Por Juan Villoro / Reforma
En ocasiones el futbol es una dolorosa forma del placer. El 0-0 ante Croacia nos calificaba, pero cualquier error podía echarnos afuera. Ver esta clase de juegos es como usar los zapatos muy apretados para sentir el alivio de quitárnoslos.
Un espléndido tiro al larguero de Herrera mostró que el Tri no se conformaba con el empate. Pero la personalidad del equipo apareció en el segundo tiempo, bajo la conducción de Rafa Márquez.
En 2012, el capitán de la selección comía los filetes del prejubilado en la liga de Estados Unidos, pero regresó al país para llevar dos veces seguidas al León al campeonato y se convirtió, tardíamente y gracias a la visión del «Piojo», en un entrenador dentro de la cancha. Controla la línea defensiva como un acordeón que reduce espacios y sus pases en profundidad son lecciones de táctica. No es raro que la bilirrubina se le suba en el Tri: en el Mundial de 2002 le propinó un artero cabezazo a Cobi Jones y en 2006 metió una mano inútil dentro del área. Ante Croacia estuvo a punto de ver roja directa por una entrada de cuchillería. Aparte de ese exabrupto, refrendó dos virtudes a la ofensiva: el remate de cabeza con el que abrió el marcador y la pelota peinada con la que habilitó al «Chicharito» para el tercer gol.
El futbol se vive en presente pero se entiende en pasado. Durante 45 minutos estuvimos demasiado nerviosos para saber qué sucedía. Con el ritmo cardiaco recuperado, comprendimos que la selección le cerraba espacios a las celebridades de Croacia con el recurso tribal de agrupar jugadores en torno a la pelota.
Había muchas cosas en juego en vísperas de San Juan. Se rumoraba que el Congreso, tan reacio a la discusión, aprovecharía el juego como cortina de humo para aprobar la reforma energética. ¿El Tri salió a la cancha con pantaloncillo color petróleo en azarosa alusión al patrimonio perdido? Sería extraordinario que la pasión nacional desbordara las canchas para analizar qué se está haciendo con los recursos naturales que no son entrenados por el «Piojo» Herrera.
Cada Mundial inaugura modas. Brasil 2014 ha sido el festival de los mohicanos. Pero actuar como mohicano es más importante que parecerlo. «Si los pelos fueran importantes, estarían dentro de la cabeza», ha dicho Eduardo Galeano.
En su cuarto Mundial como capitán, Rafa Márquez defiende una tradición casi extinta. Como Franz Beckenbauer o Paolo Maldini, en vez de despejar, inicia una jugada de 70 metros.
Mientras otros se vuelven vistosos con alardes de peluquería, el último mohicano de nuestro futbol demuestra que el líbero todavía existe.
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