Radiografía de la transfobia en México: “Me enseñaron que ser yo era un motivo de muerte”

Por María Julia CastañedaDarinka Rodríguez/El País

Cuando Irene Valdivia comenzó su transición de género, en Morelia (Michoacán), primero tuvo que soportar las miradas. Luego, los chismes, el rechazo, los insultos, y constantemente, el terror, relata la activista y trabajadora sexual de 26 años. “Cuando por fin concluyó mi transición, en la calle vivía un miedo doble: el que vive cualquier mujer que va sola en la calle y de noche, pero también que se dieran cuenta de que soy trans y me agredieran por eso”, comenta.

México es el segundo país de América, después de Brasil y antes de Estados Unidos, con más crímenes contra personas trans, según ha documentado el Observatorio de Personas Trans Asesinadas. Tan solo el año pasado, el Observatorio Nacional de Crímenes de Odio contra Personas LGBT, registró 81 asesinatos en razón de orientación sexual e identidad de género en el país, de los cuales casi el 50% fueron hacia mujeres trans. Además, el informe Violencia de género con armas de fuego en México señala que cinco de cada 10 fueron ejecutadas a balazos, y el 44% se dedicaba al trabajo sexual.

Aunque Irene reconoce que ese es uno de sus mayores miedos, es más frecuente que la agredan en la calle y en el transporte público que en su trabajo. “No puedo negar que sí he pasado por situaciones de vulnerabilidad, pero nunca he estado en peligro”, dice. Por otro lado, la joven confiesa que decidió dedicarse al trabajo sexual para evitar la discriminación que se vive en otros ambientes laborales. “Es una decisión que tomé y que abrazo”, afirma.

“Las oportunidades laborales no son las mismas cuando eres trans: aunque tenía un currículo que podría comprobar, al momento de llegar a pedir empleo no se concretaba nada”, cuenta. Según un informe de la Comisión Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred), más del 60% de la población trans sufre de discriminación laboral y únicamente 5% ejerce alguna profesión.

“Simplemente queremos existir y ser lo más felices que podamos”

En la ciudad fronteriza de Nuevo Laredo (Tamaulipas), Galo Delgado, una consultora social de 25 años, nació y creció enfrentándose al obstáculo de “no existir”, cuenta. “Desde mi infancia, nunca sentí que podía ser yo y eso me ha costado tomar decisiones de vida basadas en compases morales que prefieren que yo no exista”, comparte la especialista en proyectos de derechos humanos. “Me enseñaron que ser yo era un motivo de muerte, pecado, vergüenza, error de la vida natural. Eso me llevó a condicionar mi vida sexual, mis decisiones de carrera, las amistades que tenía y que, además, todo eso me llevaba a ambientes transfóbicos como inercia”, continúa la joven que se identifica como una persona trans no binaria.

Aunque hace un año se mudó a Ciudad de México, y antes vivió ocho años en Monterrey (Nuevo León), Galo señala que en todos los Estados que donde ha vivido y espacios que ha ocupado existe un patrón en común. “Imaginen, vivir intentando convencer a todos en tu trabajo, en tu casa y en tu escuela, de quien eres, y que todo el tiempo te digan que estás equivocada. Y además, que la que tiene que decidir dejar de sufrir eres tú, aceptando que la mejor manera de sobrellevar tu vida es escondiéndote”, describe. “Sobre todo cuando una no se ve completamente mujer o completamente hombre, los contextos laborales, familiares y académicos exigen la existencia de una identidad absolutamente binaria. Se te exige convencer a todos de ser hombre o ser mujer, se te exige ser algo con lo que la sociedad esté cómoda, no tú”, agrega.

La joven confiesa que lo que más le ha dolido ha sido que invaliden las experiencias que ha vivido de “acoso sexual y discriminación por parte de hombres heterosexuales y homosexuales cisgénero”. “Partiendo de la idea de que yo les estoy provocando o yo, en sí mismo, les estoy dando apertura a experimentar conmigo, a violarme, porque usando la ropa que yo quiera y viviendo mi identidad, yo no me estoy respetando en primer lugar”, comparte la también estudiante de sociología en la UNAM. En la capital, Galo ha iniciado su segunda carrera, la cual ha tenido que poner en pausa durante un semestre para continuar con un proceso de acompañamiento psicológico en su transición.

Por lo que señala que al enterarse hace una semana de la realización de un foro con reconocidas feministas que la comunidad trans ha acusado de transfóbico, no solo la llevó a decepcionarse de la universidad, sino también de dos académicas que eran sus “ejemplos a seguir, al menos en el aspecto académico: Amelia Valcárcel y Marcela Lagarde”, indica. “Es paradójico, porque siempre he considerado mi experiencia como estudiante de Valcárcel como puntos críticos de liberación”, argumenta. “Ella me ayudo a darme cuenta del poder que tenía para autodefinirme y defenderme en sus seminarios impartidos en el Tecnológico de Monterrey durante mi primera licenciatura, y es ahora parte del grupo de personas que preferirían que yo no existiera”, expone.

En un día normal, Laurel Miranda, una periodista trans de 29 años, recibe entre 10 y 15 mensajes de odio. Los recados vienen acompañados con fotos de armas de fuego o, en el peor de los casos, con fotografías explícitas de cadáveres. “Cuando se vive el acoso digital, aunque parezca simplemente eso, cuando lo vives tan constantemente y con cientos de mensajes de ese tipo, es abrumador”, relata.

Laurel ha vivido constantemente en periodos de depresión y ansiedad, que la han llevado a recurrir a ayuda profesional terapéutica, comparte la también activista. “Las personas trans sí tenemos mayores posibilidades de suicidio, pero no es por ser personas trans, sino por las situaciones de violencia y acoso sistemático que vivimos”, dice.

Pese a que en 2018 la Organización Mundial de la Salud (OMS) dejó de considerar la “disforia de género” como una enfermedad mental, un estudio realizado entre 2012 y 2015 en Estados Unidos advirtió de que 41% de los adolescentes transgénero ha intentado suicidarse, por lo que el acompañamiento psicológico es fundamental. Sumado a esto, la expectativa de vida de las personas transgénero en México es de 35 años, de acuerdo con la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Además, las personas trans raramente tienen un acceso adecuado a servicios de salud. En Ciudad de México solo existen dos clínicas especializadas en atender las necesidades de hombres y mujeres trans, con acompañamiento hormonal, psicológico y endocrinológico, una atención necesaria cuando se ha hecho una terapia de reemplazo hormonal.

El primer recuerdo que Josef Flores tiene enfrentándose con un mundo que no le reconoce es de cuando tenía seis años. “Unos niños me molestaban porque cómo una niña jugaba fútbol y me acuerdo que en ese entonces yo bien seguro de mí mismo, les contesté que yo era un niño, pero que el pene no me había creído”, cuenta el psicólogo trans de 37 años. “Sabía desde bien chiquito qué era, pero no había las palabras para expresarlo”, comenta. Además, considera que la representación que existía de las personas trans era sumamente negativa. “La primera representación de un hombre trans que vi en las películas fue la historia de Teena Brandon en la película Boys Don’t Cry, y bueno, me dio terror ser un hombre trans”, confiesa.

El psicoterapeuta y colaborador del refugio LGTB Casa Frida, en la capital del país, advierte de que las consecuencias emocionales de negar la propia identidad son muy graves. “Siempre tenemos que estar en la defensiva y es terrible de siempre estar teniendo que debatir nuestra identidad. Es frustrante que es tratar de convencer a la gente de lo que vives, es real, de que no está tratando de invadir a nadie, tratando de invalidar a nadie, simplemente queremos existir y tratar de ser lo más felices que podamos”, menciona. Por lo que señala que lo más importante de poder ser visible, “es que les niñes, les adolescentes vean que se puede ser una persona trans exitosa, profesionista”. “Que vean que hay toda una gama de vida más allá de las violencias que vivimos”, afirma.

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