López Obrador y el 68

 


 

Jaime Sánchez Susarrey

Desde hace 43 años la consigna es la misma: ¡2 de octubre, no se olvida! Y en efecto, cada año la corean jóvenes, muy jóvenes, que no estuvieron allí e ignoran muchas cosas, muchas más de las que se imaginan.

 

Para empezar el número real de víctimas. Inmediatamente después de la represión se mencionaron diversas cifras, desde 300 a 500 muertos. El relato de la periodista italiana Oriana Fallaci le dio la vuelta al mundo.

 

Treinta y tantos años después, Pablo Gómez, siendo diputado, encabezó una comisión parlamentaria. Las investigaciones más serias consignaron 34 nombres y 10 víctimas no identificadas. Luis González de Alba ha insistido en el hecho de que no pudieron ser más, porque un desaparecido o un muerto siempre deja huellas (el hermano, la mamá o el primo que lo recuerda).

 

En protesta por la represión en Tlatelolco, Octavio Paz renunció a la embajada en la India, publicó Posdata y se hizo cargo de la revista Plural del diario Excélsior, que dirigía Julio Scherer. Desde ahí emprendió una crítica del régimen priista y, frente a la izquierda que postulaba la revolución socialista, levantó la propuesta de la reforma democrática.

 

El 2 de octubre de 1968 AMLO tenía 14 años y vivía en Villahermosa, Tabasco. Tres años más tarde, el 10 de junio (jueves de Corpus), un grupo paramilitar (Los Halcones) atacó con barras, palos y tiros otra manifestación de estudiantes por el Casco de Santo Tomás. El presidente Luis Echeverría se comprometió a esclarecer los hechos y detener a los culpables, cosa que jamás ocurrió.

 

Fernando Benítez, connotado intelectual de la época, proclamó que la ultraderecha conspiraba contra el gobierno y que el dilema era: Echeverría o el fascismo. En la misma frecuencia, Carlos Fuentes aceptó la embajada de México en Francia.

 

Por esas mismas fechas, Porfirio Muñoz Ledo fungía como subsecretario de la Presidencia (1971-1972), luego como secretario de Trabajo (1972-1975) de Luis Echeverría y, posteriormente, asumió la dirigencia del PRI durante la campaña de López Portillo a la Presidencia de la República.

 

Muñoz Ledo fue el encargado de oficiar como orador del PRI en varias ceremonias en 1969 sin jamás hacer alusión a las víctimas de Tlatelolco. Guardó el mismo silencio y compostura frente a la represión del jueves de Corpus.

 

El 8 de julio de 1976 se registró una rebelión en la cooperativa propietaria de Excélsior contra Julio Scherer. El golpe, orquestado desde el gobierno de la República, culminó con la destitución de Scherer. No hubo misterio alguno. La línea crítica del diario había irritado a Luis Echeverría.

 

Fue, así, como nacieron Proceso (1976) y Vuelta (1976), fundada y dirigida por Octavio Paz. No sobra recordar que Carlos Fuentes no renunció a la embajada en Francia por ese atentado contra la libertad de expresión ni Muñoz Ledo perdió su «institucionalidad».

 

A principios de los años setenta, la UNAM era un hervidero de posiciones y corrientes políticas. En la Facultad de Economía se estudiaba El Capital, de Marx, y el debate entre maoístas, comunistas (PCM), trotskistas y leninistas estaba a la orden del día.

 

El otro gran debate se daba entre las corrientes más radicales (Lucio Cabañas en la sierra de Guerrero y la Liga Comunista 23 de septiembre en las ciudades), fortalecidas después de la represión del 68, que sostenían que no había más alternativa que la lucha armada.

 

La gran coincidencia entre todas esas organizaciones era que la lucha política y militar debía darse simultáneamente y que la organización del Partido de Vanguardia y del Ejército Revolucionario debía operarse al mismo tiempo.

 

Frente a esa tesis surgió una visión alterna, representada entre otras por la Liga Obrera Comunista, que sostenía que la prioridad debía fijarse en la construcción del partido, mediante la unificación de las diferentes corrientes revolucionarias, para pasar después a la lucha armada y construcción del Ejército Revolucionario.

 

La exitosa represión de los movimientos armados, durante el sexenio de Luis Echeverría, y la reforma política impulsada por López Portillo y Reyes Heroles en 1977, que culminó con la legalización del Partido Comunista Mexicano, terminaron por abatir las diferencias. La lucha electoral se puso en el centro de la agenda de las izquierdas.

 

En los años setenta, AMLO estudiaba en la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM, pero era completamente ajeno a las discusiones de la izquierda. No sólo por su temperamento y limitaciones (no es un hombre de conceptos ni de teorías), sino porque sus simpatías y filiaciones políticas estaban con el PRI. En 1976 participó en la campaña de Carlos Pellicer para el Senado de la República; seis años más tarde fue nombrado director del CEPES del PRI en Tabasco y en 1983 asumió la presidencia de ese partido.

 

No deja de ser grotesco que ese mismo personaje haya rendido el martes pasado homenaje a las víctimas del 68, reivindicado la lucha de los jóvenes y definido como idénticos a Díaz Ordaz y Peña Nieto.

 

El problema está en que Peña Nieto tenía 2 años en 1968, 5 años el jueves de Corpus de 1971, 10 años cuando el golpe contra Excélsior y 17 años cuando López Obrador le compuso un himno al PRI y era el flamante presidente de ese partido en Tabasco.

 

El problema está en que López Obrador jamás dudó entrar al PRI después del 68, del jueves de Corpus y del ataque contra Excélsior. El problema está en que no renunció al PRI sino hasta 1988, después que se le negó la candidatura a la presidencia municipal de Macuspana, Tabasco.

 

¿2 de octubre, no se olvida? Y sí, no hay que olvidar quién era quién y dónde andaba.

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