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Los estudiosos no se han puesto de acuerdo con el origen del mal del músico, que pudo ser desde una dolencia intestinal hasta la sífilis
Por: Julio Bravo/ABC
El 7 de mayo de 1824, el desaparecido Kärntnertortheater de Viena se vistió de gala para acoger el estreno de la Novena Sinfonía de Ludwig van Beethoven. Para el compositor alemán, que tenía entonces 53 años, suponía su primera aparición en público en una década. La expectación era enorme en la ciudad. Beethoven decidió seguir el concierto, partitura en mano, junto al director de orquesta, Michael Umlauf.
Al concluir la vibrante «Oda a la alegría» con la que se remata la sinfonía, el público estalló. El músico, enfrascado todavía en su partitura, que solo escuchaba ya en su cabeza, no escuchaba las ovaciones y los gritos de los espectadores. Uno de los intérpretes se acercó a él, le tocó el hombro y le indicó que se girara, y entonces Beethoven fue consciente de que su Novena Sinfonía había tenido un gran éxito.
En la fecha del estreno de esta inmortal partitura, Ludwig van Beethoven ya era completamente sordo. Había notado los primeros síntomas de su sordera antes de cumplir los treinta años. En julio de 1798, según recoge Yolanda Pinto Cebrián en su libro «Viviendo con Ludwig», escribía a su amigo el violinista letón Carl Amenda una carta en la que le contaba sus problemas auditivos: «Mi audición en los últimos dos años es cada día más pobre; los ruidos en los oídos se hacen permanentes y ya en el teatro tengo que colocarme muy cerca de la orquesta para entender el autor. Si estoy retirado no oigo los tonos altos de los instrumentos. A veces puedo entender los tonos graves de la conversación pero no entiendo las palabras. Mis oídos son un muro a través del cual no puedo entablar ninguna conversación con los hombres».
El problema se fue agravando con el tiempo y no solo modificó el carácter del músico -según uno de sus alumnos llegó a pensar en el suicidio-, sino también su modo de componer. Durante años trató de mantenerlo en secreto: «Te suplico que mantengas un profundo secreto acerca del asunto de mi sordera, no lo confíes a nadie, no importa a quien», escribió en 1801 al médico y amigo suyo Franz Gerhard Wegeler. En la propia misiva le confesaba: «Por dos años, he evitado casi toda reunión social, porque me es imposible decirle a la gente “hable mas fuerte, estoy sordo”… Si yo perteneciera a cualquier otra profesión esto seria mas fácil, pero en la mía el hecho es algo aterrador…»
Pero ¿cuál era la causa de una sordera que le hizo pasar los últimos años de su vida recluído y acentuar su carácter huraño y asocial? El doctor John Wagner le practicó la autopsia tras su muerte, el 26 de marzo de 1827, y escribió: «El cartílago del oído es de enormes dimensiones y de forma irregular. El hoyuelo del escafoides, y sobre todo la aurícula, son de dimensiones inmensas, y de una vez y media la profundidad usual…»
Trasladados sus restos en 1898 al Central Friedhall, los Amigos de la Música de Viena solicitaron su examen, y la necropsia realizada decía así, según cita el médico colombiano Jorge García Gómez («Genio y Drama: La Sordera de Beethoven»): «El conducto auditivo externo, sobre todo al nivel del tímpano, estaba engrosado y recubierto de escamas brillantes. La Trompa de Eustaquio estaba muy engrosada, presentando una mucosa edematosa y un poco retraída al nivel de la porción ósea. Adelante de su orificio, en la dirección de las amígdalas, se nota la presencia de pequeñas depresiones cicatrizoides. Las células visibles de la apófisis mastoidea se presentaban recubiertas de mucosa fuertemente vascularizada, y la totalidad del yunque aparecía surcada por una marcada red sanguínea sobre todo el nivel del caracol cuya lámina espiral se apreciaba levemente enrojecida. Los nervios de la cara eran de espesor considerable. Los nervios auditivos, al contrario, adelgazados y desprovistos de la sustancia medular. Los vasos que los acompañan, esclerosados. El nervio auditivo izquierdo mucho más delgado, salía por tres ramas grisáceas muy finas, mientras que el derecho estaba formado apenas por un cordón más fuerte y de un blanco brillante».
Según el científico colombiano, hay que bucear en la historia clínica de Beethoven para atisbar las causas de su sordera. En ella, asegura, «se revelan algunas enfermedades intercurrentes. En su niñez presentó viruela, que dejara cicatrices faciales permanentes. Principió a tener ataques asmáticos a los 16 años con resfriados frecuentes que se acompañaban de cefaleas. No hay antecedentes de otitis supuradas que hubieran lesionado la cadena osicular, en contra de lo que se ha pensado de que su sordera fue debida a otomastoiditis».
Los chilenos Dalma Domic T. y Ernesto Paya G. establecieron en su trabajo «Treponema pallidum y la sordera de Ludwig van Beethoven» una relación de los males que aquejaron al músico y de las teorías sobre el origen de las mismas: «Además sufrió de crisis de asma, y episodios recurrentes de dolor abdominal, diarrea y constipación. En sus cuarenta años comienza con cefaleas y dolores articulares, agregándose en sus cincuenta, episodios de ictericia y un cuadro de dolor ocular severo que duró varios meses. Algunos meses antes de su enfermedad final, comienza con edema de extremidades inferiores, ictericia, epistaxis y melena. Durante los siglos posteriores a su muerte, se han planteado múltiples etiologías para explicar las variadas manifestaciones de las enfermedades de Beethoven; entre otras sífilis, otoesclerosis, sarcoidosis, enfermedad de Paget, enfermedad de Whipple, lupus eritematoso diseminado, e intoxicación por plomo».
En la biografía del músico escrita por Jean y Brigitte Massin, los autores citan al doctor Marage, que ofreció sus conclusiones en varias conferencias ofrecidas entre 1928 y 1929 en la Academia francesa y en distintas cartas. «Según el doctor Marage -dicen los biógrafos-, llegamos a la conclusión de que nos encontramos en presencia de una laberintitis (lesión del oído interno) de origen intestinal. Basándose en el estado de la evolución del mal, descrito en las cartas de 1801 y 1802, se podría afirmar que los zumbidos -por donde comienza siempre una laberintitis- han empezado en 1796; que la sordera propiamente dicha se inicia sobre el año 1798, lo que coincide con la cronología indicada por el propio Beethoven. En 1801, el doctor Marage estima que Beethoven ha perdido el 60 por 100 de la audición normal. “Todavía oye las palabras pero ya no las entiende”; en efecto, oye solo las vocales: los sonidos consonánticos han desaparecido, porque duran muy poco tiempo, a veces veinte veces menos que los vocálicos. En fin, en 1816, la sordera es completa para todos los sonidos».
De 1986 es el estudio «Beethoven et les Malentendus», de Maurice Porot y Jacques Miermont, en el que aseguraban: «Nunca sabremos realmente el estado de su osciles pero según lo escrito por Beethoven, las fechas y los síntomas que describe, se pueden hacer las siguientes observaciones: se trata del comienzo de la sordera en un hombre joven, sin previa inflamación del oído, sin problemas de audición heredados en la familia, una progresiva perdida de audición mas allá de los distintos tratamientos a los que se sometió»; y concluían: «o bien neuro labyrinthitis, u otospongiose».
Un año después, dos profesores de la Universidad de Viena, Hans Bankl y Hans Jesserer, ambos médicos, aseguraban en su libro «Las enfermedades de Ludwig van Beethoven» que la causa de la sordera fue una otosclerosis de oído interno. Los dos investigadores llegaron a esta conclusión tras examinar tres huesos del cráneo, supuestamente de Beethoven, que el médico vienés Franz Romeo Selgimann decidió guardar durante el traslado de los restos de 1863.
También García Gómez habla de esta enfermedad: «La revisión de esta historia clínica nos lleva a la conclusión de que la enfermedad de Beethoven fue una sordera del mecanismo de conducción por otosclerosis con fijación del estribo y que se inició a los 24 años de edad y se hizo progresiva hasta llegar a la fijación total cuando él tenía 35 años. Posteriormente aparecen lesiones otoscleróticas en el oído interno y muy posiblemente la sífilis y drogas ototóxicas lesionaron el órgano de Corti que lo llevaron a la sordera total en los últimos años de su vida».
Introduce el científico colombiano un mal que era «la gran causa de sordera de la época»: la sífilis, que algunos estudiosos han señalado que tenía congénita. Es posible que Beethoven, según García Gómez, «hubiera adquirido la sífilis entre los 45 a 48 años y esta puede ser la causa de la lesión secundaria del nervio auditivo que sumada a la otosclerosis y a la toxicosis por arsénico y bismuto hubiera podido producir la sordera total».
El propio Ludwig van Beethoven achacaba a sus «tripas» su sordera. En una carta a Franz Wegeler fechada en 1801 escribió: «La causa de esto debe ser la condición de mis tripas que, como sabes, ha sido siempre terrible y ha estado poniéndose peor, ya que siempre estoy aquejado de diarrea, lo que me causa una increíble debilidad. Frank (el Dr. Frank) quería tonificar mi cuerpo con medicinas de tónico, y restaurar mi oído con aceite de almendras, pero, prosit, no pasó nada, mi oído se puso peor y peor, y mis entrañas permanecieron en el estado en que se encontraban. Esto duró hasta el otoño del año pasado y a menudo me sentí desesperado. Entonces apareció un medico asno, que me recetó tomar baños fríos para mi salud. Otro medico mas sensato me receto el usual baño tibio del Danubio. Esto funcionó maravillosamente, mis tripas mejoraron, pero mi sordera se quedó igual, inclusive peor. Este último invierno me sentí realmente miserable, tuve ataques terribles de cólicos y volví a mi condición anterior. Así permanecí hasta hace 4 semanas atrás, cuando fui a ver a Vering, pensando que mi condición demandaba un cirujano, y por otra parte tenia gran confianza en el. Tuvo éxito casi completamente en parar la terrible diarrea. Me prescribió baño tibio de Danubio, dentro del cual debía echar cada vez una pequeña botella de líquido fortalecedor. No me dio ninguna otra medicina hasta hace cuatro días, entonces me prescribió píldoras para mi estómago y una clase de hierbas para mi oído. Desde entonces puedo decir que me siento mejor y más fuerte, excepto por mis oídos que zumban constantemente, día y noche».
Fuera lo que fuera, lo cierto es que la sordera no impidió a Ludwig van Beethoven seguir creando obras maestras (hay teorías que señalan que incluso esta deficiencia influyó en su forma de componer) para convertirle en uno de los grandes compositores de la historia.