Mensaje dominical del Obispo de Tuxpan: Unidos a Cristo podemos dar mucho fruto

 

El evangelio de san Juan propone insistentemente el tema del Amor.  Nos dice. “Permanezcan en mi Amor.  Si cumplen mis mandamientos permanecen en mi Amor, lo mismo que Yo cumplo los mandamientos de mi Padre y permanezco en su Amor” (Jn. 15, 9-10). 

Amar a Dios y permanecer en su Amor es precisamente hacer la voluntad de Dios. Cuando se habla de los “mandamientos” no nos referimos sólo a los 10 normas o criterios de vida, sino a “todo” lo que Dios quiere de nosotros.  Es lo que sucede entre el Padre y el Hijo: Cristo hace lo que el Padre quiere y es así como permanece amando al Padre. 

Por lo tanto, permanecemos en comunión con Cristo si actuamos como él actúa: haciendo lo que Dios quiere de nosotros.  El Amor a Dios consiste fundamentalmente en hacer la voluntad de Dios.

“Les he dicho esto para que mi alegría esté en ustedes y su alegría sea plena” (Jn. 15, 11).   La verdadera felicidad está en permanecer amando a Dios, cumpliendo la voluntad de Dios y no la propia. Así nuestro gozo será “pleno”. 

Las alegrías humanas son pasajeras, efímeras, incompletas, insuficientes.  Y, sin embargo, ¡nos aferramos tanto a ellas!  Si nos convenciéramos realmente de estas palabras del Señor sobre la verdadera alegría, nuestra felicidad comenzaría aquí en la tierra y, además, continuaría para siempre en la otra vida.

También toca San Juan el tema del amor en sus cartas.  Amémonos los unos a los otros, porque el Amor viene de Dios.  Todo el que ama conoce a Dios.  El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es Amor. El Amor consiste en esto: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó primero” (1 Jn.4, 7-8 y 10). 

El Amor viene de Dios.  No podemos amar por nosotros mismos, es Dios quien nos capacita para amar de verdad.  Es Dios Quien ama a través de nosotros.  El que ama de verdad, no con un amor aparente y egoísta, sino con amor generoso busca el bien del ser amado y no el propio; quien ama así lo hace porque de verdad conoce a Dios.

El que ama, pensando en sí mismo, en realidad no ama; y no ama porque no conoce a Dios; se ama más a sí mismo, y busca complacerse de forma egoísta. En esos casos existe un vacío espiritual y un desequilibrio humano y psicológico.

Nadie tiene amor más grande a sus amigos, que el que da la vida por ellos” (Jn. 15, 13).   El verdadero amor, el que viene de Dios, con el que podemos amar como Dios quiere que amemos, puede llevarnos a la entrega generosa de nuestra vida, por amor a Dios y a los demás. De hecho, conocemos a mucha gente que ama así, porque Dios está cerca de ellos y se dejan guiar por él.

 

+ Juan Navarro Castellanos

Obispo de Tuxpan

 

 

UNIDOS A CRISTO PODEMOS DAR MUCHO FRUTO

El Evangelio de hoy nos presenta a Jesús que nos dice «Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer». Cuentan que, en una procesión de Corpus Christi, todo estuvo ben organizado. Monaguillos, incienso, custodia especial para esa ocasión, el párroco al frente de la procesión; mucha gente. Todo maravilloso. Pero de vuelta a la sacristía, el sacerdote se da cuenta que había olvidado poner a Jesús Sacramentado. Estuvo todo, pero faltó lo esencial. Y nadie lo había notado: ¡faltaba Jesús!.

Caminar con Cristo

Por supuesto que este suceso puede ser una buena enseñanza para nosotros. Suele haber muchos pendientes, actividades y detalles en la vida; al grado que corremos el riesgo de olvidarnos de lo que es esencial, podemos olvidarnos de Jesús: «Separados de mí, nada pueden hacer». La imagen de la vid insiste en la relación vital que debe existir entre Cristo y su Iglesia, entre Cristo y sus discípulos. En nuestra vida, debemos cuidar de no dejar de lado lo más importante, dejar a un lado a Jesús. La vid encierra en sí misma un misterio. Es una planta débil, cuyas ramas sirven de poco, pero su fruto da el vino, signo de alegría entre los hombres.

La Viña del Señor

El profeta Isaías toma la viña como imagen del Pueblo de Dios, cuidado con todo esmero por Dios y que en lugar de uvas dio frutos amargos. La viña imagen del Pueblo de Dios, en el AT. Por eso Jesús se aplica a sí mismo la imagen de la vid porque Él mismo es resumen del Pueblo Fiel. Todo el pueblo está en Cristo que es su cabeza y la fuente de su vida.  Cristo es el vino nuevo y Él mismo es la vid, de donde sale ese vino. El Padre es el que cuida la viña, como en el Antiguo Testamento, pero en este caso, la viña es Cristo y el fruto depende de la unión al Señor Resucitado.  Dice el Señor: toda rama que no da fruto, el Padre la corta y toda la que da fruto la limpia para que dé más fruto.

Daremos fruto si estamos unidos a Jesús

Jesús nos lo explica muy claramente: quien permanece en Mí y Yo en él ése da fruto abundante, porque sin Mí nada pueden hacer”. Significa que debemos estar unidos al Señor, como la rama al tallo de la vid. Daremos abundante fruto, permaneciendo en el Señor, o no damos ninguno y se nos cortará y echará al fuego como simples tramas.

El misterio de la vid simboliza la vida en Cristo. Nadie puede dar frutos en el espíritu, los frutos de la vida de Dios, los frutos de la fe y las buenas obras, si no está unido a la vida del Señor, como el sarmiento está unido a la vid. El Señor es terminante: el que no está unido a Él no sólo da poco fruto, no dará ningún fruto.

Unidos al tronco de la vid

Una viña se poda, se limpia. También los que estamos unidos a Cristo tenemos que ser podados, pero esa poda es la mano cariñosa del jardinero, del Padre, que quiere que demos más y mejor fruto. El secreto, entonces, de la vida está en permanecer en Jesús y permanecer como el sarmiento que está unido a la vid, con una permanencia activa. El sarmiento no está simplemente pegado a la vid, sino que la savia de la vid es la que recorre los sarmientos y les da vida. Y así nos pasa a nosotros. Unidos a Cristo, participamos de su savia, de su vida. Aunque tengamos altibajos, si permanecemos con Dios, estamos participando de su vida.

Sin mi nada pueden hacer

El Señor nos dice: Al que no permanece en Mí se le echa fuera, como a la rama, y se seca; luego lo recogen, lo arrojan al fuego y arde”. Palabras fuertes, pero reales, indicativas de qué espera a quienes se separan de Jesús. Son palabras que nos indican una de las opciones que tenemos también para la eternidad: el Infierno. Es una de las citas del mismo Jesús sobre el Infierno, ese lugar de castigo eterno para todo aquél que pretenda vivir separado del tallo divino que es Cristo. Cuando estamos unidos al tronco, El nos comunica su gracia y nos otorga la salvación eterna.

Hacer la voluntad de Dios.

¿Cómo podremos estar unidos a Jesús? San Juan nos explica esto en la Segunda Lectura que escuchamos este domingo: “Quién cumple sus mandamientos permanece en Dios y Dios en él. En esto conocemos que él permanece en nosotros” (Jn. 3, 18-24). Cumplir los mandamientos es hacer la Voluntad de Dios. En esto consiste la unión entre Dios y nosotros: en que busquemos hacer lo que él quiere y no lo que nosotros deseamos.

Y lo que El quiere para nosotros es nuestro máximo bien. Lo que nosotros deseamos para nosotros mismos, no siempre es para nuestro bien. San Juan nos advierte en esta carta de que no podemos amar sólo de palabra, sino de verdad y con obras”. “Obras son amores y no buenas razones”, dice el adagio popular. Y ¿cuáles son las obras?

Orar y vigilar.

Si queremos dar fruto necesitamos permanecer unidos al Señor, unidos a él y a su palabra, para que esa palabra y el mismo Jesús se manifiesten en nosotros. Si escuchamos la Palabra de Dios, esa Palabra nos va purificando y nos aleja de todo lo que se opone al Evangelio y al proyecto de Dios. Ahora bien, si sabemos renunciar a lo superfluo y a todo lo que se opone al plan de Dios, hacemos esa poda que se necesita para que demos más fruto.

Para ser discípulo de Jesús, no basta estar informado sobre él, hay que «permanecer» unidos a él, en unión recíproca, en el conocimiento y el amor, a semejanza de la unión que existe entre el Padre y el Hijo. Orar es necesario, muy necesario. La oración nos lleva a conformar cada vez más nuestra voluntad con la de Dios, hasta que llegue un momento en que no haya separación entre la Voluntad Divina y la nuestra, porque conformamos nuestra voluntad a la de Dios.

Dar buenos frutos al estilo de Jesús.

Jesús nos dice que no busquemos ser servidos sino servir, que sepamos lavar los pies a los demás. El Espíritu de Jesús es compadecerse siempre, sentirse afectado por las necesidades de otro, y ponerse a disposición para curar, aliviar, lo que haga falta.  Tener espíritu de servicio y compasión con la gente, entrega personal para humanizar, es actuar como Jesús. Si vivimos ese espíritu y esa mística, estamos insertados en él, somos sarmientos vivos.

La Palabra de Jesús, la relación cercana y personal con él limpia y libera; ayuda a superar, aceptar, disfrutar… lo que se nos presente en la vida y a dar frutos concretos de justicia, solidaridad, amor… Tengamos en cuenta que vid y sarmientos forman un todo. Es una unión íntima y total. Los sarmientos necesitan recibir la Savia, el Espíritu, la Vida, de la Vid. Por otra parte, la auténtica vitalidad cristiana se muestra en la “permanencia” en Jesús y en su Palabra, para poder dar fruto, para tener y comunicar vida.

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