Se cumplen 200 años de la publicación de Frankenstein o el moderno Prometeo de Mary Shelley. Actualidad e historia de la novela fundacional de la ciencia ficción
Por Por Flavia Pittella/Infobae
«Me dediqué a pensar en una historia, una historia que rivalizara con las que nos habían entusiasmado con esta tarea. Una que hablara sobre los miedos misteriosos de nuestra naturaleza y despertara un horror emocionante, una que hiciera que el lector temiera mirar a su alrededor, que helara la sangre y acelerara los latidos del corazón. Si no lograba esto, mi historia de fantasmas sería indigna de su nombre».
Mary Shelley, Introducción a la edición de Frankenstein de 1831
El 16 de junio de 1816, y muy poco tiempo después de la muerte de su primera hija, Mary Shelley tuvo la pesadilla que cambiaría para siempre la historia de la literatura. Soñó con un cuerpo inerte, recostado en una camilla, rodeado de maquinaria y con un fuerte resplandor que de a poco despertaba el cuerpo en apariencia sin vida. Fue ese el puntapié inicial para escribir su historia de terror. Finalmente tendría qué contestarle a Byron o a Percy Shelley a la insistente pregunta ¿ya se te ocurrió una historia? Esa pregunta había surgido de un verano lluvioso en Suiza, en la casona Villa Diodati en Ginebra donde un grupo de amigos habían decidido pasar unas vacaciones. Allí, confinados dentro de la casa debido a un clima inestable y bastante extraño para la estación, los amigos se dedicaron a leer. Y fue la noche en la que compartieron la lectura de Fantasmagoriana, una antología francesa de cuentos góticos alemanes, que decidieron que cada uno de ellos iba a escribir un cuento de terror. Poco tiempo después, Polidori, el torturado psiquiatra de Byron, escribiría uno de los cuentos fundacionales de la literatura de vampiros llamada, precisamente, El vampiro. Y así fue como nació, de la profundidad de una mente joven pero experimentada, la novela Frankenstein una obra que hoy cumple 200 años de la primera vez que vio la luz, y sigue más viva que nunca.
Frankenstein o el moderno Prometeo es la historia de Víctor Frankenstein, un joven ilustre, muy leído y criado en una familia amorosa que le enseñó desde pequeño el valor del amor al prójimo. Víctor cree en la ciencia y se niega a aceptar que la muerte es el final de todo. Conmovido por las lecturas de Cornelius Agrippa, Albertus Magnus, Parascelsus y los naturalistas, entre ellos el abuelo de Darwin (lecturas que abundaban en la casa de Mary) llega a estudiar en la Universidad de Ingolstadt. Sus docentes muy pronto desestiman sus lecturas por anticuadas, supersticiosas y ya superadas por nuevas teorías. Pero Víctor es un romántico y permanecerá fiel a sus ideas de revolución y cambio. Se parece en esa obstinación al capitán del barco que lo encuentra a la deriva en el polo y quien registra en cartas a su hermana toda la historia.
Ilustración de la página de apertura de la edición de 1831
El capitán Walton está empecinado en llegar al Polo Norte. Su pasión por la ciencia y el progreso, por la conquista del mundo, es mucho más grande que el amor por su familia o el peligro que él mismo y los tripulantes de su barco corren. Entiende que las proezas deben exceder a las personas que las ejecutan ya que son necesarias para el bien mayor. Y allí, aislado entre bloques de hielo, encuentra a Víctor Frankenstein, en un trineo, a la deriva en dirección al Polo. Almas gemelas. Walton decide narrar en primera persona la historia que Víctor tiene para contarle. Entonces, en forma de novela epistolar y diario conocemos la historia del monstruo.
El monstruo es abandonado en su nacimiento. Es negado. Su apariencia es horrenda, inhumana, hedionda. Por más esmero que puso Frankenstein en la búsqueda de las partes que conformaron su cuerpo, la condición artificial del monstruo lo vuelve inaceptable. Víctor olvida todos los gestos amorosos y los cuidados que recibió desde niño y huye de su creación. Y el monstruo aprenderá todas las lecciones inmundas del corazón a través de humanos que, al cruzarlo, le temen, lo aborrecen o lo desprecian. Solamente aquéllos que no lo ven lo aceptan. Conoce el amor en la familia de unos campesinos muy pobres y bondadosos. Así como Frankenstein y Walton se enorgullecen de sus lecturas, la criatura tambien lee. No a los científicos sino a los literatos y filósofos. Lee a Goethe, a Voltaire, a Plutarco. Lee y entiende sobre la justicia y la equidad. Aprende sobre la condición humana y la libertad. Y Como un Werther desquiciado regresa a su creador para pedirle una sola cosa: una compañera a quién amar.
En Frankenstein las mujeres ocupan un rol pasivo, las cosas les suceden y están siempre a merced de un alma caritativa que pueda sacarlas de su miseria, de su soledad. Son agradecidas y complacientes, asumen el lugar de la que espera, la que acompaña, la que no discute su condición. Siempre se ha hablado de estas mujeres a la luz de la vida de su escritora que pudo romper con muchos de los estereotipos que condicionaban a las mujeres en su época. Las retrata dóciles al mismo tiempo que sus acciones y sus palabras dan cuerda a la historia desde un lugar periférico. Mary Shelley no tuvo esa opción. Su nacimiento estuvo signado por el perfil potente y fundamental de su madre, Mary Wollstonecraft quien, aún muerta a pocos días de haber nacido Mary, la acompañó con sus escritos feministas y revolucionarios toda la vida y le signó un camino de libertad interior y audacia poco comunes para la época.
El padre de Víctor Frankenstein, mucho como sus profesores, pertenece a una generación de hombres que han leído y están al tanto de las nuevas corrientes de pensamiento y científicas. De todos modos, son cautelosos y un tanto escépticos de todas las promesas que circulan. En cambio, prefieren la vida tranquila, alejados de los centros comerciales y políticos.
La composición de la novela es clásica en su estructura y clara en su planteo. Y si bien utiliza un hecho fantástico para definir prima facie el corazón de su argumento no deja de ser un pretexto para el planteo general de la obra. Y el marco pseudo-científico con las citas y los nombres de grandes pensadores le da una verosimilitud que abona al argumento del doppelganger, el Mr Hyde, un Drácula, el alter ego. La novela no se resuelve sino hasta la aniquilación del creador y su objeto de creación. Así, las dos partes se unen de manera tal que entendamos que son una misma cosa. La figura del monstruo toma la dimensión de aquel otro al que no miramos, el oprimido, el oscuro. El gótico en su máxima expresión.
La muerte del autor o la identidad personal puesta en cuestión
¿Qué puede sorprendernos hoy una historia acerca de la creación de un cuerpo con partes de otros? La tecnología ha dejado atrás muchos tabúes y cuestionamientos y, sin llegar a la reanimación de los muertos, mantenemos cuerpos técnicamente muertos conectados a máquinas, trasplantamos órganos, injertamos, creamos miembros mecánicos, implementamos métodos increíbles de concepción y la lista sigue de manera interminable. Dos posibles cuestiones, entre otras tantas, alimentan la llama viva de Frankenstein. Por un lado la idea de volver de la muerte, «ese continente aún no descubierto del que ningún viajante vuelve» que diría Hamlet. La impotencia que sentimos los humanos frente a la muerte marca nuestro pathos. Pero podemos ir más lejos con esta novela y pensar en la fantasía no solamente de revivir sino directamente de crear un cuerpo a partir de partes inertes de otros cuerpos. La posibilidad de elegir los miembros, los órganos, el rostro. La posibilidad de procrear sin sexo. Imaginen su monstruo. Queda por resolver, sin embargo, la cuestión de la memoria, los pensamientos propios, la conformación de una personalidad que nos muestre tal cual somos. En Sueñan los androides con ovejas mecánicas, Philip K Dick retoma el tema del moderno Prometeo y lleva adelante la creación de humanoides que se creen humanos porque tienen memoria de su infancia. El monstruo de Shelley ni eso. La falta de recolección de una vida pasada, la ausencia de un lenguaje que sienta propio, la absoluta amnesia de su cuerpo lo vuelve más salvaje, más resentido, más animal.
¿Y entonces qué nos resuena hoy, a 200 años de su creación, en esta novela que fundó un mito en el que se basan categorías intelectuales? ¿Qué leemos hoy en esta historia que tuvo cientos de representaciones, reescrituras e interpretaciones? Podríamos decir que la búsqueda de la identidad. No solamente el monstruo en esta novela, sino todos los otros personajes que la habitan tienen conflictos de identidad. Padres que mueren o abandonan, padres que le niegan a sus hijos la decisión de sus propias vidas, hombres que encuentran en la migración o el exilio su propia identidad, identidades que condicionan decisiones y generan reacciones por puro prejuicio.
Mary Shelley publicó Frankenstein por primera vez en enero de 1818 de manera anónima. Mucho de la edición y el prólogo estuvieron a cargo de su marido ya que ella estaba muy agotada luego de haber terminado la novela y había quedado al cuidado de los dos hijos de Shelley cuando su primera esposa se suicidó. Esa situación hizo que muchos creyeran que la novela había sido efectivamente escrita por el poeta. Todos los manuscritos originales dan cuenta de la autoría de Mary. En la reedición de 1823 y debido al éxito de la novela y una producción teatral, apareció su nombre por primera vez. Fue recién en la edición totalmente corregida de 1831 que Mary Shelley escribió su prólogo y le dio identidad a su creación.
Polidori publicó el cuento El vampirocon el nombre de Byron y para muchos fue durante un largo tiempo «lo mejor que había escrito Byron». Le llevó años a Polidori confesar la autoría de su obra. La condición de género, social y económica determinó, y determina, mucho de la política cultural. La identidad del artista es, en gran medida, una connotación más de la obra a tener en cuenta y que las más de las veces determina la recepción de la misma. Podemos ir un poco más lejos. Muchos creen que Frankenstein es el nombre de la criatura y no de su creador. Esta transposición de identidad no hace otra cosa que enfatizar la maestría con la que está escrita esta historia que no deja de ser, en definitiva, también una historia de (des)amor filial, la imposibilidad de concebir y la negación de la progenie. El monstruo no tiene nombre, ergo no sabe quién es. El nombre, la identidad, la pertenencia -sabemos- no son un asunto menor para la conformación de una vida, de una personalidad. Saber quiénes somos, quiénes son nuestros padres, cuál es nuestro nombre, nos constituyen como personas y no deja de ser interesante que Mary Shelley tuviera tanta claridad en el planteo filosófico que propone a partir de la no identidad de la criatura: no es porque le fue negada una identidad.
Pero hay aún más. Franklin, galvanismo, electricidad, dar vida a un cuerpo montado. Mary Shelley, con 19 años y contra toda expectativa, inicia el ciclo de la ciencia ficción. Mucho de lo que se escribió después fue concebido en esta obra magistral que plantea temas que aún hoy son relevantes: los avances de la ciencia y sus aplicaciones posibles y no tan posibles. ¿Qué determina ese límite? ¿Es estático o se corre todo el tiempo?, ¿dónde ponemos el límite del dolor? ¿La intervención de los cuerpos? Víctor Frankenstein une partes de cuerpos perfectos y aun así crea un monstruo sin identidad. Las partes no necesariamente forman el todo y de eso también va la novela de Mary Shelley que anticipa muchos de los temas centrales de la modernidad.