Proceso
CIUDAD DE MÉXICO (apro).- La única razón por la que Javier Duarte sigue como gobernador de Veracruz, donde el poder completo lo tienen los criminales, es para que triunfe el candidato priista Héctor Yunes.
Porque la lógica del gobierno de Enrique Peña Nieto no es la justicia, sino el poder: Duarte le sirve más en el gobierno de Veracruz, sinónimo de dinero, que fuera de él.
Hace seis años, cuando el gobernador Fidel Herrera estaba “en la plenitud del pinche poder”, Duarte sólo ganó con un puñado de votos a Miguel Ángel Yunes Linares, quien competirá ahora contra su primo hermano priista y tendrá a su favor el apoyo del PRD y un gobierno cuyo desprestigio juega a su favor.
Manlio Fabio Beltrones pareció perfilar la caída de Duarte cuando el pasado martes 23 declaró públicamente que el gobernador debería rendir cuentas a los veracruzanos y respaldó a Héctor Yunes, quien para crecer en preferencias electorales ha prometido cero impunidad con el pasado.
Al día siguiente de esa declaración, Duarte se reunió con el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong –en cuyo encuentro habría estado presente Beltrones–, lo que abonó a las versiones de la caída, diseminadas también en columnas y por el propio Yunes Linares.
Sin embargo, con el paso de las horas todo cambió: Beltrones quedó en ridículo y tuvo que dirigir sus baterías contra el gobernador de Puebla, Rafael Moreno Valle.
Duarte aprovechó el cambio de señales: “La declaración de hoy creo que mata la declaración de ayer y la declaración de hoy creo que deja muy claro la postura del presidente del Partido Revolucionario Institucional a nivel nacional”.
Más aún: Prominentes funcionarios federales comenzaron a visitar Veracruz, entre ellos Rosario Robles, la secretaria de Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano tan querida por Peña.
El viernes 26 la funcionaria dejó un mensaje de respaldo inequívoco: “Gracias, gobernador Javier Duarte, por recibirnos hoy en Veracruz para realizar gira de trabajo. Seguimos moviendo a México”.
Hoy, lunes 29, Duarte apareció exultante en el patio central de Palacio de Gobierno, acompañado por la mayoría de su gabinete, diputados locales y federales, así como su esposa Karime Macías y sus tres hijos, para proclamarse –“con las manos limpias y la frente en alto”– inocente de las acusaciones de corrupción.
Duarte, entonces, se queda. Y se queda porque, en una elección tan competida, la diferencia será la masiva operación electoral –la compra de votos, pues– que requiere de los abundantes recursos que sólo proporciona el erario, que él mismo manejó desde que Fidel Herrera era gobernador.
Esos recursos serán no sólo para obtener votos para el candidato priista, sino para restárselos al principal competidor, el otro Yunes, a través de la candidatura “independiente” del expanista Juan Bueno Torio, quien habría recibido de Duarte varios millones de pesos que originalmente serían para otro expanista, Gerardo Buganza, quien decidió ya no competir.
Hace seis años Duarte ganó oficialmente con una diferencia de 2.5 puntos: Obtuvo un millón 356 mil votos (equivalente a 43.54%), mientras que el candidato del PAN-Panal, Yunes Linares, logró un millón 277 mil (41%), por 400 mil votos (12%) de Dante Delgado, el candidato de la izquierda.
Podría pensarse que con el PRD, Yunes Linares tiene en la bolsa la gubernatura que será de sólo dos años, pero ese partido es ya sólo un membrete y hay otras variables, como el “independiente” Juan Bueno y la irrupción de Morena, cuyo candidato, Cuitláhuac García Jiménez, ganó una diputación federal de mayoría y cuyo crecimiento no puede ser desdeñado.
Javier Duarte, el sátrapa, se queda
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