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Se considera que la expresión «hacer el primo» nació justo derivada del recochineo con el que Joaquín Murat, enviado por Napoleón a tomar España, fue imponiéndole su voluntad punto por punto al Infante don Antonio Pascual de Borbón, el hombre encargado de presidir la Junta Suprema en ausencia del Rey Carlos IV y su hijo Fernando VII. Lo hizo a través de cartas encabezadas con las fórmulas protocolarias «señor, primo» o «mi primo», que era el tratamiento que empleaba la casa real para los grandes de España, pero que dicho en boca de Murat sonaba a rechifla.
Rey de Nápoles
Joaquin Murat, avanzadilla de los franceses, no era un hombre muy dado a respetar las decadentes casas reales de Europa. Cuenta el joven historiador Jonathan Jacobo Bar Shuali en su excelente obra ‘El Ejército napoleónico: la grande armée de Napoleón y sus aliados’ (Nowtilus) que este hijo de un posadero de Labastide-Fortunière, en el sur francés, estaba destinado a la carrera eclesiástica, pero acabó alistado como jinete en 1787 debido a «su fuerte carácter».
Cinco años después, el francés ya era oficial y estaba combatiendo mano a mano con Napoleón. En 1798, fue ascendido a general de división y estuvo presente en todas las grandes batallas del pequeño gran corso. En la campaña italiana de 1800, ayudó a ganar la batalla de Marengo y también jugó un papel destacado en la Batalla de Austerlitz de 1805 y en Jena el año siguiente. En 1807, se hizo inmortal para la historia al lanzar la mayor carga de caballería nunca vista durante la batalla de Eylau, dirigiendo entre 10.000 y 12.000 jinetes contra los rusos.
No obstante, fue su boda con Carolina Bonaparte, hermana del corso, la que cambió su vida. Ambos eran amantes de las artes y de la vida social, les gustaban el lujo y codearse con los grandes… Su carrera militar y la influencia de su cuñado le llevaron en pocos años a mariscal (1804), duque (1806) y Rey de Nápoles (1808). Antes de alcanzar este trono, encabezó la invasión de 50.000 efectivos a España, que se encontraba en ese momento fracturada entre los partidarios de Carlos IV y los de su hijo Fernando VII. Murat convenció a los reyes padres que estaba de su lado y, a cambio de que revocara la abdicación en favor de su hijo, el mariscal sacó a Manuel Godoy, encarcelado por Fernando VII, de su prisión en Villaviciosa de Odón para custodiarlo en su cuartel de Chamartín. De esta manera, se hizo con las riendas de ambos bandos sin disparar un gramo de pólvora. El Infante Antonio, del bando fernandino, trasladó una versión torticera de estos hechos a su sobrino:
«La sabandija [por María Luisa] se cartea que es un gusto con Murat y ha conseguido que se ponga en libertad al príncipe choricero; pero el pachorro de tu padre ha sido el que con más calor ha solicitado su liberación y que no le corten la cabeza […]. Tu padre, que no puede ya con el reuma, dice que sus dolores son las espinas que le has clavado en el corazón. ¿De dónde habrá sacado esas palabras tan bonitas? Se las habrá enseñado la sabandija»
«Siempre iba vestido con gran lujo»
Para evitarse más complicaciones dinásticas, Murat pastoreó a la familia real hacia Bayona, donde ya se encargaría su cuñado de poner orden. Como gobernador de Madrid, Murat sufrió el Levantamiento del dos de mayo de 1808 cuando trataba de evacuar hacia Francia a los últimos miembros Borbones en España, una revuelta popular que reprimió con la orden de disparar a la multitud que se congregaba ante el Palacio Real y luego asaltó a sagre y fuego. Suya fue la orden de los numerosos fusilamientos sin ningún tipo de juicio, así como el expolio artístico del patrimonio de la Corona, lo que incluyó cuadros y esculturas, joyas y hasta relojes de la colección real que terminaron en manos de su esposa Carolina y de la propia Josefina.
Murat aprovechó la oportunidad para postularse a sí mismo como Rey de España, pero Napoleón prefirió entregar dicho puesto a su hermano José Bonaparte, nombrando a Murat Rey de Nápoles con el nombre de Joaquín I Napoleón. El premio era menor, pero permitía al humilde jinete el milagro de convertir su sangre en azul.«Dirigió dos cuerpos de caballería y siempre vistió a lo húsar con todo tipo de combinaciones y estilos: mamelucos»
Durante la campaña por conquistar Rusia, el jinete «dirigió dos cuerpos de caballería y siempre vistió –en palabras de Bar Shuali– a lo húsar con todo tipo de combinaciones y estilos: mamelucos». Los exploradores caucásicos admiraron su estilo, montado en una silla hecha con piel de guepardo, siempre obsesionado con su imagen de dandy. El ayudante de cámara de Napoleón, Louis Constant Wairy, dejó escrita la manera en la que se ganó el aprecio de los rudos lituanos:
«Siempre iba vestido con gran lujo, y cuando su caballo le llevaba a la vanguardia de sus columnas, y el viento alborotaba sus abundantes cabellos; cuando daba aquellos sablazos que segaban a los hombres, entonces me explico que agradara particularmente a aquellas tribus guerreras cuyas cualidades exteriores son las únicas que pueden apreciarse. Se ha dicho que el Rey de Nápoles, blandiendo únicamente su gran sable, hizo retroceder a toda una horda de aquellos bárbaros».
Sin embargo, a partir de la campaña rusa Murat se alejó del Emperador de los franceses. Temiendo un motín incontrolable, Murat regresó a Nápoles sin avisar a nadie, abandonando el mando supremo que le había entregado Napoleón y empezó a maniobrar para sobrevivir a su cuñado. En los siguientes años se sucedieron las traiciones y también las reconciliaciones, sin que Murat lograra salir vivo del peligroso tablero de juego. En paralelo a la definitiva caída del corso, el jinete francés fue encerrado en el castillo de Pizzo, donde una comisión sumaria le juzgó y condenó a muerte.
El día de su fusilamiento vistió con su uniforme de Mariscal de Francia y no consintió que le vendaran los ojos, diciendo: «J’ai bravé la mort trop souvent pour la craindre» («He desafiado a la muerte en demasiadas ocasiones como para tenerle miedo»). Además, pidió a sus verdugos: «Sauvez ma face, visez à mon coeur… Feu!» (« Respetad mi rostro, apuntad a mi corazón… ¡Fuego!»).