el fuego en su precipitada e inútil huida.

            Aquello fue hace algún tiempo. El monte lo ha cubierto de verde todo, otra vez. El bosque de encinos tiene, una vez más, ese aspecto prístino. Diríase que podemos encontrar celtas por aquí. Celtas y druidas, esos sacerdotes que adoraban árboles, cortando con una hoz de oro el muérdago, una planta parásita que crece en las ramas de los árboles, alimentándose de la savia, como vampiros vegetales. Arriba identifico precisamente al muérdago. Los druidas lo llamaron “la rama dorada” y el antropólogo Sir James George Frazer le dedicó un libro, tan sesudo como ameno, todo un clásico de la antropología, con ese título.

            A lo largo del sendero voy identificando las especies de orquídeas. La vistosa “Myrmecophila tibicinis” de flores parecidas a mariposas, de color rosa, en cuyos largos seudobulbos (huecos, que algunos indígenas usaban para hacer flautas) anidan hormigas en una asociación simbiótica, de ahí el nombre científico en griego: “Myrmecos” significa hormiga y “philo” que significa amor. Esta especie se extiende en colonias grandes que habitan los árboles y el manglar.

Dejamos la zona de bosque y llegamos a los humedales. En el terreno vemos cuatro de las cinco especies de mangle existentes en México: rojo, negro, blanco y botoncillo, lo que lo convierte, automáticamente, en una zona de altísima importancia ecológica. Mis compañeros biólogos han identificado alrededor de 170 especies de aves (incluyéndolas en la ruta de migración denominada “Río de rapaces” por los ornitólogos) y yo, por lo menos, he identificado una especie de orquídea, la hermosa Chysis bractescens de color blanco, que se encuentra en la lista de las Normas Oficiales Mexicanas (NOM) en carácter de amenazada de desaparición.

Dulce, la propietaria de este paraíso, insiste en las fotos que ha tomado recientemente. Son de una especie de venado. Me comenta que, yendo con su hermano, en una ocasión, lo vieron huir entre la vegetación. El cuidador, una noche, en su cabaña, contó que lo había despertado el ruido de coyotes. Miró por las rendijas de la pared. Estaba rodeado. Aquello me sorprende, me conmueve y me llena de una incierta esperanza. Tengo el deseo de que esos animales sigan viviendo aquí, por muchos años, acaso por siempre. Aves, orquídeas, algunos árboles, han sido ya identificados, falta el trabajo de enlistar la increíble variedad de plantas, hongos, insectos, reptiles y mamíferos. Ha venido un especialista en murciélagos, el doctor Juan Pech, de la Universidad Veracruzana, que ha asesorado tesis de licenciatura que dan cuenta de 10 especies de murciélagos y sus hábitos. En el espejo de agua hay lagartos. La hembra, el macho y las crías. He visto un vídeo que Dulce ha grabado. Una garza nada ahí, muy quitada de la pena, cuando un pequeño lagarto intenta morderla. La garza patalea un poco y sigue nadando.

Más de 20 hectáreas de terreno que Dulce ha conservado por 30 años. Acaso por puro amor a la naturaleza, acaso por la consciencia que tiene, de que esta zona aporta los denominados “servicios ambientales” a Tuxpan: oxígeno, conservación de especies, de animales y plantas en peligro de desaparición y hasta de extinción. Ella quiere compartir este amor y esta paz que me recorre, cuando caminamos juntos, con otras personas. Me consta el arduo trabajo que ha hecho a diario, su empeño, su afán. Todo el dinero invertido. Ahora no sólo darán frutos los árboles, sino su perseverancia. Ha logrado que este bosque, de marcados ecotonos, es decir, en el que se pueden apreciar las fronteras naturales entre pastizal, humedal, manglar y bosque mismo, se declare “Área de conservación”. Será un triunfo para ella. También para Tuxpan, Veracruz, que ahora sabrá de su existencia. Que aquí se puede hacer senderismo, ciclismo, observación de aves y orquídeas, que se darán cursos de conservación, de reciclaje, de compostaje, que se podrá visitar y hacer picnics, paseos en puentes hechos de bambú entre los manglares, que se podrán contar historias y aprender tantas cosas sobre la naturaleza o, en una sola palabra, pasar varias horas en paz, en el “Dolce far niente” que siempre resulta útil cuando se practica en la naturaleza.

Se llama “Área de conservación San Basilio”, en homenaje a uno de los más importantes filósofos, ermitaños, monjes y eruditos que veneran tanto católicos, ortodoxos, coptos y anglicanos como santo. A Basilio el Grande se le adjudica una oración que circuló mucho por las redes sociales y que, según señala Gabriel Zaid en un artículo publicado en “Letras libres” (del 20 de abril, 2015), recuperó Manuel Alcalá, secretario de la Academia Mexicana de la Lengua, al traducirla de la revista francesa “Moreana”.

La oración dice así:  

 “Oh Dios, aumenta en nosotros el sentido de la hermandad con todos los seres vivos: nuestros hermanos los animales, a los que diste la tierra como un hogar común junto con nosotros.

Recordamos con vergüenza que en el pasado hemos ejercido el cruel dominio del hombre a tal grado que la voz de la tierra que debería haber ascendido a ti en un himno te ha llegado como gemido de dolor.

Haz, Señor, que caigamos en la cuenta de que no solo viven para nosotros, sino para ellos mismos y para Ti, y también de que aman la dulzura de la vida.

Amén.”

Zaid comenta, con acierto obvio, que la oración tiene una gran actualidad y no deja de señalar que, Philip Johnson, en el año 2012, refutó el que Basilio el Grande sea, de verdad, su autor. No importa. San Basilio pudo adelantarse a San Francisco de Asís al convertirse en el primer “santo ecologista”, o pudo no serlo, el caso que, realmente, interesa, es que existe esta área de conservación que es un tributo, homenaje, y acción viva a todos aquellos quienes, por años, hemos luchado por la naturaleza pero, sobre todo, a la naturaleza misma.

Gracias al área de conservación San Basilio, Tuxpan tendrá la oportunidad de no perder, para siempre y de manera claramente definitiva, parte de sus riquezas naturales, en estos tiempos que corren de desesperanza debida al cambio climático y el deshielo polar. Tal vez no haya otra oportunidad. Tal vez esta sea la última.

Área de conservación “San Basilio”.

Apertura: Sábado 21 de diciembre, 2019

9:00 hrs.

Tuxpan, Veracruz.

Calle Bagre S/N Ejido la Ceiba

92800 Tuxpan De Rodríguez Cano, Veracruz-Llave.

Teléfono: 783 839 8952

Abierto de 9:00 hrs. a 16:00 hrs.

Más información en su página de Facebook.

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