Cosima Dannoritzer narra en un documental una sociedad que camina hacia un ‘burn-out’ generalizado
Por Cristina Sen/La Vanguardia
¿Qué ha pasado con el tiempo que se escurre más rápido que nunca? ¿Nos lo están robando? La directora y realizadora Cosima Dannoritzer ha estrenado esta semana el documental Ladrones de tiempo en Docs Barcelona, donde presenta el tiempo como el nuevo recurso que todos los poderes ansían, un recurso finito como el agua o el petróleo. Dannoritzer viaja a diferentes países del mundo para explicar cómo se está desapropiando a los ciudadanos de la soberanía sobre un bien intangible que es sinónimo de vida.
La pobreza de tiempo nos está afectando a todos, explica la realizadora en conversación con este diario. Así lo ha podido ver en Estados Unidos, Japón, Francia o España, y en todas las profesiones. En la lista de los derechos por los que hay que luchar hay que incluir, señala, el derecho al tiempo libre porque nos lo están robando, el burn-out –entendido como la sobreadaptación al exceso de trabajo– está en todas partes.
Pero esta no es sólo una reflexión filosófica sino que Dannoritzer busca a estos ladrones en el día a día, en las estrategias de las empresas, en las redes sociales. En los aeropuertos, explica a modo de ejemplo, las máquinas de check in han sustituido a las personas, en las bibliotecas también se puede autogestionar la solicitud de un libro, los muebles se montan en casa o el online banking es casi obligatorio. El consumidor se convierte cada vez más en un trabajador parcial, debe dedicar gratuitamente horas de su tiempo a lo que antes hacían las empresas mientras que se destruyen millones de empleos. En sus planes de negocios, las corporaciones ya cuentan con esta inversión “gratuita” de los usuarios.
El objetivo es que la ciudadanía sea crítica ante un sistema que quiere desposeerles de su vida
El documental, producido por Polar Star Films, quiere concienciar a la sociedad de que el tiempo es un recurso limitado que muchos quieren quedarse para monetizarlo todavía más.
La industrialización empujó el gran cambio en la concepción del tiempo, que pasó de regirse por los ciclos naturales del mundo agrícola al control de los procesos de producción en las fábricas regidos por el reloj. Se abrió la ecuación poder, dinero y tiempo, un tiempo que empezó a dejar de ser propiedad de cada una de las personas. Dannoritzer narra la evolución del capitalismo llegando hasta la sociedad actual en la que, dice, la voracidad del tiempo ha aumentado conquistado también las vidas personales.
La gente vive como una culpa personal el hecho de no hacer nada durante los ratos libres. En las ciudades se camina, se habla más rápido. Parece que hay que salir de casa con un objetivo, que cada minuto es imprescindible para no perder el autobús, para llegar antes… La aceleración, explica, impacta en la calidad de vida de la sociedad, nadie se para a ayudar a nadie. En esta línea argumental se recogen las opiniones de Fabian Mohedano, impulsor en Catalunya de la Reforma Horaria, que vincula la calidad democrática con la disponibilidad de tiempo personal. Sin él nadie se puede implicar en los proyectos colectivos.
La cámara entra en una fábrica de despiece de pollos en Estados Unidos. Allí los minutos de los empleados para ir al lavabo están pautados. Si tardan más de lo previsto, son avisados, y muchos enferman porque literalmente no les da tiempo de ir al baño. La cámara viaja también a Japón, donde el karoshi mata a 10.000 personas cada año. Hombres trabajando horas y horas, incapaces de parar aunque su jefe intente frenarles. El karoshi es la muerte por exceso de trabajo, un exceso que puede llevar al suicidio, que genera un sinfín de enfermedades cuando el cuerpo reacciona ante la mente alienada.
El documental advierte de un progresivo aumento en el mundo del burn-out, mientras la obligación de la eficiencia inunda también la tiempo libre. Internet, las redes sociales trasladan el imaginario de un mundo en que todas las experiencias son posibles, de que algo rápido, rápido va a aparecer en las pantallas. Nosotros mismos, comenta la autora, nos convertimos en ladrones de nuestro tiempo. El primer paso es tomar conciencia.