El tiempo de Navidad está adornado con gran cantidad de símbolos, que han pasado a formar parte de nuestra cultura. Cada uno de esos elementos es portador de un significado profundo, que nos invita a descubrirlo para vivir a fondo este tiempo de salvación
La Navidad es ante todo tiempo de alegría. La gente sonríe con más facilidad. Da gusto ir caminando por las calles y poder contemplar el gran movimiento que se genera en este tiempo: regalos, anuncios, felicitaciones, música y cantos propios; luces, estrellas, nacimientos y árboles de Navidad.
Todos tienen motivos para sentirse más hermanos, para reunirse en familia, para compartir y convivir. Estos símbolos que ambientan los diversos espacios en templos, hogares, calles y aún en centros comerciales, tienen un significado profundo que hay que saber descubrir. Muchos tal vez no lo perciben o lo desconocen; para ellos la Navidad es sólo adornos, ruido y nada más.
Los nacimientos, el árbol, las luces nos recuerdan que el Salvador vino a nosotros, se hizo uno de nosotros para ayudarnos a recuperar el significado profundo de nuestras vidas.
El cristianismo aprovechó los elementos de cultura y religiosidad para anunciar más fácilmente el mensaje cristiano. El “sol” que nace es Cristo, y con Él la luz que ilumina nuestras vidas en el camino a la salvación. Este mismo significado de la luz lo tienen las innumerables velas y luces que bellamente adornan el entorno navideño.
Claro que la navidad es tiempo propicio para el descanso, para compartir y disfrutar en compañía de los seres queridos una cena especial y compartir algún regalo. Como creyentes no hemos de ser ni materialistas ni maniqueos, ya que Cristo vino a redimir al ser humano completo, cuerpo y alma.
Todos esto que rodea la Navidad es bueno y legítimo, pero la navidad no puede reducirse a eso solamente. Hay ese enorme cúmulo de felicidad en el tiempo de navidad, porque Jesús vino a salvarnos y ese acontecimiento es la fuente y razón de estas celebraciones.
Dios nos conceda que esta Navidad sea diferente a las demás. Que, al contemplar el árbol, las luces, el nacimiento no nos quedemos con la simple visión de una bonita decoración, sino que penetremos en el rico significado que estos signos nos ofrecen: Jesucristo nace para darnos la verdadera paz, para darnos luz y felicidad, para darnos vida eterna.
Juan Navarro Castellanos
Obispo de Tuxpan
San José un hombre justo
Estando ya muy cerca la Navidad, Las Lecturas de este último Domingo de adviento, nos invitan a considerar la venida del Salvador, que nació en Belén. La liturgia nos invita a contemplar, desde la escucha de la Palabra de Dios, a los protagonistas de la Navidad. El personaje principal de este 4º. Domingo de Adviento es José, el esposo de María, aunque es importante la palabra del profeta Isaías, también la palabra y la acción de Juan Bautista y por supuesto la de la Virgen María
Síntesis de las lecturas
Como el Rey Acaz no quiso pedir una señal para saber los deseos de Yavé; en esta coyuntura política, el Profeta Isaías anuncia que Dios sí dará una señal: la venida del Mesías prometido desde los primeros tiempos, ya se percibe en el Génesis.“El Señor mismo les dará una señal: He aquí que la Virgen concebirá y dará a luz a un hijo y le pondrán el nombre de Emmanuel, que significa Dios-con-nosotros”.
Esa señal sucederá 700 años después del Rey Acaz y del Profeta Isaías. En el Evangelio de hoy (Mt. 1, 18-24), san Mateo confirma esta importante profecía de Isaías, acerca de la concepción y el nacimiento del Mesías, al narrar cómo sucedió la venida de Jesucristo al mundo, y concluyendo que todo esto sucedió así precisamente “para que se cumpliera lo que había dicho el Señor por boca del Profeta Isaías”.
En general las Lecturas de hoy nos hacen ver la procedencia humana y la procedencia divina del Salvador. Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre. Así nos lo indica San Pablo en la Segunda Lectura (Rom. 1, 1-7):“Jesucristo nació, en cuanto a su condición de hombre, del linaje de David, y en cuanto a su condición de espíritu santificador, se manifestó con todo su poder como Hijo de Dios, a partir de su resurrección de entre los muertos”.
El misterio de la encarnación
Esta cita de San Pablo nos recuerda cómo se realiza el misterio de la salvación. Con la Encarnación del Hijo de Dios en la Virgen, anunciada por Isaías, con su nacimiento en Belén, con su Vida, Pasión, y Muerte, culminando en su Resurrección gloriosa, se realiza el misterio de la salvación del género humano. Y punto focal de ese ciclo de nuestra redención es precisamente la Natividad del Hijo de Dios que se había encarnado en el seno de María Virgen.
Todo un Dios se rebaja de su condición divina -sin perderla- para hacerse uno como nosotros y rescatarnos de la situación en que nos encontrábamos a raíz del pecado de nuestros primeros progenitores. El viene a pagar nuestro rescate, y paga un altísimo precio: su propia vida. Pero para poder dar su vida por nosotros, lo primero que hace es venir a habitar en medio de nosotros, al nacer en Belén.
Las dudas y la cruz de José
María está encinta y José no se lo explica. ¿Cómo es posible entenderlo humanamente? ¿Por qué no le da su esposa una explicación? ¿No le había dicho a José que quería permanecer virgen por amor a Dios? María, la muchacha más hermosa, la más leal, la más sincera… ¿qué ha ocurrido? ¡Cómo debió sufrir, José, durante estos días de desconcierto! Y lo peor es que iba a tener que abandonar a la persona que más amaba en esta tierra. En ocasiones la duda es una piedra demasiado pesada
Esta fue la cruz de José, la prueba que Dios le puso antes de encomendarle la gran misión: ser el esposo de María, la Madre de Dios; ser el jefe de la Sagrada Familia. Tal vez podemos decirle Jesús ante nuestras dificultades, dudas y problemas: también yo sufro dificultades, reveses, tentaciones. Son pequeñas pruebas, pequeñas cruces comparadas con la que tuvo que sufrir San José. Pero entendamos, a la luz de la fe y de el hermoso testimonio de san José, que esas pruebas son grandes oportunidades para mostrar el amor que tenemos a Dios y a su proyecto de salvación, y para que el Señor nos pueda confiar cosas más grandes. José, no buscó la solución más fácil, sino la más justa, aunque le costaba terriblemente ponerla en práctica. Ayúdanos a tener siempre esa fortaleza. Que sepamos sufrir, que aguante la dificultad, que tenga el aplomo necesario para que Dios se pueda apoyar en nosotros y nos pueda confiar lo que quiera.
San José, un hombre justo
José era efectivamente un hombre común y corriente, en el que Dios se confió para obrar cosas grandes. Supo vivir, tal y como el Señor quería, todos y cada uno de los acontecimientos que compusieron su vida. Por eso, la Escritura alaba a José, afirmando que era justo. Y, en el lenguaje hebreo, justo quiere decir piadoso, servidor irreprochable frente a Dios, cumplidor de la voluntad divina; otras veces significa bueno y caritativo con el prójimo. En una palabra, el justo es el que ama a Dios y demuestra ese amor, cumpliendo sus mandamientos y orientando toda su vida en servicio de sus hermanos, los demás hombres.
Jesús, hoy quiere que aprendamos de su padre en la tierra, que sigamos el ejemplo de José. Quiere que aprendamos de su vida corriente en apariencia, pero llena de sentido por la misión que tenía de cuidarlo. Quiere que nosotros también seamos, en medio de nuestra vida de trabajo, piadosos, servidores irreprochables de Dios, cumplidores de la voluntad divina.
Por eso quiere Jesús que nos encomendemos a San José, como hizo santa Teresa: Tomé por abogado y señor al glorioso San José, y encomiéndeme mucho a él. ( … ) No me acuerdo hasta ahora haberle suplicado cosa que la haya dejado de hacer. José es nuestro padre y señor, es nuestro maestro. El ha sabido como nadie trabajar en presencia de Dios, con justicia, con seriedad, y hasta con profesionalidad; o ¿acaso ser esposo y padre no es una de las profesiones más importantes?.
José aprendió a amar a Dios cumpliendo sus mandamientos y orientando toda tu vida en servicio de tus hermanos. José obedeció siempre y buscó por sobre todas las cosas, hacer siempre la voluntad de Dios: José hizo como el ángel del Señor le había mandado. Ayúdanos José a comportarnos así en mis circunstancias concretas, cada día.
El que viene es Emmanuel
Estamos terminando en Adviento, este hermoso tiempo de esperanza. Y la esperanza es un niño que va a nacer y que algo, desde muy dentro de nosotros, nos dice que es “Dios-con-nosotros”. Gracias a él podemos seguir mirando al futuro con esperanza y ver en cada hombre y mujer la presencia del amor de Dios, la dignidad inmensa que nos da el ser fruto de su amor. Esa esperanza se constituye en el mejor motor para empujar nuestros deseos de construir un mundo más hermano y más justo, un mundo donde nadie se sienta excluido por ninguna razón.
Esa esperanza la tenemos que cuidar como se cuida y atiende a un niño recién nacido. Es frágil y liviana. Está en nuestras manos. No podemos dejar que se caiga. Hay que alimentarla para que crezca y llegue a todos los hombres y mujeres de nuestro mundo. Para que los rostros contraídos por el dolor y el sufrimiento de cualquier tipo conozcan la sonrisa que provoca el amanecer. El Adviento es mucho más que preparar la celebración de la misa de gallo o la Cena de Navidad. El Adviento toca lo más central de nuestra fe y hace que arraigue en nosotros la esperanza y que, como José, hagamos todo lo que nos mande el ángel para prepararle una casa digna –un mundo más justo– al Emmanuel.