Los actuales problemas de ingobernabilidad interna solo pueden encontrar una solución a través de la cooperación internacional
Por Fernando Vallespín/El País
Davos fue en su momento el lugar donde los líderes de moda —empresariales y políticos— lucían su sintonía con las promesas de la globalización. Poco a poco fue sin embargo perdiendo en atractivo y, sobre todo, en legitimidad. La crisis económica sacó a la luz aquello de lo que no se hablaba, su lado oscuro, la desmesura de los nuevos poderes financieros y las inmensas asimetrías que iban rasgando a muchas sociedades incapaces de estar a la altura de las nuevas demandas de la competitividad internacional. Alguien observó hace ya algunos años el escandaloso espectáculo de centenares de aviones privados —¡unos 1.500 se esperaban este año!— que traían y llevaban a quienes allí participaban mientras en los países rescatados millones de personas sufrían las políticas de ajuste. Por unos días, esta pequeña ciudad suiza se convertía en el símbolo vivo de las nuevas contradicciones.
Pero de hecho era y es el único foro donde puede entablarse lo más parecido a una conversación sobre los desafíos globales más inminentes. Por eso mismo, es inaudito que España pudiera estar ausente durante más de nueve años. No dice nada bueno sobre el abandono que ha sufrido nuestra dimensión internacional desde hace décadas. Justo, además, en el momento en el que comenzábamos a acelerar nuestro índice de globalización. La reciente presencia de Pedro Sánchez ha cerrado al menos este absurdo incomprensible y ha servido para elevar una voz que ha estado cada vez más amortiguada, la socialdemócrata. O sea, que la noticia es que volvamos a hacernos presentes allí y digamos alto y claro lo que, por otra parte, todos saben: que las actuales desigualdades son inaceptables y que no habrá un futuro admisible mientras nos enroquemos en el actual modelo neoliberal o en su alternativa proteccionista.
Que eso sea la noticia dice mucho ya sobre la situación en la que estamos. También el pasar revista a las ausencias. Quienes solían hacerse presentes se han quedado en casa porque tenían que atender importantes problemas internos, como Trump, Macron o la Premier británica. Observen la paradoja. Los conflictos que obligaron a cada uno de ellos a no acudir tienen todos su origen en la globalización —migraciones (Trump), desesperanza de los perdedores (Macron), nuevas interdependencias (May)—. Es decir, sólo podrán resolverse mediante el acceso a mecanismos de gobernanza global. Y ellos porfían en cambio en seguir por la vía de las soluciones autárquicas. Salvo Macron, ninguno de ellos parece haber caído en la cuenta de que los actuales problemas de ingobernabilidad interna solo pueden encontrar una solución a través de la cooperación internacional. Pero ni siquiera acuden al único foro en el que poder hablar de ello.
Menos mal que allí estuvo una belicosa Angela Merkel para recordarlo. La situación ganadora no es la protección de los propios intereses nacionales, sino el tener en cuenta que otros también los tienen. No hay soluciones nacionales para problemas globales. Por tanto, la única opción es el multilateralismo y el abandono de los nacionalismos excluyentes y el proteccionismo. La acabaremos echando de menos.