Imaginar

Con un abrazo a Chucho. Entre la violencia, la degradación de la clase política, la corrupción, la impunidad y el cinismo, México está perdiendo la capacidad de imaginarse a sí mismo en el futuro. Una nación que no imagina, está mutilada. Imaginar puede ser un acto revolucionario, incluso peligroso para quien no desea el cambio. Vargas Llosa afirma que los conquistadores tenían más miedo a la literatura que a los relatos históricos.

Por Federico Reyes Heroles/Excélsior

El Marx literato, el que imagina el socialismo y propone su imaginería como algo asequible, fue políticamente mucho más potente que el aburrido científico. Esa carencia de imágenes que nutren la acción abre la puerta a las utopías regresivas.

El diagnóstico de Gerardo Gutiérrez Candiani en esa sede de ideas que es el Club de Industriales, nos confrontó de nuevo con la realidad. México está dividido; del centro hacia el norte la pujanza que acapara más de 78% de las exportaciones no petroleras. La zona sur y sureste contrastan con economías poco desarrolladas y una alta concentración de pobreza extrema. Nuevo León se acerca a los 20 mil dólares de ingreso per cápita, cifra similar a la de la República Checa, pero Chiapas está por debajo de Angola, con cuatro mil 200 dólares. ¿Qué hacer? Lo primero es desafiar a la realidad imaginando. Imaginar polos de desarrollo inducido allí donde hoy se concentra la pobreza. Vietnam y China, entre otros, tienen este tipo de proyectos que han servido de palanca a su crecimiento y equilibrio regional.

Imaginar es el reto, imaginar un potente corredor comercial en el Istmo, uno de los proyectos que ronda a México desde hace décadas, un siglo. Imaginar puertos multimodales altamente eficientes en Salina Cruz y en Coatzacoalcos que consoliden la condición de privilegio que la geopolítica otorgó a México. Otros en Puerto Chiapas, en Campeche y en Tabasco, muy afectados por la crisis petrolera. Imaginar proyectos para las zonas serranas de Puebla e Hidalgo. Imaginar la participación comunitaria con coinversiones en infraestructura, trenes, ductos, autopistas, carreteras que integren socialmente esas zonas. Imaginar la energía eólica y solar que deberán acompañarnos en el futuro. Imaginar estímulos fiscales, facilidades a los emprendedores, programas de formación de capital humano. Imaginar ciudades bien planeadas que procuren calidad de vida.

Nada hay de irreal en la propuesta, allí están los recursos naturales, los mares para conectarnos con el mundo; allí está la competitividad en los costos. Allí está —incluso en la era Trump— la cercanía con Estados Unidos a través del Golfo. Allí está nuestro potencial en hidrocarburos que la Reforma Energética está potencializando. Ya hay alrededor de 100 mmdd comprometidos, cifra que la deprimida opinión pública no ha registrado. Allí están dormidas las áreas de actividad que podrían despertar: química, agroindustria, petroquímica, maquinaria y equipo, industria naval y de astilleros, automotriz, forestal, papel, textil, minería, construcción, metalúrgica, autopartes, aeroespacial, más todos los servicios que dichas actividades demandan. Se trata de procurar un círculo virtuoso en el cual el Estado mexicano aporta los primeros incentivos, como ocurrió en Cancún o Huatulco para el turismo.

Imaginar cómo el México pobre puede dejar de serlo. Allí está ya la lista de proyectos en transporte, logística, energía, agua, que servirán de detonadores. Y, por supuesto, se sumarán otros cambios como la conectividad que deberá alcanzar toda la República a principios de la próxima década. ¿Por qué no imaginar prosperidad inducida para el mediano y largo plazos? Las posibilidades de un Estado promotor también están allí, con un descuento al ISR de 100% los primeros diez años y 50% en los subsecuentes cinco años. Un tratamiento especial al IVA, similar al de las operaciones de comercio exterior. También en seguridad social, con créditos fiscales de 50% en los primeros diez años. Un régimen aduanero especial. Un paquete que atraiga a inversiones que, de otra manera, no llegarán.

Las Zonas Económicas Especiales son un gran proyecto del Estado mexicano que deberá tener una proyección transexenal. Así fue el proceso de electrificación de México, también la construcción de aulas y escuelas. Así fue con el aprovechamiento de los recursos hidráulicos. Así fue con la red carretera y, por muchas décadas, en la industria petrolera. Así fue la edificación del enorme aparato de salud con el que cuenta nuestro país. Así fue con el TLC. La continuidad es esencial. Por eso quizá lo primero sería garantizar certidumbre en la conducción del proyecto dotándole legislativamente de un rango administrativo diferente. Así los futuros inversionistas se montarán en el poder de la imaginación de los mexicanos.

No a la mutilación nacional. Lo primero es imaginar. Quiero imaginar un México más integrado, más igualitario, más desarrollado. Las ZEE son alimento para ese sueño.

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