Los destrozos del ciclón Idai y sus efectos persisten en la zona centro del país a los 50 días de la devastación
Por: Miquel Alberola/El País
El Aeropuerto Internacional de Beira ha perdido la mayoría de las letras de la fachada que da a las pistas. Solo se puede leer “ONAL B IRA”. Es una metáfora del terioro sufrido por la segunda ciudad de Mozambique. Fue una de las más dañadas el 14 de marzo por el tránsito del ciclón Idai que, con ráfagas de viento de 280 km/h, arrolló la provincia de Sofala, en el centro del país. Más de mes y medio después aún hay demasiadas evidencias de la devastación. Hay cocoteros inclinados y despeinados, y muchos árboles tumbados. Desde la ventanilla del avión también se ven hangares con la cubierta de fibrocemento desgarrada. Apenas hay tráfico en la pista este 30 de abril y la única agitación se debe a la llegada del avión de la Fuerza Aérea Española, en el que viaja la Reina con varios representantes de la Cooperación Española, la ministra de Salud de Mozambique, Nazira Vali Abdula, y un grupo de periodistas.
El ciclón causó 600 muertes, dejó mil heridos y mantiene todavía, según fuentes de la cooperación, a cerca de 100.000 familias en campamentos temporales con niños que no pueden volver a sus escuelas. También ha afectado a las infraestructuras, ha neutralizado servicios básicos y ha creado las condiciones propicias para el cólera y la malaria. Estas adversidades se añaden a los problemas sanitarios propios de un país que ocupa la posición 181 del Índice de Desarrollo Humano de la ONU de un total de 187. «La ciudad se está reponiendo mejor que la zona rural», observa una fuente de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID) .
La acción de la Cooperación Española en Mozambique se remonta a los años ochenta y es un objetivo prioritario. El país tiene un índice de pobreza multidimensional del 53%, una desnutrición crónica en niños de cero a cinco años del 43% y una tasa de alfabetización adulta del 50,6%. Entre 2005 y 2017 la ayuda neta concedida al país ha sido de 400 millones de euros, la mitad de los cuales fueron aportaciones de AECID. Tras la catástrofe, España activó una respuesta humanitaria con envío de material y el despliegue del hospital de campaña START, que se instaló junto al Centro de Salud de Dondo, a unos 30 kilómetros de Beira, hacia donde se dirige la misión española.
La carretera que une Beira con Dondo refleja la dimensión del desastre. El distrito, como buena parte de la zona poblada del país, es un diseminado caótico que incumple todas las reglas del urbanismo. La mayoría de las casas son poco más que chozas levantadas con bloques de hormigón y un techo cubierto por chapa de bidón, uralitas o ramas. El ciclón ha arrasado tejados, chamizos, huertos y árboles. Desde el autobús se ven cubiertas despedazadas, hombres serrando troncos de mangos y sicomoros caídos, asegurando tejados con piedras, cabañas desvencijadas, postes eléctricos abatidos, techos abiertos como una lata de mejillones y profundas expresiones de desesperanza. Ya pasó pero puede volver a suceder, como ahora en el norte, en Cabo Delgado, donde el ciclón Kenneth ya se ha cobrado 41 vidas.
En Mozambique casi todo sucede en las carreteras. La gente camina junto a ellas, espera a que llegue una chapa (furgoneta de transporte apelotonado) o un my love (camioneta a la que hay que tener mucho amor para viajar en ella, de ahí su nombre) para desplazarse a sus destinos. Los mozambiqueños tratan de recuperar la normalidad, exponen junto a la calzada sus productos para la venta en destartaladas carretas y tenderetes de cañizo y ramas. Hay niñas descalzas vendiendo bolsas de anacardos, niños envejecidos apacentando cabras, una competencia feroz de revendedores de tarjetas de telefonía y muchas mujeres con fardos en la cabeza desafiando la ley de la gravedad. Todo pasa por la carretera. También el cólera y la malaria, espoleadas por el ciclón.
“La malaria no se limita al dolor, sino que, como cualquier dolor, es una experiencia mística”, definió Ryszard Kapuscinski. Pero para la mayoría de africanos es una enfermedad que significa muerte. La provincia de Sofala ha registrado más de 14.800 casos desde el 27 de marzo, según Unicef. Antes del paso del ciclón, Mozambique era uno de los 15 países en los que se produce el 80% de las muertes por esta enfermedad en todo el mundo. El Centro de Investigación en Salud de Manhiça, a unos 70 kilómetros de Maputo, lidera un proyecto de ensayos de vacuna contra la malaria que empezó en 1996 a través de AECID. Pero todavía no se han logrado resultados concluyentes.
Su director, Eusébio Macete destaca que España ha estado al lado del proyecto “incluso en los tiempos más difíciles de la crisis financiera”. “Estamos intentando probar cómo eliminar la malaria. El futuro es prometedor si la filantropía en Europa sigue con su modelo de cooperación”. Pero ahora es el presente. Ante la explosión de la enfermedad tras el ciclón solo hay fumigación y redes mosquiteras. Macete apremia a que la cooperación siga haciendo posible la generación de conocimiento porque el resultado de la investigación de una vacuna no es inmediato.
El centro contribuye también con la vigilancia entomológica y dispone de un insectario con larvas capturadas en ríos y charcas como banco de pruebas. “Necesitamos saber si transmiten la malaria o no, qué variedad de mosquito la transmite más y cuánto duran los efectos de los insecticidas”, refiere la entomóloga mozambiqueña Mara Máquina. “La mayor carga de malaria”, explica “está ahora concentrada en el centro del país”. También la epidemióloga catalana Júlia Montaña alerta de que los casos están subiendo en Beira “de una forma extrema”.
Dondo está al norte del río Pungwe y en su distrito viven cerca de 185.000 personas. En los kilómetros previos hay más arboleda devastada y más gente con neveras portátiles, bidones de plástico, cocos amontonados, mujeres golpeando el suelo con azadas y una gran variedad de colores en sus largas faldas para plantar cara a la adversidad. También hay muchas madres con hijos en los brazos que sonríen a pesar de su vulnerabilidad sanitaria.
“En la provincia de Sofala prácticamente el 90% de centros de salud han quedado destruidos”, relata Neus Peracaula, coordinadora del proyecto de formación médica especializada de la Fundación Estatal para la Infancia, Salud y Bienestar Social. “Hay que devolver los servicios sanitarios a la población”, urge. El Centro de Salud de Dondo es uno de los que pocos que ha resistido. El hospital de campaña START está adherido a sus instalaciones. Las lluvias han dejado charcos para los mosquitos y barro para los pacientes. Hay varios niños descalzos esperando la llegada de la Reina. A la sombra de un mango también aguarda un grupo de mujeres para darle la bienvenida con una bulliciosa canción y un baile ritual.
El hospital español, cumplido el plazo de 30 días fijado para la intervención, dejó de estar activo el día 28 de abril. Ahora está en fase de repliegue y algunos de sus materiales no utilizados se donarán al centro de salud y al Ministerio de Sanidad de Mozambique. Según Paco Sigüenza, adjunto al jefe de la misión, “las incidencias derivadas de la emergencia han remitido, incluso el pico de cólera, y no existe ninguna petición por parte de las autoridades mozambiqueñas para permanecer aquí”. Durante este tiempo, los 70 profesionales del hospital han realizado 2.275 asistencias. No han tenido casos significativos de malaria y lo más emotivo para el hospital ha sido ayudar a nacer a 36 bebés en 15 partos y 21 cesáreas.
El cirujano Julián García del Caño, llegó en la segunda rotación desde el Hospital de Xàtiva (Valencia). Toda la vida había querido participar en un proyecto humanitario. “Me decidí sin saber dónde me metía, pero volveré a repetir”. Ha operado hernias, apendicitis y, lo peor, a “muchos quemados” porque se cocina en lámparas de petróleo y con brasas. Siente pena por dejar esta ayuda puntual y no saber qué va a pasar con los pacientes tratados. Sin el hospital, la provincia de Sofala se queda más indefensa ante un desastre cuyas secuelas son más mortíferas que el propio ciclón.