“Cualquiera que le hubiese visto allí habría tomado a Tarzán por la rencarnación de algún semidios antiguo. Su atlético cuerpo se mecía en actitud de relajado abandono sobre la rama de aquel gigante de la jungla, mientras los rayos del sol ecuatorial se filtraban a través de la verde y tupida fronda para salpicar de brillantes motas de luz la bronceada piel. Tenía inclinada la cabeza en absorta meditación, en tanto devoraba con los grises ojos, inteligentes y soñadores el objeto de su reverencia.
Nadie hubiera supuesto que, en su infancia, aquella criatura se amamantó en los pechos de una espantosa y peluda simia, ni que, desde que sus padres murieron en la cabaña construida en una pequeña cala, al borde de la selva, el muchacho no tuvo ni conoció más compañeros que los torvos machos y las gruñonas hembras de la tribu de Kerchak, el gran mono. Tarzán no recordaba haber tenido otros. (…) Aquel mozo era hijo de una bellísima dama inglesa y su padre fue un aristócrata británico de la más antigua alcurnia.
Para Tarzán de los monos la verdad de su origen resultaba un misterio absoluto. Ignoraba que era John Clayton, lord Greystoke, con escaño en la Cámara de los Lores. No lo sabía pero, de saberlo, tampoco hubiera comprendido lo que representaba”.
Y nosotros entendemos a Tarzán, ha sido uno de nuestros héroes y con él hemos aprendido de la vida y disfrutado con sus aventuras de ficción. Pero ¡Tarzán existió!. Y hoy lo vamos a visitar en Veranos literarios, porque él vive en esa estación, aprovechando que se cumplen cien años de su creación y convertido en un icono popular nacido en la literatura y como penúltimo ser que cumple la tradición milenaria del hombre criado por animales. Todos conocemos su vida, su desventura al quedar huérfano en la selva africana y ser criado por la mona Kala, en una tribu de simios, vivir en la jungla y aprender a convivir con los animales y reflejar una época con todo lo bueno y malo que ella tuviera: finales del siglo XIX comienzos del XX. Lo hemos visto enfrentarse a mil peligros, lo hemos acompañado en sus momentos de reflexión sobre su propia existencia y la de los demás y también lo hemos visto entristecerse y soñar.
Incluso hemos sido testigos de su primer amor. Entonces vimos que era algo insensato y no comprendíamos cómo nuestro héroe y amigo se enamoraba de Teeka, una simia. Pero Edgar Rice Burroughs (Chicago, 1875-California, 1950), su creador literario, nos hizo comprender el porqué de los incipientes, ambiguos y fugaces sentimientos que sintió Tarzán por Teeka. Al comienzo no entendíamos por qué un ser humano como él se enamoraba de un animal y queríamos que Tarzán se diera cuenta de su error y amor imposible cuanto antes. No veíamos esa hora, pero Burroughs nos va contando poco a poco por qué le sucede esto a nuestro héroe, y lo entendemos de la misma manera que sabemos que en cualquier momento él saldrá de su error, como así ocurre tras varias vicisitudes y darse cuenta de las diferencias. Y cuando lo reconoce realiza una escena mítica y característica en su vida y en la nuestra porque alguna vez de niños la intentamos imitar en juegos:
“Tarzán se puso en pie y, erguido en toda su estatura, se golpeó el pecho con los puños. Levantó la cabeza hacia el cielo y abrió la boca. De la profundidad de sus pulmones se elevó el feroz y extraño grito desafiante del mono macho victorioso”.
Tarzán existió. De él empezó a dar cuenta hace un siglo Burroughs cuando publicó en octubre de 1912 su primera historia en All-Storie Magazine, y dos años más tarde aparecería en libro bajo el título de Tarzán de los monos. Así empezó a formar parte de nuestra imaginación, de nuestras vivencias primero como lectores, en revistas y luego en libros (23 secuelas) e historietas en los periódicos y en cómics, y más tarde como espectadores al ser llevado al cine (se cumplen 80 años de la primera película) y a la televisión. Tarzán existió para nosotros como existieron, El conde de Montecristo y Los tres mosqueteros, de Dumas; Robinson Crusoe, de Defoe; El capitán Nemo, de Julio Verne; Sandokán, de Salgari; o Jim Hawkins y Billy Bones de La isla del tesoro, de Stevenson.
Es posible que el nivel literario de Burroughs no sea tan alto como el de los autores mencionados y con aspectos maniqueos y censurables que reflejaban un momento de la historia, pero su capacidad de entretenimiento es casi inigualable. Burroughs es un gran embaucador y ese es el mejor elogio que se le puede hacer a un escritor. Logró que Tarzán penetrara en nuestro imaginario y de allí pasara a la vida real.
Con Tarzán conocimos la selva, las grandes y peligrosas aventuras, siempre bordeando la muerte; a su manera nos enseñó a preguntarnos por el funcionamiento de las cosas o del propio cuerpo humano y de la vida en general; nos transmitió la importancia de la curiosidad frente a todo; con él descubrimos o reforzamos parte de la moral y de la ética, de la amistad, de la lealtad, de la fidelidad, de la solidaridad o de la honestidad; o aprendimos lo que puede ser justo o injusto y a detectar peligros o amenazas y a tener malicia frente a personas o situaciones que nos rodean. Sin olvidar que sus historias incentivan la imaginación de niños y jóvenes y en todos despierta ese punto misterioso que llevamos dentro de querer tener la experiencia de vivir lejos de la civilización, hacer realidad el el mito del buen salvaje en contacto con la naturaleza y sentirnos plenamente y en comunión con ella.
Es el hombre solo en medio de la naturaleza, en su único mundo conocido pero ajeno al que realmente pertenece, descubriendo la vida y a sí mismo. Con él empezamos a comprender o a tener conciencia escrita sobre el miedo, el sentido común, el peligro…
Edgar Rice Burroughs creó una biografía de Tarzán a través de un tropel de aventuras que logran la complicidad de los lectores con un lenguaje tan sencillo como eficaz; su estructura narrativa es clara y directa hasta quedar grabada en la memoria; y, entre lenguaje y aventura, el autor nos lleva por sus párrafos como en una embarcación sobre cualquiera de los rápidos de esos ríos caudalosos de la jungla donde vive Tarzán.
Es la aventura en estado puro. Es el placer puro de la lectura, del viaje de la imaginación y la fantasía en un mundo de riesgos y desafíos. Junto a él están Sheeta, el mono; Tantor, el elefante, Numa, el león, Sabor, la leona; Dango, la hiena; Buto, el rinoceronte; y un sinfín de animales que contribuyen con el objetivo de su creador: entretener, divertir, vivir.
Pero en la selva hay otros seres de la misma especie de Tarzán: los negros de la tribu de Mbonga.
“Los guerreros indígenas trabajaban a la sombra, agobiados por el húmedo y asfixiante calor de la selva virgen. Utilizaban venablos de guerra para remover el negro mantillo y las densas capas de vegetación putrefacta que cubría el suelo. (…) Relucía el sudor sobre la tersa piel de ébano, bajo la que se hinchaban y agitaban los músculos, con toda flexibilidad y saludable perfección propias de la naturaleza no contaminada”.
Con ellos Tarzán mantiene una relación ambivalente. Al igual que con muchas cuestiones a los ojos de hoy. Edgar Rice Burroughs empezó a escribir a los 36 años. Y no fue con Tarzán, lo hizo con una historia de otro planeta: Bajo las lunas de Marte, con el seudónimo de Norman Bean en All Story Weekly. En octubre de ese mismo año de 1912 apareció su primer Tarzán. Con estas historias Burroughs se convertiría en uno de los autores más prolíficos de Estados Unidos, y populares del mundo.
Una página web sobre Tarzán dice sobre su vida literaria actual lo siguiente: «En los años 90, concretamente entre 1992 y 1993, será Malibu Comics quienes publicarán Tarzan y finalmente, a partir de 1995, viene la etapa de Dark Horse que es la que llega hasta nuestros días con variadas colecciones y títulos. En la actualidad Tarzan se publica por Internet a través de United Feature Syndicate, pero curiosamente sólo en la sección en español».
Es el ejemplo de cómo un personaje ficticio de la literatura se convierte en icono universal y entra en la memoria de la gente a través de revistas, libros, cómics, películas y series de televisión. Ahora podemos decir que llevamos cien años colgados del grito de Tarzán. ¿Qué historia recuerdas especialmente de Tarzán?
En abril de 1932 empezó la saga de Tarzán en el cine con Tarzán de los monos, dirigida por W.S. Van Dyke y protagonizada por el nadador Johnny Weissmüller y Maureen O’Sullivanarzán.
* Los extractos los he sacado del libro: Tarzán. Historias de la jungla. 6. Edgar Rice Burroughs. Traducción de María Vidal Campos (Editorial Edhasa)
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