Por: Pedro Paunero
Dijo el gran Jorge Ayala Blanco, respetadísimo historiador y crítico de cine mexicano, quizá el mejor que ha dado el país, que “la labor del crítico de cine no es desmadrar películas sino comprobar que ya estaban desmadradas”; el célebre y ya desaparecido Umberto Eco, semiólogo y autor de dos best sellers de calidad, “El nombre de la rosa” y “El péndulo de Foucault”, que “las redes sociales le dieron derecho de hablar a legiones de idiotas”. En los días de la, aparente, y democrática edad de las redes sociales abundan los opinólogos en detrimento de los críticos, ya sea de cine o del tema que a uno se le ocurra. Los opinólogos, a veces un poco informados, son capaces de blandir una espada virtual con la que amenazan matar a quien “opine” diferente. Que “opine” diferente, que no “critique”, que es distinto. El cuento viene a colación a raíz de la última película de Alfonso Cuarón, “Roma”, cuya trama doy por hecho que ya es conocida como para tratarla aquí, baste decir que su historia, casi inexistente, más bien se sustenta en el puro arte visual. Y es mucho. Y en la cuestión que mantendrá a la industria del cine (me refiero a la de Hollywood que en México hace mucho dejó de haberla) por muchos años ocupada: el futuro de la exhibición, en los cines tradicionales o en plataformas digitales. Cuestión de dinero, de accesibilidad para los usuarios y varias cosas más. Pero sucedió algo de interés, más bien local, entre los tuxpeños espectadores de “Roma”. Hacia el último tramo de la película, la protagonista, en medio de una crisis de divorcio, e ignorante de la que también se trae entre manos Cleo, su empleada doméstica, es decir, un embarazo no planeado, anuncia a sus chavales que van a irse de viaje a Tuxpan. Es decir, la mera huida de la realidad, ni más ni menos. Algún chaval pregunta dónde diablos queda Tuxpan y la madre les informa que en Veracruz, y alguno otro o el mismo, espeta que las playas de Veracruz son horribles. ¿Qué se espera de una persona en trance de divorcio con hijos sino que escape al mar, a la playa o al espacio exterior? Aunque, al final, la dichosa escapada no resulte tan bien que digamos. La cuestión que nos ocupa aquí es otra. No pasaron unas horas sin que algunos veracruzanos y muchos más tuxpeños se indignaran porque el Tuxpan que retrata Cuarón no es el Tuxpan “real”. ¿Por qué tal hiper sensibilidad de piel, tanto prurito, por una escena que, al final, no es sino un fragmento en un gran conjunto? Analicemos esto.
Hubo un tiempo en el que se dirigían versiones más o menos distintas de una película para alcanzar públicos diferentes, en las que no se doblaban los filmes sino que se hacía otra vez. Su ejemplo más conocido es el “Drácula” de Tod Browning y su versión «hispana» dirigida por George Melford (realizador estadounidense, por cierto), ambas rodadas en 1931. La anécdota es célebre: Browning rodaba de día y Melford, como no queriendo la cosa, y mejor dicho, a contra reloj, de noche. La de Browning en inglés y la de Melford en un español chapurreado y pleno de acentos, español, pocho y argentino. Con el tiempo la crítica de cine ha alabado la versión en español como mejor realizada técnicamente, aunque su Drácula carezca del virtuosismo que haría de Bela Lugosi un vampiro icónico.
Pero, ahora resulta, en estos tiempos de blandenguería política, que cualquier escena de una película ofende o se mal interpreta. Bajo este óptica un realizador tendría que hacer tantas versiones como ofendidos pudiera haber, para no ofenderlos, por ejemplo: la versión de Roma con alcachofas y no con cabezas de perro en la pared, para que los animalistas no crean que los perros se ofenden o toda una secuencia (que nada tendría que ver con la trama de la dichosa película) situada en las «hermosas playas» de Tuxpan (que, a decir verdad, son una porquería con esas tres chimeneas de su termoeléctrica, y esas palapas y edificios, construidos sin gusto ni ton ni son) para satisfacer a los provincianos que jamás han salido de los 20 kms cuadrados en los que les tocó nacer y crecer, con una visión de 180 grados de alcance.
En cierta ocasión, de visita en nuestro puerto, proveniente de Barcelona, y después de visitar la, esa sí, hermosa, Costa Brava de Gerona, una amiga y escritora catalana, muy estimada por mí, a quien, mediante amable invitación a una de las dos más hermosas palapas situadas en Tuxpan, me pidió salir a la playa. Caminamos por ahí, charlando de libros propios y ajenos. Todo muy bien, idílico, hasta que tuvo ella la ocurrencia de voltear hacia atrás. No se quedó convertida en estatua de sal, pero casi. “Vaya que tenéis aquí una verdadera playa a lo Mad Max”, me dijo, en alusión a esa película, obra maestra del cine post apocalíptico, al mirar las chimeneas de la contaminante termoeléctrica.
Que algunos (repito ALGUNOS) de mis paisanos de Tuxpan se indignaron porque las escenas que se desarrollan en Tuxpan en la película «Roma» de Cuarón no representan un Tuxpan, Veracruz, real habrá que explicarles que ese es cine, muy detallado en cuanto a recreación histórica, pero no necesariamente real. No se trata de un documental sobre el Tuxpan de aquella época, sino la historia de Cleo, en el seno de una familia de clase media alta de la Cd. de México. Eso. El cine, en totalidad, incluyendo los documentales, no es la «realidad real». Jamás el arte o el cine, han pretendido serlo, a pesar del Cinéma Verité (investiguen qué es eso). No es real ni siquiera la aldea ficticia de los hobbits en «El Señor de los anillos», porque no se pudo extraer de la mente de Tolkien, tal cual él la concibió. La Alemania nazi de las películas no es la Alemania nazi que existió en aquella época. Como tampoco la Grecia y la Roma imperial de hace dos mil o dos mil quinientos años. El cine es cine, no realidad, por muy detallista que sea en cuanto a recreación histórica. Además, el cine es poderoso como propaganda, ya sea ideológica como turística. Antes de «Spectre, James Bond» no había un desfile de Día de Muertos en la Cd. de México. Ahora se hace, a partir de la película y existe, aparte de la belleza turística intrínseca de la ciudad, un desfile que atrae a los turistas, que no sólo quedan embobados con tal parafernalia infantilista sino que recorren la Plaza Tolsá porque ahí se filmó la escena inicial (quizá la mejor de toda la franquicia del agente 007), que culmina en el Zócalo con su persecución aérea en helicóptero mientras ondea la bandera monumental. Los extranjeros visitan la calle en donde se filmó «Spectre», la recorren, la contemplan, la disfrutan. El turismo no se trata de vender la realidad sino el sueño. ¿Acaso no hay un Acapulco real, de pobreza y marginalidad lejos de la zona turística?
Otro dato más: la lacrimógena y clichosa “Coco” de Disney, dio para la creación de una “Ruta de lugares de la película”, que ha incrementado el turismo nacional y extranjero del estado de Michoacán (según los datos, Morelia, Pátzcuaro y Uruapan se incrementó en un 90 %). Las reservaciones crecieron en un 30 % después del año 2017, tras la exhibición de la película, entre estas el famoso pueblo de Paracho, ya célebre por su artesanía de guitarras, instrumento que tan importante es para el dicho filme. ¿Recuerdan “Titanic” de James Cameron, con Leonardo DiCaprio y Kate Winslet en los roles principales? Esta otro dramón espectacular se filmó en los estudios Fox, situados en Rosarito, Baja California. En dicho lugar se sitúan el museo del Titanic, Cinemagic, Cine Fox-JVC, el escenario de X-men: «Xavier, escuela para superdotados» y una exhibición de la saga de películas “El planeta de los simios”. Todo a merced de su majestad Hollywood que tanto ha dado a esa ciudad. Esto podrá ser cuestionable pero nadie puede negar el movimiento de extranjeros en Rosarito, interesados en la atracción del “Titanic”.
Tuxpan todavía (todavía) presenta atardeceres hermosos, aquellos por los que se conoce como «Puerto de los bellos atardeceres», pero ¡por favor! Tuxpan no es bello en su totalidad (ni pretende serlo, según se puede ver, ya que no existe un plan para dignificar su imagen urbana): visiten las colonias pobres, las calles sucias, las zonas marginales y verán la “realidad real”. En Tuxpan hay zonas hermosas que también pueden encontrarse en el más humilde rincón del país o del mundo. Unos metros de belleza natural. Un cielo encapotado. El pecado es el chauvinismo, que implica un oculto complejo de inferioridad. No hay que ser provinciano. La ficción debe ser apreciada cuando es ficción y llorar por la realidad más atroz. Esa realidad tuxpeña. Porque, como en cualquier lugar del mundo, más allá de cualquier película, Tuxpan sufre de violencia, pobreza, falta de empleo, y el largo etcétera que sería cansino y machacón de repetir aquí. La película de Cuarón vale por eso: por ser un retrato, un reflejo, y no la realidad, de lo que pasó y pasa, con miras a lo universal.
Por otro lado, Hollywood es muy poderoso, una gran herramienta de publicidad para los lugares, pueblos, ciudades o países que presenta en sus películas (aunque, como ya lo he dicho, no sean necesariamente reales). «La noche de la iguana» de John Huston, un drama maravilloso dirigido por ese coloso de Hollywood, fue la película que puso en el mapa al ahora tan visitado Puerto Vallarta, antes un pueblito perdido y desconocido. Los restauranteros de toda la ciudad de Tuxpan deberían atender a esto, repito, aunque «Roma» no trate de Tuxpan sino de la historia de Cleo y la familia en la que trabaja. Contando ya con una autopista que une Tuxpan con la Cd. de México y al revés, un sueño que costó décadas en verse concretado, el turismo capitalino (que jamás será un turismo de primer mundo porque la playa de Tuxpan no presenta dichas características) se interesará en visitar el puerto, y la playa, y ese cangrejo gigante que aparece en la película.
A mis paisanos de Tuxpan, Veracruz, en especial a los vecinos de Tampamachoco, les paso el dato: me preguntaron varios amigos nacionales y extranjeros que si el tal cangrejo gigante del restaurante “La villa de Tuxpan”, existe. Sabemos que no -en realidad está en Tabasco, lugar donde se filmó-, pero más vale que se pongan a hacer uno (mejor que el que aparece en la película, con el pretexto trascendental, quizá, de salvar al cangrejo azul, en peligro de extinción y, espero que no, como monumento al “Síndrome del cangrejo”, que tanto daño hace entre paisanos) ¿no? El turismo lo amerita. Y Hollywood es una poderosa fuente de publicidad.
Pedro Paunero