La mala contestación

En el naufragio del Titanic, las dos figuras con las que mejor se ilustran el carácter humano y sus grises son el telegrafista del Titanic Jack Phillips, y Stanley Lord, capitán del Californian

 

Por: Manuel Jabois/El País

 

Hay dos temas universales que funcionan siempre como referencia para explicar cualquier cosa: Galicia y el Titanic. En esta columna utilizo abundantemente el primero; del segundo doy pocas noticias porque su uso es más privado. En la ficción del Titanic puede encontrarse, por ejemplo, el análisis que James Cameron hizo en 1997 sobre la izquierda política española de 2019, cuando Rose y Jack, y buena parte de los espectadores, dan por hecho que no caben en la misma tabla: uno acaba hundiéndose en el mar y la otra, soplando un pito para acabar casándose sin amor.

Hay muchas premoniciones alrededor del barco. Una es una novela sobre el más grande y lujoso trasatlántico del mundo, que emprende una ruta entre Nueva York y Southampton; en él viajan más de 2.000 personas, entre ellas varios de los hombres más acaudalados del planeta. El barco choca con un iceberg y se hunde. Ese barco se llamaba Titán y el autor, Morgan Robertson, lo hundió a la misma altura que el Titanic, unos 500 kilómetros al sur de Terranova. Todo ello en un libro publicado en 1898 (reeditado en España por Nórdica), catorce antes de que existiera el Titanic. Qué no habrían hecho con semejante maravilla los peones negros.

Fuera de ficciones y casualidades, las dos figuras con las que mejor se ilustran el carácter humano y sus muy inteligentes grises son el telegrafista del Titanic, Jack Phillips (25 años), y Stanley Lord, capitán del Californian. Su historia sigue sujeta a controversia, pero hay algún hecho probado; el Californian era el barco más cercano al Titanic cuando el trasatlántico empezó a pedir ayuda. Antes del choque, sin embargo, el telegrafista del Californian, Cyiril Evans (20 años), advirtió a su colega del Titanic de la presencia de icebergs en la ruta por la que iba a pasar. Phillips estaba comunicando mensajes de pasajeros a la estación Cape Race mientras le sonaban, insistentes, las alertas de Evans. Insistentes y fuertes, tanto que Phillips le gritó: “Shut up, shut up! I am busy, I am working Cape Race!”.

Pese al corte, Phillips envió el mensaje al puente de mando, que no lo tomó en cuenta, y siguió trabajando enviando los mensajes. El telegrafista del Californian, Evans, cortó comunicación para no molestar al Titanic. A las 23.35 apagó la radio y se metió en la cama; a las 23.40, el Titanic chocó con un iceberg.

Aquí entran en acción Phillips, el de la contestación agria, como símbolo de lo bueno; Lord, el capitán del Californian, como ejemplo de la duda que nos acecha entre los buenos y los malos, y un tercer personaje como metáfora de la miseria, J. Bruce Ismay, presidente de la compañía que salió del barco cuando se hundía en un bote salvavidas, dejando en él a mujeres y niños.

Pese a las órdenes de capitán pidiendo que se fuese, Phillips se mantuvo frente a las comunicaciones reclamando socorro hasta que el agua lo fundió todo; murió exhausto y congelado tratando de llegar a un bote salvavidas. Lord, al mando del Californian, no acudió al rescate hasta que no hizo falta. Fue acusado de hacer caso omiso de las bengalas de socorro del Titanic, según la versión de dos marineros; Lord, que dijo haber estado durmiendo, negó saber de ellas. Fue absuelto pero despedido de su empresa y sospechoso de un ominoso delito en el que la mala contestación de Phillips habría tenido que ver, según las versiones más retorcidas, en su decisión de no acudir al rescate.

70 años después, cuando se encontraron los restos del Titanic, se comprobó que el barco estaba tan lejos del Californian como defendía Lord, y que por tanto nunca pudo ver las bengalas.

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