Por Raymundo Rivapalacio/Estrictamente Personal
No había necesidad, pero Javier Duarte tiene un problema de incontinencia. Carece de autocontrol. Ahora se volvió loco porque la Auditoría Superior de la Federación reportó la semana pasada que el gobierno de Veracruz simuló la devolución de cuando menos cuatro mil 770 millones de pesos a fondos federales para evitar que se le fincaran responsabilidades. La consecuencia fue que le interpusieron una denuncia penal. El auditor Juan Manuel Portal fue mucho más allá y expresó insólitamente, en una entrevista en televisión nacional, su esperanza de que Duarte fuera a la cárcel. Está harto. Veracruz está a la cabeza de los simuladores de devoluciones, supera tres a uno a los diez estados que le siguen en delitos federales, y el gobernador lo llena de promesas incumplidas.
En respuesta a Portal, el gobernador movilizó a la bancada veracruzana en el Congreso –de quien depende el auditor–, para que le hicieran un extrañamiento por haber declarado que era deseable que el gobernador terminara en la cárcel, sin atender los tiempos de que dispone Duarte para responder las observaciones. La carta fue enviada el viernes 19 de febrero, pero no atemperó el ánimo del gobernador. De la nada escribió en su cuenta de Twitter un mensaje al diario Reforma –que desapareció después– donde, en clara molestia por su línea editorial, increpó: “¿Y también van a urgir a la @PGR_mx a proceder contra su candidato en Veracruz por enriquecimiento ilícito y lavado de dinero?”
Como nadie de los interlocutores a los que quería llamar la atención le hizo caso, escaló con otro mensaje, con el cual dejaba claro a quién se refería: “Miguel Ángel Yunes está como el ratero que sale corriendo gritando ¡agarren al ladrón!” Al final de todo, el hígado se enfocó en su enemigo, que ya ha dejado de ser un adversario político y se ha convertido en una obsesión personal. Durante largos meses Duarte ha pagado a un equipo, cuyo trabajo tiene tufo escatológico, para que distribuya a través de correo electrónico y redes sociales fotografías de propiedades de Yunes en México y Estados Unidos. Ya no se sabe qué es cierto y qué no, pero lo que nunca hay es documentación que pruebe que esas adquisiciones sean resultado de lavado de dinero o de enriquecimiento ilícito, como lo acusan.
Duarte ha dejado de oír o escucha a quienes en su entorno son los más beligerantes o los más incompetentes para aconsejarlo. Más grave aún, por lo que deja traslucir, es que también ha perdido la estabilidad emocional. Este sábado, el gobernador ya no se limitó a pagar para golpear a Yunes, sino lo acusó abiertamente de delitos federales, sin pruebas detrás de su dicho. Lo que provocó fue un incendio en las redes sociales, donde la palabra suelta e impune encontró en el gobernador un objetivo fácil al estar imposibilitado para esgrimir una defensa racional. Su disparatado comportamiento político se equiparó a la furiosa metralla que recibió, preámbulo de la exigencia del PAN a la PGR para actuar ante la denuncia penal que presentó la ASF en contra de funcionarios y exfuncionarios del gobierno veracruzano por el desvío de más de 35 mil millones de pesos.
Duarte sigue profundizando la crisis política en Veracruz, rompiendo con todos los sectores. Afirmar que se volvió loco no es un exceso retórico o un calificativo, es una descripción. Según el diccionario de la Real Academia Española, entre las primeras cuatro acepciones de “loco” figuran: de poco juicio, disparatado e imprudente; que excede en mucho a lo ordinario o presumible. Duarte se ha convertido en un sujeto impredecible y un riesgo para la gobernabilidad. Pero para el PRI, que necesita mantener la gubernatura del estado en las elecciones de verano para tener una mejor correlación electoral en 2018, es una bala perdida que impacta directamente en el cuerpo tricolor, por lo corrosivo de su odio hacia Yunes.
El problema del PRI es profundo. A finales del año pasado se habló en los más altos niveles del gobierno de la posibilidad de que fuera llamado a una comisión federal para sacarlo de Veracruz. El presidente Enrique Peña Nieto nunca lo autorizó. Se desconocen cuáles fueron los considerandos de ello, pero se sabe que Peña Nieto tiene una enorme aversión a los cambios. De cualquier forma, Duarte vive en el ostracismo dentro del gobierno federal. Una anécdota que revela cómo lo ven es cuando hace unas semanas fue a buscar al presidente sin tener cita, y lo dejó esperando horas sin atenderlo. Sus propios colegas priistas no encuentran explicaciones que iluminen el porqué actúa de esta manera.
Duarte se ha vuelto un hombre en llamas y Veracruz se perfila para ser el nuevo dolor de cabeza presidencial y del PRI, acicalado por un gobernador cuya única explicación a sus reacciones podría ser el temor de ir a la cárcel con la nueva administración. Yunes, el priista, anunció que perseguirá a los corruptos del gobierno de Duarte, y ha dicho públicamente que nunca entendió por qué lo impusieron como candidato y como gobernador. Yunes, el panista, dice a quien lo quiere oír que requiere únicamente de seis meses para ponerlo tras las rejas. La atomización de la oposición en el estado le da respiros al PRI en la elección, pero las condiciones favorables no se trasladan a Duarte, que quizá termine, efectivamente, en la cárcel.