Este episodio de la curación de un ciego sucedió cuando Jesús está subiendo a Jerusalén, cerca de la fiesta de la Pascua. Jesús había anunciado a sus discípulos su próxima pasión, y ellos no entendieron, no eran capaces de “comprender” lo que Jesús quería decirles. Y en ese contexto, tiene lugar esta curación del ciego de Jericó. El evangelio presenta la impactante figura de este ciego llamado Bartimeo, que pedía limosna y llamó desde una considerable distancia, pidiendo la ayuda de Jesús. ¿Cómo sucedieron los hechos?
Bartimeo, al oír a la multitud que seguía al Señor, preguntó por qué tanto alboroto. Escuchó ruidos desconocidos a una hora desacostumbrada. Eran voces de una muchedumbre diferente. Le informaron que se trataba de Jesús de Nazaret. Al oír ese nombre se entusiasmó y su corazón se llenó de fe. Jesús era la gran oportunidad de su vida. Su fe se hizo oración y petición; comenzó a gritar, con constancia, llamando al Señor. Sin preocuparse de la opinión de los que los rodeaban, pidió a Jesús que tuviera compasión de él.
Para preparar esta escena, escuchamos en la primera lectura el mensaje de consuelo a los pobres y débiles dispersados del pueblo de Israel, anunciándoles el retorno feliz a casa. El ciego, por su parte, es símbolo de los sufrientes del mundo entero y de todos los tiempos; de tantas y tantas víctimas, perdedores, débiles, de todos aquellos que de una u otra forma sufren y esperan. En el fondo, podemos decir que es símbolo de la humanidad entera, siempre débil, siempre necesitada. Hay una doble manifestación de la debilidad humana:
= Una es la limitación, la enfermedad, la muerte. Todos experimentamos esta debilidad, que una y otra vez va apareciendo en nuestras vidas, a pesar de los esfuerzos por superar las limitaciones, de vencer el dolor y la muerte.
= Otra es el pecado: las decisiones injustas, las agresiones, cerrarse a la realidad de los demás, y aún de nosotros mismos, la incapacidad de acoger, de servir y de amar. El pecado es más que simple debilidad, es orgullo y prepotencia, es incapacidad de aceptar la debilidad propia y la de los demás, es resolución equivocada y mala casi siempre, de las propias limitaciones a base de dominio o violencia, de egoísmo y soberbia.
Señor, que pueda ver
El pasaje evangélico manifiesta un gran deseo del ciego y una petición: Maestro, que pueda ver. Con este grito Bartimeo es símbolo y modelo de la humanidad, no sólo débil y limitada, si no que con gran humildad y madurez reconoce su limitación. Como seres humanos todos somos débiles y necesitados; es importante reconocer esa debilidad y tener la voluntad y la decisión de buscar la salida.
Esta es una característica que distinguen a las personas valiosas. Débiles, limitados y pecadores los somos todos; personas valiosas son las que saben reconocer sus limitaciones, errores y pecados… A partir de ese reconocimiento humilde y sincero, se levantan para crecer y superarse.
Vete en paz, tu fe te ha salvado
El resumen de la escena se centra en este momento: Jesús devuelve la vista a Bartimeo y éste lo sigue y se convierte en su discípulo. Este milagro tiene muchos aspectos que hay que entender. Lo más importante no es que aquel ciego recobre la vista y se le abran los ojos; es Jesús quien le abre los ojos y lo hace ver con los ojos del cuerpo y con los del alma.
Jesús es la luz del mundo y en el encuentro con él aquel ciego descubrió no sólo el mundo que lo rodeaba, sino sobre todo el amor generoso que Jesús le ofreció, el perdón y su entrega total para que podamos tener vida y salvación.
Con este milagro Jesús hace que aquel hombre vea y que vea muy claro, que entienda y viva la importancia del amor, del perdón, de la confianza en Dios, de la entrega generosa y del sentido de la muerte y la resurrección de Jesús, que le dice vete, tu fe te ha salvado.
Tiró el manto… y se fue con Jesús.
Qué diferencia con el Joven rico que pidió a Jesús la vida eterna, como recordamos hace pocos domingos; Jesús lo invitó a dejar todo y a seguirlo; pero no aceptó, porque se sentía seguro con su dinero y le faltó generosidad. Bartimeo, en cambio, es un verdadero discípulo. Lo que lo hace diferente y lo califica es que, además del deseo de ver y vivir, supo abandonar su mundo y aceptar el de Jesús; tal vez es lo que quiere decir una expresión muy interesante que aparece en el evangelio: Tiró su manto; de un salto se puso de pie y se acercó a Jesús.
¡Animo! levántate, porque él te llama
Bartimeo, aquel ciego del evangelio, no sólo era débil e indigente, era un marginado y un excluido, necesitaba de los demás para alcanzar una vida social a medias. A su alrededor había dos tipos de personas. Unas le impedían acercarse a Jesús, e inclusive le decían que se callara. Otros en cambio lo animaban y hasta lo acercaron a Jesús.
De alguna manera todos somos a la vez Bartimeo y los que estaban a su lado. Nosotros –miembros de la Iglesia- tenemos una gran tarea, una importante misión. Con nuestras palabras y con la vida podemos acompañar a los demás siendo luz que los acerca a Jesús, o podemos ser un obstáculo para que puedan encontrarlo en su camino. Probablemente no existe una tercera vía como posibilidad, porque no podemos permanecer al margen de la historia y ser totalmente neutrales. En realidad el cristiano que no evangeliza escandaliza.
Y ¿Nosotros cómo estamos?
Como Bartimeo, el ciego de Jericó, nosotros también somos ciegos a la vera del camino. Tampoco nosotros vemos con claridad. Pero Jesús pasa también cerca de nosotros y nos invita a que lo sigamos. San Agustín comenta que también nosotros tenemos cerrado el corazón y Jesús pasa cerca para que le hablemos y le pidamos que nos conceda ver con claridad y entender con sabiduría
Necesitamos que el Señor nos dé nuevamente la vista, que nos ayude a tener más fe. La fe y la tenacidad del ciego de Jericó nos enseñan a nosotros la manera de pedir en nuestras oraciones al Señor. Señor, haz que podamos ver con los ojos de la fe. Jesús escuchó a aquel ciego desde el principio, pero lo dejó insistir en su petición. Dejó que el ciego perseverara en su petición y demostrara su fe. Dejó también que enfrentara las dificultades de su ambiente.
La situación se repite todos los días. El medio ambiente, la opinión pública, la televisión y tantas cosas parece que trataran de acallar nuestras manifestaciones de fe y nuestra posibilidad de acercarnos a Jesús. Por algo el Papa nos invita de muchas formas a avivar la fe, a hacerla crecer a valorarla y a expresarla, a celebrarla y a vivirla todos los días
Acudamos nosotros también, en forma confiada, al Señor, convencidos de que si pedimos con fe lo que es conveniente para nosotros, Jesús nos lo concederá. Por eso digamos a Jesús: “Gracias Señor por la fe que nos has dado, y que no la perdamos jamás. Señor, creemos en Ti, pero aumenta nuestra fe”