Los hay que bajo la manga esconden un asesino. Florestán
Columna EN PRIVADO/Joaquín López-Dóriga
Paolo Gabriele era el hombre no solo más cercano al papa Benedicto XVI, sino el de mayor confianza e intimidad.
Era el primero que lo veía por la mañana para sacar su ropa, ayudarlo a levantarse de la cama, llevarle su café y desayuno, poner su ropa de baño,
Esperarlo para vestirlo y luego supervisar la limpieza del cuarto y que no faltara nada, lo mismo que hacía en los viajes.
Personalmente le servía la comida y la cena, le acercaba las medicinas, por la tarde seguía pendiente de él y por la noche
Disponía que todo estuviera preparado en la recámara papal para ayudarlo a dormir, siendo el último que lo veía por la noche.
En las audiencias siempre estaba cerca, en las recepciones, a su lado. Era quien entregaba al Papa las medallas y los rosarios para mandatarios y comitivas oficiales.
En los desplazamientos en auto, se sentaba al lado del chofer, lo mismo que en la audiencia de los miércoles en la plaza de San Pedro, donde ocupaba la misma plaza en el jeep blanco.
Cuando comenzaron las filtraciones de documentos secretos y correspondencia privadísima de Benedicto XVI, éste designó una comisión investigadora de tres cardenales mayores de 80 años, no votarán el próximo cónclave, y así llegaron a la garganta profunda cuando en el departamento vaticano del mayordomo encontraron copias de documentos secretos y correspondencia privada de Benedicto XVI.
Sobre esta historia, que supera las novelas de Dan Brown, se han tejido otras, pero no cabe duda que es, con el de la pederastia, el mayor escándalo que haya cimbrado a la Santa Sede, tanto que diluyó la renuncia del presidente del Instituto para las Obras de Religión, Ettore Gotti Tedeschi, designado un mes antes para limpiar el llamado Banco Vaticano.
Las preguntas que quedan es por qué hizo eso el mayordomo, para quién y para qué, respuestas que aún no ha dado en la celda de la gendarmería vaticana en la que permanece aislado.Algo está podrido, también, en el Vaticano.