Ganó dos Oscar en los años 60 por ‘¿Quién teme a Virginia Woolf?’ y ‘Una mujer marcada’
Algunos actores adolescentes no llegan a más cuando superan su adolescencia. Otros logran alargar su carrera como intérpretes secundarios. Unos pocos, muy pocos, conservan su estatus de estrella. Y solo una fue leyenda: Elizabeth Taylor, cuya sola mención empuja a los cinéfilos a rememorar el Hollywood clásico, la belleza inmortal, fiestas sin fin, inmensas resacas, múltiples joyas, diamantes gigantes, y, sobre todo, décadas y décadas de clase y talento.
Porque más allá de sus ojos violetas, más allá de sus siete maridos y ocho matrimonios (con Richard Burton repitió), Taylor ha sido una muy buena actriz, que recibió dos Oscar, por Una mujer marcada y ¿Quién teme a Virginia Wolf? Tras siete décadas de carrera y 50 películas, unos se quedarán con su físico, otros con su talento. Para los primeros, Taylor ha fallecido hoy en Los Ángeles, en el hospital Cedars-Sinai, por insuficiencia cardiaca. Su belleza escondía una salud frágil: fue operada en más de 20 ocasiones, era diabética y luchó y derrotó a un tumor. La espalda, las caderas, un cáncer de piel… Nunca perdió su sonrisa. Para los amantes del cine, seguirá en todas y cada una de sus película: desde Mujercitas a Cleopatra, desde La gata sobre el tejado de zinc a Gigante, de El árbol de la vida a De repente, el último verano, de La mujer indomable a Un lugar en el sol.
Taylor nació en Londres el 27 de febrero de 1932, aunque era hija de dos estadounidenses. Su padre, tratante de arte, había abierto una galería en la capital británica; su madre, actriz, se retiró de los escenarios tras su nacimiento. Cuando en 1939 creció el ambiente prebélico en Europa, los Taylor regresaron a EE UU, pero en lugar de a su Misuri oriundo, se asentaron en Los Ángeles. El detalle es fundamental en la vida de la actriz, porque un amigo de la familia advirtió su belleza y decidió presentar una prueba de cámara a Universal. En el estudio la contrataron y así debutó en el cine con There’s one born every minute… antes de que Universal la dejara ir y fichara por MGM.
Metro-Goldwyn-Mayer fue su casa durante años. Primero rodó La cadena invisible (1943) y firmó por un año. Luego hizo dos pequeños personajes antes de que protagonizara Fuego de juventud en 1944 con Mickey Rooney. En MGM le cambiaron las condiciones laborales y su contrato se convirtió en uno de larga duración y la elevaba a la categoría de estrella.
Así rodó y rodó constantemente: El coraje de Lassie, Recursos de mujer, Mujercitas, El padre de la novia, El padre es abuelo… Creció en pantalla delante de todo el mundo, se convirtió en una chica bellísima y siguió trabajando en la década de los cincuenta: Un lugar en el sol («Es la primera vez que me consideré actriz», decía Taylor de un título al que tenía especial cariño porque en su rodaje conoció a uno de sus mejores amigos, Montgomery Clift) , Ivanhoe, Quo vadis, La senda de los elefantes, Beau Brummell y La última vez que vi París, que rodó con 22 años.
En ese momento, ya casada por segunda vez, llega Gigante, con James Dean, que nunca vio finalizada la película, porque murió en un accidente de coche. Son los años de sus grandes títulos y terremotos vitales. Con 23 años se enamoró de Michael Todd, de 47. Décadas después Taylor aún recordaba cómo la conquistó a base de labia y de insistencia, y cómo un día el productor tenía que pagar 240.000 dólares en nóminas, tenía sólo la mitad en el banco y aún así le compró un inmenso anillo de compromiso. Todd solo hizo una película, La vuelta al mundo en 80 días, pensada inicialmente para vender su propio sistema de proyección (Todd-AO), y convertida finalmente en un título emblemático por la cantidad de estrellas. Ganó el Oscar a la mejor película. De camino a Nueva York, donde iba a recoger el premio al Empresario de espectáculos del año concedido por la Asociación Nacional de Propietarios Teatrales, el avión de Todd, bautizado como The lucky Liz, se estrelló en Nuevo México el 22 de marzo de 1958. Taylor estaba rodando La gata sobre el tejado de zinc (su segunda candidatura al Oscar) con Paul Newman, y tenía una niña recién nacida.
La actriz se refugió en el trabajo con De repente, el último verano, y en los brazos del cantante Eddie Fisher, un crooner que estaba casado con Debbie Reynolds, la mejor amiga de Taylor. Esa relación provocó sarpullidos entre los guardianes de la moral hollywoodiense y el enfado eterno de Reynolds. MGM le obligó a cumplir su contrato y con su último drama en el estudio, Una mujer marcada (que encima hablaba de infidelidades), obtuvo su primer Oscar. A aquella ceremonia llegó con una cicatriz en el cuello marcado por una traqueotomía.
El escándalo Fisher y la finalización de su contrato la tuvieron tres años en el dique seco hasta Cleopatra, título mítico por su rodaje larguísimo, por el desmelene de su presupuesto, porque Taylor fue la primera actriz que cobró un millón de dólares y porque en esa película conoció a quien sería su quinto (y también sexto) marido: Richard Burton. Juntos vivieron una relación tormentosa y rodaron once películas: además de Cleopatra, Hotel Internacional, ¿Quién teme a Virginia Wolf? (su segundo Oscar), Castillos en la arena, Doctor Faustus, Los comediantes, La mujer indomable, La mujer maldita, Bajo el bosque lácteo, Pacto con el diablo y Divorce his-divorce hers (para televisión), además de un cameo en Ana de los mil días. Burton nunca creyó en la importancia de su talento para la interpretación, pero sí admiraba el de Taylor: en sus cartas la definía como «probablemente la mejor actriz del mundo», poseedora de una «belleza única y extraordinaria». A ella le regaló diamantes y noches locas y de borracheras inmensas. En 1976 se divorciaron por segunda y definitiva vez.
La carrera de Taylor empezó a declinar justo cuando acentuó sus campañas humanitarias. Multiplicó también sus trabajos en televisión, se implicó en la lucha contra el sida -desde la muerte en 1985 de su amigo, el actor Rock Hudson, estuvo al frente de numerosas campañas de recaudación de fondos contra la enfermedad-, y por eso recibió el título de Dama del Imperio Británico por la Reina de Inglaterra en 2000, el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia en 1992 y Jean Hersholt de la Academia de Hollywood en 1993. Se casó con el senador John Warner (1976-1982) y con el obrero Larry Fortensky (1991-1996). Y sus últimos trabajos fueron realmente extraños: se dobló a sí misma y puso voz a Maggie Simpson en la serie Los Simpson, apareció en Los Picapiedra (1994) y, finalmente, en 2001, trabajo en ‘Esas chicas fabulosas’ para televisión, y en la serie God, the devil and Bob. Amiga íntima de Michael Jackson, asistió a su funeral en su último gran acto público el verano de 2009, escondiendo -siempre coqueta- su silla de ruedas, que usaba obligada por la osteoporosis. Desde hace dos meses estaba internada en el hospital y allí celebró su cumpleaños y vio los Oscar. Hoy su agente ha anunciado su fallecimiento y Hollywood ha sufrido el fin de una era
El Pais
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