Por Montse Hidalgo Pérez Olivia L. Bueno (vídeo) /El País
¿Qué vas a hacer cuando ese terabyte de morralla se te escape como agua entre los dedos? Primer consejo: si se te ha caído al suelo, no lo enchufes
Clac, clac, clac. Es el sonido que hacen los discos duros cuando agonizan, la señal de que toda la información que almacenas dentro podría estar en peligro. Hace algunas décadas, ese clac, clac, clac era igual de amenazante, pero no ponía tanto en juego.
Ahora, nuestros discos duros son como el bolso de Mary Poppins. «Cualquiera puede tener tres teras de información. Y cuánto más espacio tienes, más guardas y más te olvidas de cuidar el disco. Sigues metiendo y metiendo hasta el día que falla», explica Carlos Sánchez, director de Ondata, una empresa especializada en recuperación de discos duros.
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- Autopsia
Cabe más información… ¿por menos tiempo? Sánchez y Fernández no ven claro que la vida útil de los dispositivos de almacenamiento se haya acortado, pero sí tienen fichadas las causas de muerte más habituales entre las que cada año llevan a sus oficinas una media de 3.600 cacharros. «Antes eran disquetes y discos, ahora nos llega de todo: móviles, tarjetas de cámaras, pendrives…», precisa el director de Ondata.
Entre estos jinetes del apocalipsis digital está la calidad de los materiales. «Al final los fabricantes lo que quieren es que vayan muy rápido y sean muy baratos», explica Fernández. Digamos que no es lo mismo guardar tus preciados documentos en una bolsa de plástico que en un robusto maletín. «Nosotros cuando leemos un chip vemos sus tasas de error. Cuando lees uno malo del típico pendrive que te regalan, ya ves que te va a costar recuperarlo».
Además, conviene elegir bien los soportes. La versión ‘moderna’ de los discos clásicos -los sólidos o SSD- tiene sus ventajas, pero no es tan robusta como su nombre indica. Un SSD es, en líneas generales, un pendrive a lo grande. La ausencia de delicados discos y agujas en el interior de estos sistemas es lo que les ha valido su sólida reputación. «Mentira», sentencia Fernández. ¿Nos están timando entonces? «No, pero el problema que tienen es que no están preparados para ciertas cosas. Si tienes que usar un software que hace procesamiento y tiene que ir muy rápido, el SSD es estupendo, es una maravilla. No hay punto de comparación. Pero a la hora de guardar datos, es mejor el disco». En resumen, sólidos para procesar y clásicos para almacenar.
Por último, se entrelazan el azar, la mecánica, la ley de Murphy -«si algo malo puede pasar, pasará»- y nuestra humana torpeza. Por mucho cuidado que tengas, lo mismo puedes sufrir un defecto de fábrica que un ataque de manos de mantequilla. Todo es posible: «A mí me trajeron una tarjeta y me dijeron que había estado una semana en el fondo del mar», recuerda Fernández. «Y se recuperó, ¿eh? Esa era de las buenas».
- ¿Está vivo?
Hay algunos indicios de que tu disco duro podría estar al borde de la muerte. El clac, clac, clac ya te lo sabes, pero también podrías notar que se vuelve especialmente lento o detectar daños inesperados en algún archivo. Huelga decir que si lo has visto en el fondo del mar, envuelto en llamas o se te ha caído, aumentan tus papeletas. Cuando ocurra alguna de las anteriores, hazte a la idea de que tu disco duro, móvil, tarjeta o pendrive es una patata caliente. Cuanto menos la toques, mejor.
«Un caso que llega muchísimo es que se cae el disco al suelo. ¿Y qué es lo primero que hace todo el mundo? Enchufarlo. Eso es lo peor que puedes hacer», comenta Fernández. En los discos clásicos, el problema está en la aguja, que puede haberse desplazado con el impacto. «Aunque se mueva solo un poquito, puede tocar el plato magnético, que gira hasta a 7.200 revoluciones por minuto, y rayarlo. En algunos casos se puede llegar a una recuperación parcial. En otros ni eso».
Tampoco es buena idea que tú o tu amigo el informático abráis la carcasa para ver qué se cuece. «Con dos segundos que esté abierto, ya entra toda la porquería», advierte el responsable de laboratorio. Unas motas de polvo que tu ojo apenas ve son para la aguja el iceberg que hundió el Titanic. Por eso en Ondata abordan estos casos desde el interior de una cámara limpia con flujos de aire que impiden la entrada de partículas.
- Prevención
Lo mejor que puedes hacer mientras tus dispositivos aún conservan la salud es un poquito de prevención: expúlsalos del equipo antes de desenchufarlos, no los coloques en la esquina de una mesa, no muevas los discos mientras están en funcionamiento, no los dejes al sol -las temperaturas extremas también son letales-, no guardes tus archivos más preciados en un pendrive que te regalaron en el súper y no seas bruto. «Uno de los grandes problemas de hoy en día es que queremos meter demasiada información en algo barato y que no está preparado para ello», señala Fernández.
La copia de seguridad es tu mejor amiga, pero con ella también tienes que tener cuidado. Lo primero es una perogrullada, pero hay que decirlo: no la guardes en el mismo equipo. Lo segundo es un problema más reciente: los cryptolockers. Si uno de estos virus secuestradores de información alcanza tu ordenador y tienes el disco duro conectado en ese momento, la copia que guardas ahí quedará tan inexpugnablemente encriptada como el original.
Si pasa lo peor, no tampoco te des por vencido. De acuerdo con los diagnósticos iniciales de Ondata, en torno al 80% de los dispositivos que reciben son total o parcialmente recuperables. Y si tu incidente cae en el 20% menos afortunado, aún puedes poner tus esperanzas en los avances tecnológicos. «Cuando damos algún disco por irrecuperable recomendamos a nuestros clientes que lo guarden porque a lo mejor en uno o dos años lo pueden volver a enviar», explica Sánchez. Además, los diagnósticos iniciales no son infalibles. «Hemos salvado discos quemados y destrozados. Y muchas veces, por un fallo tonto, la información no sale».
El coste del rescate depende del tipo de fallo -mecánico, electrónico o de lógica-, pero suele oscilar entre los 200 y los 1.000 euros. La cifra es elevada, pero se justifica por las horas de trabajo que esconde, muchas veces infrarrepresentadas. «He tenido casos en los que he tardado hasta tres y cuatro meses en sacar la información», explica Fernández. ¿Pagar o no pagar? Depende del precio que pongas a lo que guardas dentro. «Yo creo que realmente no valoramos la información que tenemos. El mensaje que te dan muchas veces es: ‘Pero si a mí un disco duro me sale mucho más barato’. La cosa es que ahí no están tus datos», sentencia Sánchez.