Desde el mito de Adán y Eva: ¡pobres hombres, no son los responsables!

Por Fernando Guzmán Aguilar/Gaceta UNAM

La primera mujer de Adán no fue Eva sino Lilith, quien fue creada en una situación de igualdad y no de subordinación, y por lo tanto tenía el mismo status que Adán, según la cultura hebrea.

Eva y Lilith son expulsadas del Paraíso. Una por tentar a Adán con el fruto prohibido, la manzana, según la narrativa de la Biblia. La otra, al no querer estar subordinada, es condenada y también expulsada, dice la maestra Sandra Escutia Díaz, profesora de la Facultad de Filosofía y Letras (FFyL) de la UNAM.

En el mito que todos conocemos, Dios crea a Eva de una costilla de Adán. La serpiente aconseja a Eva tentar a Adán con la fruta del árbol prohibido. Adán cede y los dos son castigados y expulsados del Paraíso.

Según el mito, Eva es la culpable exclusiva de la expulsión, y desde entonces, a lo largo de la historia, dice la maestra Escutia Díaz, ella es parte fundacional de la responsabilidad de las mujeres en el valle de lágrimas donde vive el ser humano.
Sin embargo, “algo invisibilizado en el mito es que a partir de entonces (desde tiempos bíblicos) el varón deja de ser responsable de sus actos, de su apetito, de sus emociones, de su sexualidad”.

Culpar a Eva, y por por lo tanto, a las mujeres se arrastra hasta nuestros días. Un ejemplo: en 2005, “La marcha de los hombres” realizada en la Ciudad de México, del Ángel de la Independencia al Zócalo, presentó un manifiesto, cuyo artículo 10 dice:

Sancionar en forma legal y a través de campañas promocionales y publicitarias a las mujeres que violan la serenidad sexual de los hombres y los seducen, provocan y utilizan, aprovechándose de sus encantos.

Se ha logrado castigar a los violadores y a los acosadores sexuales, pero no se ha trasladado ese concepto a las mujeres. Ellas, a través de sus coqueteos y técnicas de seducción y provocación, mediante su manera de vestir (minifaldas, escotes, etcétera), su forma de moverse (claviculación, cerviculación, caderación, cabelleo) y su modo de hablar (de un modo ingenuo, con dulzura fingida e inocencia) practican acoso sexual y violación de distintos grados sobre el hombre. Lo curioso de todo esto es que ellas no buscan sexo, sino calentar al hombre y alborotar su hormona para conseguir cualquier especie de favor o tarea masculina, ajena al evento sexual.
En este manifiesto, dice la maestra Escutia Díaz, hay una continuidad de la idea de que las mujeres son responsables de esta expulsión del Paraíso, de sacar al hombre de ese momento de tranquilidad.

Hay otro tipo de manifestaciones sociales donde los hombres parecen disgustados porque las mujeres han cuestionado su situación y se oponen a la subordinación. Un ejemplo, apunta la catedrática de la UNAM, son “los Incel”, grupo de varones que se autodenominan célibes involuntarios y que no pueden tener relaciones sexuales porque las mujeres se han transformado y están exigiendo unas cosas que ellos no quieren ni pueden dar. “Entonces han creado una cultura neo misógina muy profunda”.

Figuras antagónicas

Socialmente —agrega la profesora de Género, violencia y ética comunitaria—, desde la fundación del mito de Adán y Eva hasta la actualidad, la sociedades siempre han creado figuras antagónicas de las mujeres para que una de ellas sea la responsable de los males de la sociedad, de la perdición de los hombres, de matrimonios rotos. Eso está ahí constantemente.

Además de la expulsión del Paraíso, Eva fue la responsable de “conseguir todo ese estado de bienestar, con sus propias manos, haciendo así una repartición diferente de los roles sociales a lo largo de los siglos”.

Ese y otros mitos de la Biblia han propiciado también la frase: “las mujeres tienen que aguantar una cruz, el castigo del pecado”. Para la maestra Escutia Díaz, aguantar esa cruz supone aguantar ser violentada, el machismo, las infidelidades e incluso el “derecho al habla”. Por ejemplo, una mujer que denuncia maltrato, en el juzgado es silenciada y enviada a su casa: “pórtese bien y su esposo no la va a volver a golpear”, le dicen.

Al probar el fruto prohibido, Adán y Eva acceden al conocimiento y son conscientes de su cuerpo, de su desnudez, que habría que cubrir. Esto se observa también en las violencias cotidianas. Cuando hay agresiones sexuales a las mujeres, lo primero que se pone en entredicho es cómo estaba vestida, si andaba de fiesta o si había bebido.

A diferencia de los varones, agrega la maestra Escutia Díaz, a las mujeres se les niega el ejercicio de su libertad de tránsito y el disfrute de su sexualidad.

La profesora de la FFyL subraya que a través de este mito fundacional se ha perpetuado la indiferencia y falta de responsabilidad de los hombres sobre sus reacciones violentas, posesivas y machistas.

Es necesario, propone, su relectura para que los hombres se puedan “recolocar” y estemos conscientes de que hay que transformar a la sociedad, “haciéndose cada quien responsable de las violencias que genera y de las relaciones sanas que pudiera tener”.

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