4 de diciembre de 1988, los objetivos superiores de la revolución cubana, trajeron al Presidente del Consejo de Estado de Cuba Fidel Castro Ruz a México, durante esta gira de trabajo por nuestro país, visitó Santiago de la Peña, la congregación más grande del municipio de Tuxpan, que es más bien otra colonia urbana de la ciudad, separada por el río, al que pintores, músicos y poetas le han cantado.
A mis 28 años, lo que espere desde mi niñez, cuando a los 7 años, viviendo a cinco cuadras de la “Casa de Fidel”, en Santiago de la Peña, junto con mi primo Alberto, de 9 años, nos íbamos de escapada de nuestros padres, en aventura, a la “Punta”, como se le conoce a esta porción de tierra, donde el río, bajando de su cauce, quiebra a la derecha, para encontrarse con la ciudad y puerto. En ese tiempo, un sector enmontado, donde la maleza cubría la que sabíamos era propiedad del líder guerrillero cubano, un vecino, que se fue en un yate blanco, el “Granma” a hacer la revolución a Cuba, en ese sitio entre la maleza a lo lejos, detrás de su cerca perimetral, buscamos muchas veces encontrar al barbado comandante cubano, que pensábamos, pudiera regresar de incógnito a su casa, obviamente nunca lo encontramos, pero en ese momento, viendo la casa abandonada, imaginamos, recreábamos, la imagen del personaje, con los dichos que nuestros padres y abuelos nos contaban de Fidel, más las noticias de la radio, que daban cuenta en una estación de los discursos del Comandante, y en otra de la propaganda norteamericana, desvirtuando su imagen, creando un sentimiento de preocupación por la suerte del hombre que se había ido de este pueblo, en un yate cubierto de naranjas, con armas y jóvenes guerrilleros dentro en 1956.
Al consolidarse su triunfo en la isla, esperamos que un día regresará a su casa abandonada en esta congregación de Tuxpan, pero no fue en ese tiempo, lo fue hasta 1988, que las circunstancias, trajeron de vuelta al Comandante a México y a la que fue su casa en esta congregación tuxpeña, cuando se abría para mí como reportero la posibilidad de concretar un sueño de la infancia, conocer en persona a Fidel Castro Ruz, el vecino distinguido de esta comunidad, que se fue a triunfar en el Caribe, décadas atrás, y más, poder entrevistarlo periodísticamente.
A temprana hora acudí al lugar donde se desarrollarían los eventos con el presidente cubano, me encontré con una posible opción de acercarme a él en lo que sería en una hora más el acto formal con discursos. Al terminar la calle Álvaro Obregón, a un costado del Museo de la Amistad México Cuba que se inauguraba ese día; me imaginé a todo el aparato de seguridad presente limitando el acceso al entarimado y al líder socialista cubano; la otra opción sería tratar de entrar al museo que pensé seguramente lo visitaría Fidel; y la tercera opción fue a su llegada; entre la gente ganar la entrevista, lo que parecía más fácil, porque el museo estaba ya resguardado por el Ejército Mexicano y la guardia personal de Castro Ruz, sin contar los agentes federales.
En la entrada del Museo saludé y platiqué unos minutos con el Comandante de la XIX Zona Militar de Tuxpan, con quién ya antes había conversado y entrevistado en su cuartel; el jerarca militar, me animó a cumplir con mi deber profesional sin decirme nada, así observé de pronto una multitud que seguía a un hombre de gran estatura, con uniforme verde olivo, la gente lo esperaba hasta arriba de los techados de las casas y las ramas de los árboles, a su paso, los santiaguences querían ver al vecino que se fue a la guerra y regresó, con todos los honores, a la figura mundial que en algún momento de la historia, compartió suelo con ellos, antes de su consagración, como icono socialista mundial, junto a otros expedicionarios del “Granma” que salieron de este poblado, como el “Che” Guevara, Raúl, Camilo y Almedia.
A 500 metros del museo, salté y coloque mi grabadora a 50 centímetros del barbado comandante que regresaba por fin a su casa, seguido por el pueblo reunido ahí; pero la guardia personal de Fidel con los dedos como resorte, sin lastimarme, en lo más mínimo, me rebotó y alejó del personaje histórico. El tiempo se me agotaba, tuve que decidir cuál de las otras dos opciones podría tomar, para lograr mi entrevista; decidí entrar al museo, y cuando llegué al portón, los soldados, pienso yo autorizados por el Comandante militar tuxpeño, increíblemente, me abrieron la puerta para accesar a las instalaciones históricas, a nadie más; ahí, tuve que tomar otra decisión importante, en cuál de los tres módulos del museo esperaría al Comandante Cubano, sabía que sí me equivocaba y Fidel empezaba a ver la exposición fotográfica de la revolución cubana montada en su honor ahí, en otro módulo, la guardia personal o los agentes federales me sacarían del inmueble; decidí en el tercer y último módulo, y ahí dentro, por el lado de la puerta junto a la ventana, donde podría ver si llegaba o no Fidel Castro, la tensión nerviosa me invadió; si no llegaba en menos de 5 minutos, la seguridad me retiraría, en ese momento llegó un agente federal nervioso, nos retiró por la puerta de atrás a las tres personas que estábamos dentro del módulo, pero yo al salir, giré sobre el eje de mi cuerpo, y regresé al módulo; el tiempo se había agotado, lo sabía, cuando vi a través del cristal de la ventana, la aproximación del legendario Comandante cubano, hacía el módulo donde me encontraba, empezando a recorrerlo por mi lado, Fidel se colocó junto a mí, frente a una imagen de Julio Mella, precursor de la lucha revolucionaria cubana, ahí fue el momento, le acompañaban Ida Rodríguez Prampolini, directora fundadora del IVEC y destacada intelectual mexicana; el recién nombrado secretario de gobernación Fernando Gutiérrez Barrios; y más atrás, el gobernador de Veracruz Dante Delgado.
Alce mi grabadora y le pregunté ¿qué sentía al regresar 32 años después al lugar de donde partió en el Granma y que significado tenía para el ese museo, esas instalaciones?, me dijo que ese museo tiene una importancia mayor, porque es un mensaje, que consideraba, debía permanecer en el tiempo, para las futuras generaciones, de que la lucha por la independencia y autonomía de los pueblos y por su dignidad, sí es posible.
Le dije que en Tuxpan, todo mundo dice que lo conoció en el 56, que interactuó con él, le pregunté ¿cuántas veces estuvo por Tuxpan antes de la partida?, y acabó con leyendas urbanas, me respondió que una sola vez, un solo día; esto lo volvería a comentar en su discurso, al reconocer que un periodista lo había entrevistado momentos antes.
Finalmente le pregunté le pregunté ¿qué pasaba por su mente, en ese momento histórico, de su regreso al lugar de su partida?, me dijo que le parecía increíble, estar de regreso a ese lugar, muy importante y determinante para la gestación de su travesía, hacía la revolución cubana.
Mi tiempo se había terminado, el aparato de seguridad lo sabía, me jalaron de mi camisa por atrás, para dejarle a Gutiérrez Barrios y Prampolini la escena con el Comandante; el hecho estaba consumado para mí, mi misión había sido cumplida; afuera del museo estaba García Márquez, me dijeron otros compañeros, como Luis Manuel Roldán, que buscó su entrevista, yo ya tenía la mía, la emoción me invadió, había podido entrevistar a Fidel Castro Ruz y en la que fue su casa, cuando Antonio del Conde la compró para él, junto con el “Granma”.