Como las mafias, las dictaduras han perseguido a sus disidentes hasta la muerte en cualquier lugar
Por: Guillermo Altares/El País
Cuando el juez Giovanni Falcone se disponía a interrogar a Tommaso Buscetta, el primer gran pentito (arrepentido) de la Mafia siciliana, el capo le espetó antes de encender la grabadora: “¿Es usted consciente de que va a contraer una deuda con la Mafia que solo podrá pagar con su vida?”. Y así ocurrió: Falcone fue asesinado en 1992. Para los poderes absolutos, que basan su fuerza en el terror y las amenazas, la venganza es una obsesión, que cumplen con una espantosa determinación. El objetivo no es solo acabar con los disidentes del presente por el peligro que representan —Buscetta por ejemplo ayudó a encarcelar a cientos de mafiosos—, sino disuadir a los del futuro. Por eso, nadie que haya roto los votos de silencio puede vivir para contarlo.
Stalin fue también obsesivo en la persecución de sus enemigos y lanzó a los agentes de su policía política, la NKVD, a asesinar por todo el mundo. León Trotski fue la víctima más famosa, pero ni mucho menos la única. Lo mismo hicieron los servicios secretos búlgaros cuando asesinaron en Londres durante la Guerra Fría al escritor Gueorgui Ivanov Markov con un aguijón venenoso escondido en un paraguas.
Se trata de una maldición que recuerda al viejo cuento islámico llamado Cita en Samarra, en el que un hombre se cruza con la muerte en el mercado de Bagdad y se le queda mirando fijamente. Llega a su casa aterrorizado y le cuenta lo que ha pasado a su señor. Este le presta su caballo más veloz y le exhorta a que huya a Samarra sin mirar atrás. El señor se lanza al mercado en busca de la muerte para pedir explicaciones y cuando la encuentra, la parca le explica: “Le miré porque me extrañó mucho verle en Bagdad ya que tengo una cita esta noche con él en Samarra”. El periodista saudí Jamal Khashoggi tenía su propia cita en Samarra, en el consulado en Estambul.
Lamentablemente, la actitud saudí ante la suerte del informador asesinado puede acabar pareciéndose más a un clásico del cine español, Bienvenido, Mister Marshall, cuando Pepe Isbert dice a los vecinos de Villar del Río: “Como alcalde vuestro que soy, os debo una explicación, y esa explicación que os debo, os la voy a pagar”. Hasta el momento, Arabia Saudí ha conseguido esquivar con petróleo y dinero todas sus explicaciones. Ojalá ahora, aunque tarde, cambien las cosas.