Diecinueve años de la inundación de 1999 en Tuxpan, Veracruz

Por Brianda Zamora E.

 

El cinco de octubre pasado, se cumplieron diecinueve años de la inundación que dejó muchos daños materiales y “oficialmente”, ningún muerto.

Todo comenzó porque se juntaron dos fenómenos meteorológicos: el frente frío número cinco y la depresión tropical once.

Estaban anunciadas lluvias, pero nunca imaginamos que llegara a tal grado, hasta desbordarse el río Tuxpan.

Esa noche, mi mamá se quería a quedar a dormir en casa de mis abuelos, pues le daba temor de que las lluvias llegaran a más. Yo me ofrecí a quedarme con ellos. Pensaba dejar mi coche estacionado en el centro, pero ella sabiamente me dijo que mejor lo llevara a casa y me regresara sin él. Qué bueno que le hice caso, si no hubiera perdido totalmente mi coche, y aun lo estaba pagando, jajajaja.

Recuerdo que mi abuelo Agustín me acompañó a comprar la cena al entonces Mérida, el restaurante de antojitos que estaba en una de las esquinas del parque reforma. Yo estaba muy preocupada por la situación, y como él ya había vivido varias inundaciones en el pueblo, le pregunte que qué pensaba, si se desbordaría el río, y él, para tranquilizarme me dijo: “No te preocupes, que no se inundará”.

Regresamos a su casa, cenamos, y nos fuimos a dormir con mucha lluvia. Nada presagiaba lo que después ocurrió. Llovió tanto que no pudimos salir. Las líneas telefónicas se estaban yendo, solo servía la de mi despacho que estaba en la primera planta del edificio donde nos encontrábamos. No había luz, por tanto había que bajar por las escaleras. Por ratos bajaba a comunicarme con mi mamá. Ya había celulares en esa época, pero rápido dejaron de funcionar. Sabíamos que llegaría un momento en que no podríamos comunicarnos y así fue.

Yo creo que al día siguiente escuché que alguien gritaba mi nombre desde la calle, me asomo a la ventana y era mi hermana Gaby que se aventuró a llegar hasta nosotros; baje corriendo en pijama y nos pusimos a subir cosas del consultorio de mi papá, que también era su consultorio; en ese instante paso el entonces contralor del Ayuntamiento y nos empezó a ayudar a subir a mi despacho muebles, documentos y fotografías, mucho del material que mi papacito tenía y las cosas de Gaby. Le estamos muy agradecidos al contralor por su valiosa ayuda.

El nivel del agua que traía el río Tuxpan fue subiendo muy rápido. Al segundo día por la tarde noche, el agua estaba ya en dos metros, y nos quedamos incomunicados. En todo el edificio solo estábamos mis abuelos, el Dr. Gómez y una señora y sus dos hijos pequeños, su esposo era el gerente de Parisina y se quedó en la tienda subiendo telas para evitar que se echaran a perder. No sabíamos

cuánto tiempo duraría esto. Yo tenia miedo que fueran muchos días y no teníamos suficiente comida más que para unos cinco o seis días.

La parte más difícil fue cuando comenzaron a sonar las campanas de la catedral. La sensación era de un pueblo muerto; sentí un escalofrío tremendo. Pero me puse a pensar que en lugar de preocuparme había que ocuparme. Nos asomamos a la parte trasera del departamento de mis abuelos y me di cuenta de que en la cantina “Los dos Leones” olvidaron desconectar el gas. Bajé corriendo a llamar a protección civil, que en aquellos entonces era dirigida por Don Lalo Mejía, (q.e.p.d.) y el pobre no dio abasto con todo el trabajo que se vino encima. Me dijeron que andaba solucionando un problema con un camión de volteo en la playa. Yo tenia miedo que explotara porque el tanque andaba flotando sin ton ni son. Total, después de un rato el ruido del gas paro.

Al tercer día la lluvia se detuvo, y para matar el tiempo jugábamos dominó o nos asomábamos al balcón, de repente veo que viene una lancha por la calle cinco de febrero con dirección a Garizurieta. Fui corriendo por mi cámara para tomar fotos del recuerdo. En la lacha si mal no recuerdo venían Pepe Bisteni, Roberto Deschamps y Ernesto Ferrer, se detuvieron a saludarnos y siguieron su camino.

Aunque como comenté anteriormente, oficialmente no hubo muertos, recuerdo que Don José Luis Benítez (a) La Maravilla, quien en ese entonces trabajaba con mi familia, nos contó que en su calle flotaba una señora con vestido rojo. Fue una anécdota muy graciosa, pues al ver que el nivel del agua incrementaba, la gente comenzó a subirse a los techos de sus casas, y nos contó don  José, como cariñosamente le decimos, que su esposa estaba muy preocupada por él y cuando vio flotar a la señora del vestido rojo, empezó a gritar: “José Luis, José Luis”, y ya llorando pues pensaba que era él. Ya don José logró calmarla al verlo allí vivito y en paz. Lamentablemente la señora del vestido rojo estaba muerta. (D.E.P.)

Al cuarto día el agua bajo totalmente y pudimos salir. Todo era un lodazal. Los comercios estaban llenos de lodo, muchos perdieron su mercancía y hubo que comenzar desde cero. Las pérdidas materiales fueron incalculables pero lo que no se perdió fueron las ganas de trabajar y salir adelante.

Las tiendas de abarrotes y supermercados se quedaron sin mercancía. Recuerdo perfectamente que empezaron a racionar los productos. Solo se podía comprar un kilo de producto por familia, para que alcanzara.

Las líneas aéreas que volaban a Poza Rica, transportaron gratuitamente los envíos que familiares y amigos hicieran a los damnificados, cosa que les agradecimos muchísimo. Mi madrina Emely Bache y mi tío Eduardo Escudero nos mandaron cajas con despensa y víveres.

La ayuda gubernamental tardo en llegar, pero llegó.

A diecinueve años de aquella inundación, que nos trae muchos recuerdos tristes y, en particular a mi felices, por haber podido estar con mis abuelos que ya no los tengo físicamente pero siempre están en mi mente y en mi corazón.

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