Por Pedro Antonio García/Bohemia
El 25 de noviembre de 1956, cerca de las dos de la madrugada, el yate Granma soltó sus amarras y echó a andar sus motores. Salió con las luces apagadas, del puerto de Tuxpan. Había muy mal tiempo y la navegación estaba prohibida. El estuario del río se mantenía tranquilo. Ya en las puertas del golfo, se encendieron las luminarias de la nave. Imperaba la emoción y, formando un gran coro, quienes viajaban en ella entonaron las notas del Himno Nacional.
La travesía estuvo signada por las marejadas. Solo los más avezados en los viajes por mar fueron inmunes al embate de las olas y el balanceo del navío. La gran mayoría, inexperta, padeció mareos y vómitos. Hizo más penoso el viaje la lentitud del barco, agravada por la sobrecarga y el hecho de que uno de los motores permaneció descompuesto durante dos días.
El 2 de diciembre, al amanecer, arribaron a Cuba por el lugar conocido como Los Cayuelos, a unos dos kilómetros de Las Coloradas, al noroeste de cabo Cruz.