Cientos de miles de personas acuden al Mall para sumarse al homenaje de la soberana
Gran Bretaña se ha dado un inmenso, inacabable, probablemente excesivo baño de patriotismo en lo que empezó como homenaje a los 60 años de reinado de Isabel II y ha acabado siendo un atracón de union jacks y una incesante interpretación del Dios Salve a la Reina. Cientos de miles de personas han acudido esta tarde a las puertas del palacio de Buckingham y han abarrotado el célebre Mall para sumarse al homenaje a su soberana y contemplar en vivo, o al menos adivinar desde la lejanía, la tradicional aparición de la reina y el resto de la familia real en el balcón principal de palacio. Un rito reservado para las grandes ocasiones.
Para los monárquicos, las celebraciones han sido un éxito sin precedentes que ha dejado pequeños los festejos de 1977 y de 2002, cuando se cumplieron 25 y 50 años del reinado de Isabel II. Para los políticos ha supuesto una pausa en la realidad de la vida cotidiana de un país que ha vuelto a la recesión, como muchos otros en Europa. Para los organizadores olímpicos, cuatro días agridulces: dulces porque demuestran la capacidad de Londres de transformarse en escenario fotogénico como pocas ciudades en el mundo y agrios por el temor a que el entusiasmo popular haya dejado el listón muy alto.
Para los espectadores neutrales han acabado siendo cuatro días larguísimos que les han dejado la vista reducida a tres colores, el azul, blanco y rojo de la enseña británica, y los oídos incapaces de reconocer más sonido que las notas del Dios Salve a la Reina y adjetivos como “grandioso”, “maravilloso”, “increíble”, “mágico”, “espléndido”, “emocionante”, “inolvidable”, referido a cualquiera de los acontecimientos de estos días, lo mismo la cabalgata naval del domingo en el Támesis que el concierto del lunes por la noche frente al palacio de Buckingham o el servicio religioso de acción de gracias en la catedral de San Pablo.
Sostenía hoy el corresponsal real de la BBC, Nicholas Witchell, que para Isabel II ese servicio ha sido el momento cumbre de estos cuatro días de festejos. Al menos, sí es cierto que la reina ha recuperado ahí la sonrisa que había perdido los dos día anteriores. Aterida de frío, la soberana no pareció disfrutar la cabalgata naval del Támesis tanto como el resto del país, probablemente porque más de cuatro horas en medio del Támesis en un día casi de invierno a pesar de ser junio no era lo que más adecuado para una mujer de 86 años por muy buena que sea su salud.
La reina sonrió poco el lunes por la noche durante el concierto en su honor, preocupada quizás porque horas antes habían ingresado en un hospital a su marido, el duque de Edimburgo, aquejado de una infección de vejiga.
Hoy, con un programa más ajustado a sus actividades habituales, con una temperatura más agradable y sin apenas lluvia a pesar de los pronósticos agoreros, Isabel II parecía más relajada cuando poco antes de las tres y media, hora de Londres, apareció en el balcón de palacio junto al núcleo duro de la familia real: el príncipe de Gales y su esposa, la duquesa de Cornualles; los duques de Cambridge; y el príncipe Enrique. Solo faltaba su esposo, el duque de Edimburgo, que probablemente estuvo siguiendo los festejos desde el hospital Eduardo VII, en Londres.
Antes del tradicional saludo desde el balcón, la reina viajó en carroza descubierta desde el palacio de Westminster hasta el de Buckingham, siguiendo el tradicional recorrido a través de Whitehall, el arco del Almirantazgo y el Mall. En ausencia del duque de Edimburgo, se hizo acompañar del príncipe Carlos y su esposa, Camila.
Antes había viajado a y desde la catedral de San Pablo en uno de los Bentley oficiales junto a una dama de compañía. Las imágenes de televisión permitieron ver por un instante que la reina se cubría las piernas con una manta pesar del confort del automóvil, que a diferencia de la carroza no era descubierto. Indicidio de que, para la soberana, el júbilo de estos cuatro días de fiesta patriótica ha sido un considerable esfuerzo físico. Los próximos festejos deberían ser en 2015, si logra entonces superar los 63 años, siete meses y dos días de reinado de Victoria, el monarca británico que más tiempo ha reinado en toda la historia.