Intelectuales de varios países y disciplinas emulan a Lutero y proponen cambios en el pensamiento y la organización del planeta
Por Xavi Ayén/La Vanguardia
Hace quinientos años, un fraile llamado Martín Lutero publicó su Cuestionamiento al poder y eficacia de las indulgencias, que se considera el inicio de la gran reforma religiosa y cultural –la Reforma, por antonomasia– que dio origen a una nueva manera de entender el mundo. Ahora, el Hay Festival –un encuentro de escritores y pensadores que va celebrándose a lo largo del año en varias ciudades, de la colombiana Cartagena de Indias a Segovia, pasando por la mexicana Querétaro, la danesa Aarhus o Hay-on-Wye, la localidad galesa donde todo empezó– ha decidido conmemorar la gesta luterana convocando a treinta intelectuales de diversas disciplinas para preguntarles qué grandes reformas necesita hoy el mundo. En el ámbito de la religión, como entonces, pero también en aspectos como el medio ambiente, las culturas indígenas, la organización económica, el desarrollo de las ciudades o incluso la genética. Lo que sigue es una síntesis de propuestas lanzadas al debate en las jornadas celebradas en noviembre en las ciudades peruanas de Arequipa y Cuzco.
URBANISMO
Más poder a las ciudades
Deyan Sudjic (Londres, 1952) acaba de publicar El lenguaje de las ciudades (Ariel). Experto en diseño y desarrollo urbano, propugna dos cosas: más poder político para las ciudades y aplicar de modo radical las nuevas tecnologías a las estructuras urbanísticas. “Una ciudad es como una obra de arte nunca finalizada –explica–, cambia constantemente pero debería tener un solo objetivo: ofrecer bienestar a sus habitantes. Solo merece la pena conservar aquellas que lo hacen, y no deben estar dirigidas solamente por políticos. Estamos obligados a replantear las urbes, tal como lo ha hecho China, valiéndose de la tecnología para transformarlas: hay ciudades con todo su transporte público eléctrico y que riegan sus cultivos con agua desalinizada del mar. Son las ciudades del futuro”. ¿Y por qué otorgar más poder político a las grandes ciudades? Porque, a decir de Sudjic, son depositarias “de la tolerancia y la libertad. Ofrecen la posibilidad del anonimato. En ellas florecen la diferencia y la tolerancia. Ser de una minoría étnica, religiosa o sexual en una pequeña comunidad rural es imposible. Una ciudad te permite la libertad de autodescubrirte”. Londres “existía antes que Inglaterra –recuerda el pensador–. Emerge ahora en Europa un nacionalismo populista al que se oponen las ciudades. Londres quería quedarse en Europa, pero el resto del país le ha castigado. ¿Es justo que Londres se vaya de la UE contra su voluntad?”.
DINERO
La hora de las criptomonedas
A pesar de la polémica en torno a la burbuja actual del bitcoin, la escritora argentina Luisa Valenzuela (Buenos Aires, 1938) ve en las criptomonedas una esperanza para el futuro. “Sugiero reformar al Dios de nuestro mundo, el Dinero –afirma–. En su tesis número 27, Lutero ya se refiere al tintineo de las monedas y advierte, en la número 28, contra el lucro y la avaricia. Me temo que la codicia y el derroche compulsivo nos está llevando a un desastre global. El dinero, que es un medio para alcanzar ciertos fines, se ha convertido en un fin en sí mismo”. Desde que, en 1971, dejó de existir el patrón oro “ya no hay referente alguno para darle sustancia y se ha convertido en una abstracción total”. Así, “el capital, bajo su forma especulativa, vive de la compra y venta de papeles, no del consumo o la producción, las cosas positivas que antes estimulaba el dinero. El dinero se creó como un valor de intercambio, no se hizo para generar más dinero, lo hemos pervertido”.
¿Qué propuestas lanza Valenzuela? Pide fijarse en Francia, donde “circulan las llamadas monedas locales complementarias, con las que los miembros de una misma estructura intercambian bienes y servicios”, como en Toulouse. Globalmente, propone analizar a fondo las criptomonedas –aunque no el bitcoin, objeto de una especulación brutal– por sus valores positivos: “Son universales y digitales, no dependen del control de reguladores. Representan la única salida posible” y cita el Observatorio de la Riqueza argentino, que ha lanzado el PAR, una moneda virtual social, a cuyo amparo ha nacido un mecanismo de “intercambio de bienes y servicios voluntario y transparente. Se incentiva el trabajo, ofreciéndolo a cambio de una moneda que es aceptada por varios comercios”. Esta moneda “se crea en el momento de la transacción”, solo sirve a la economía real, no es útil para su atesoramiento. “Las criptomonedas que me interesan son imposibles de falsear y tampoco pueden ser ocultadas, no hay criptodinero negro”. “Los gobiernos ya están pensando en armar su propia criptomoneda nacional, como pide el Nobel Joseph Stiglitz, y eso sería peligroso porque al final los grandes bancos las dirigirían”. “No es una utopía pensar en un mundo con criptomonedas –concluye–, es una solución práctica. No hablo de suprimir el otro dinero, al menos al principio, es básico que se sigan pagando los impuestos”.
MEDIO AMBIENTE
Un paradigma optimista
La británica Gabrielle Walker, doctora en Ciencias naturales por la Universidad de Cambridge, constata que el cambio climático ya “está transformando nuestro planeta de forma irreversible, con sequías, inundaciones, incendios forestales y huracanes de violencia extrema, como hemos visto claramente en este fatídico 2017”. Sin embargo, “el pesimismo es un lujo que no puedo permitirme”, sostiene la autora de libros como Antártida o Cataclismo climático. Pide “cambiar el modo que tenemos de medir el crecimiento y el éxito. Ahora medimos el éxito de los países por el dinero, pero necesitamos otros parámetros como la felicidad o el bienestar”.
Walker exige romper la dinámica de buenos y malos. “Hoy hay básicamente dos narrativas al respecto, y ambas son mentira: una, la de Jonathan Franzen y otros, dice que el problema es el capitalismo, que todo es un desastre y nadie está haciendo nada y que tenemos que dejar de hacer las cosas que nos gustan y ser infelices para salvarnos. La otra visión errónea es la de que el cambio climático no existe, porque es una conspiración o exageración de los izquierdistas. Se ha perdido mucho tiempo en la lucha entre estas dos visiones, igualmente falsas. Todos estamos en el mismo barco y todos necesitamos usar nuestra creatividad y fuerza para salir de esto. No es una cuestión de ricos contra pobres, no es de izquierdas contra derechas, de mujeres contra hombres, todos vivimos en este planeta y si perdemos esta batalla moriremos todos”. Para ella, “somos la generación que decide: podemos darle la vuelta a esto y arreglar las cosas… todavía”. Sobre la salida de EE.UU. de los acuerdos de París sobre el cambio climático, dice que “Trump está aislado internacionalmente, solo Siria quiere salirse también, y en su mismo país hay centenares de alcaldes, gobernadores y empresas muy grandes que sí van a seguir los acuerdos de París”. “Se dice que los líderes políticos no están haciendo nada, y eso no es verdad –concluye–. Ya saben lo que pasa y están haciendo cosas importantes para cambiar la situación. No es lo suficientemente rápido, pero ya lo saben”.
RELIGIÓN
Lo común a los tres monoteísmos
Los encargados de lanzar sus propuestas para reformular la religión en el siglo XXI fueron el teólogo holandés Bruno van der Maat y el ensayista y filósofo peruano Pablo Quintanilla, doctor en Filosofía por la Universidad de Virginia y máster por el King’s College londinense. Para Van der Maat, “hablar de religión hoy es como hablar del diablo, tiene mala fama, con un catolicismo envuelto en escándalos, el terrorismo islámico y un sionismo agresivo. La pregunta es: ¿es mejor pensar una nueva religión o mejor nos olvidamos de ella?”. Quintanilla respondió: “En el fenómeno religioso, tan antiguo como el hombre, late algo valioso. Puede añadir profundidad a la vida humana. Darle un sentido a la vida, como decía Wittgenstein. Es mirar las cosas con una actitud de reverencia ante todo lo que existe y con un sentimiento de solidaridad hacia los otros seres humanos”. El tema es que “el discurso religioso está pensado para otras épocas. Muchas cosas del discurso católico son absurdas, y la gente cree que esas tonterías son la religión”. Así, ambos proponen entender la religión del siglo XXI como “un espacio de apertura crítica, una conversación, un diálogo libre y plural”, y poner el énfasis en los aspectos comunes a los tres monoteísmos: “Que la vida tiene un sentido, que nace valiosa. Y que la religión es un instrumento de transformación social porque el dolor humano nos sobrecoge y nos impulsa a actuar”. “No veo razón –sostiene Quintanilla– para priorizar una forma religiosa sobre otra, el ecumenismo debe ser la base para la Reforma, centrarse en lo compartido, despojando a la religión de atavismos y supersticiones”. ¿Por ejemplo? “Esa idea que tiene mucha gente de que Dios les habla directamente es nociva. Si hablas con Dios, estás orando pero si te contesta es que estás psicótico. La religión bien entendida incluye una dosis de agnosticismo, pues solo Dios conoce sus rasgos y designios”. Otra patología sería “la arrogancia moral, que llega a la negación de lo humano, el cuerpo, el placer y la vida. El sufrimiento no es el fin al que deberíamos aspirar, todo lo contrario”. Asimismo, “a la Iglesia católica le costó veinte siglos aceptar la libertad de conciencia, otras religiones aún no la aceptan y deberían hacerlo”.
DIVERSIDAD
Integrar el conocimiento indígena en la universidad
La ensayista Lee Maracle (Vancouver, 1950) propone una reforma de la educación universitaria para integrar el conocimiento de los pueblos indígenas en los planes de estudio. Ese es, de hecho, su trabajo como asesora de varias universidades canadienses. “Los europeos llegaron –explica– y nos llamaron ‘sucios salvajes’ pero éramos nosotros los que nos bañábamos a diario”. En el terreno práctico, su propuesta afecta al método educativo: “Queremos que los estudiantes encuentren su propia verdad, no obediencia al maestro. Si los estudiantes repiten lo que les dicen los profesores podrán tener un doctorado, pero no serán pensadores. No está bien que los doctores vayan a la clase a pronunciar una conferencia. Yo me siento en el suelo con los estudiantes alrededor, y aprendo tanto de ellos como ellos de mí”. “A los 4 años –continúa– tuvieron que operarme, nosotros no hubiéramos sabido hacerlo. Nuestro pueblo sabe, en cambio, cómo aconsejarme mejor en la dieta, no me envenenaría con azúcar mezclado con agua. La cultura occidental prepara a la gente para trabajar, eso es lo que mejor sabe hacer. El azúcar movió la economía, había que aumentar su consumo, las empresas invirtieron en plantaciones, mataron indígenas y a ustedes les envenenaron”. Integrando los dos mundos, “nos libraríamos de enfermedades, la obesidad, dolencias cardíacas… Hay también apropiación del conocimiento indígena, el 90% de la medicina se basa en él. Se debe enseñar de dónde proceden esos conocimientos, como hace la Universidad de Oxford”.
GENÉTICA
¿Cuál es el límite?
El español Miguel Pita, doctor en genética y Biología Celular y autor de El ADN dictador (Ariel), solicita un debate mundial para establecer qué intervenciones genéticas pueden hacerse y cuáles no. “Tenemos la variante del gen que, por ejemplo, nos hace más promiscuos o más fieles, más agresivos o menos. Ahora no podemos, legalmente, coger el gen de un humano e injertárselo a otro, pero las herramientas ya están ahí. Hace apenas dos meses, se extrajo un gen, la variante estropeada que habría producido a un embrión la muerte súbita, y se le puso una copia sana. Después no se llevó a término el nacimiento, por motivos legales. Se ha hecho recientemente con otras dos enfermedades. Eso se va poder hacer con las personas que están por nacer, por una razón de volumen, con individuos que son una o dos células, porque nosotros necesitaríamos al menos 20 billones de reparaciones para tocar el gen de cada célula”. Pide, pues, que los políticos “presten atención a los avances científicos, para que estos no vayan más rápido que las legislaciones”.