Por Miguel López Azuara/Cambio de luces
Recordamos el 2 de octubre, cincuenta años después, con tres poetas: José Emilio Pacheco, Jaime Sabines y Rosario Castellanos.
Voces de Tlatelolco
Por José Emilio Pacheco
Textos traducidos del náhuatl por Ángel María Garibay y Miguel León-Portilla en Visión de los Vencidos (1959) introduce su poema:
Cantares Mexicanos
Cuando todos se hallaban reunidos
los hombres en armas de guerra cerraron
las entradas, salidas y pasos.
Se alzaron los gritos.
Fue escuchado el estruendo de muerte.
Manchó el aire el olor de la sangre.
La vergüenza y el miedo cubrieron todo.
Nuestra suerte fue amarga y lamentable.
Se ensañó con nosotros la desgracia.
Golpeamos los muros de adobe.
Es toda nuestra herencia una red de agujeros.
Eran las seis y diez. /Un helicóptero / sobrevoló la plaza. / Sentí miedo. Cuatro bengalas verdes. Los soldados / cerraron las salidas. / Vestidos de civil, los integrantes del batallón Olimpia
-mano cubierta por un guante blanco- / iniciaron el fuego.
En todas direcciones / se abrió fuego a mansalva. / Desde las azoteas, dispararon los hombres de guante blanco. / Disparó también el helicóptero.
Como pinzas / se desplegaron los soldados. / Se inició el pánico. / La multitud corrió hacia las salidas / y encontró bayonetas. / En realidad no había salidas: / la plaza entera se volvió una trampa.
–Aquí, aquí Batallón Olimpia. / Aquí, aquí Batallón Olimpia. /
Las descargas se hicieron aun más intensas. / Sesenta y dos minutos duró el fuego.
-¿Quién, quién, ordenó todo esto? / Los tanques arrojaron sus proyectiles. / Comenzó a arder el edificio Chihuahua. / Los cristales volaron hechos añicos. / De las ruinas saltaban piedras./
Los gritos, los aullidos, las plegarias / bajo el continuo estruendo de las armas. / Con los dedos pegados a los gatillos / le disparan a todo lo que se mueva. / Y muchas balas dan en el blanco.
–Quédate quieto, quédate quieto: / si nos movemos nos disparan. / — ¿Por qué no me contestas? / ¿Estás muerto?
—Voy a morir, voy a morir. /Me duele. / Me está saliendo mucha sangre. / Aquél también se está desangrando.
–Aquí, aquí Batallón Olimpia. /– Hay muchos muertos. / Hay muchos muertos. / Asesinos, cobardes, asesinos. / –Son cuerpos, señor, son cuerpos.
Los iban amontonando bajo la lluvia. / Los muertos bocarriba junto a la iglesia. / Les dispararon por la espalda.
Las mujeres cosidas por las balas, / niños con la cabeza destrozada, / transeúntes acribillados. /Muchachas y muchachos por todas partes. / Los zapatos llenos de sangre. / Los zapatos sin nadie llenos de sangre.
–Vi en la pared la sangre. / –Aquí, aquí Batallón Olimpia.
–¿Quién, quién, ordenó todo esto? / — Nuestros hijos están arriba. / Nuestros hijos, queremos verlos.
–Hemos visto cómo asesinan. / Miren la sangre. / Vean nuestra sangre. / En la escalera del edificio Chihuahua sollozaban dos niños / junto al cadáver de su madre. / –Un daño irreparable e incalculable.
Una mancha de sangre en la pared, / una mancha de sangre escurría sangre.
Lejos de Tlatelolco todo era / de una tranquilidad horrible, insultante. / ¿Qué va a pasar ahora, / qué va a pasar?
Con textos reunidos por Elena Poniatowska en
La noche de Tlatelolco.
Tlatelolco 1968
Por Jaime Sabines
Nadie sabe el número exacto de los muertos,
ni siquiera los asesinos,
ni siquiera el criminal
(ciertamente, ya llegó a la historia
este hombre pequeño por todas partes,
incapaz de todo, menos del rencor)
Tlaltelolco será mencionado en los años que vienen
como hoy hablamos de Río Blanco y Cananea,
pero esto fue peor,
aquí han matado al pueblo;
no eran obreros parapetados en la huelga, eran mujeres y niños, estudiantes,
jovencitos de quince años,
una muchacha que iba al cine,
una criatura en el vientre de su madre
todos barridos, certeramente acribillados
por la metralla del Orden y Justicia Social
A los tres días, el Ejército era la víctima
de los desalmados
y el pueblo se aprestaba jubiloso
a celebrar las Olimpiadas que darían gloria a México
Memorial de Tlatelolco
Por Rosario Castellanos
La oscuridad engendra la violencia / y la violencia pide oscuridad / para cuajar el crimen. Por eso el dos de octubre aguardó hasta la noche / Para que nadie viera la mano que empuñaba / el arma, sino sólo su efecto de relámpago.
¿Y a esa luz, breve y lívida, quién? / ¿Quién es el que mata? / ¿Quiénes los que agonizan, los que mueren? / ¿Los que huyen sin zapatos? / ¿Los que van a caer al pozo de una cárcel? / ¿Los que se pudren en el hospital? / ¿Los que se quedan mudos, para siempre, de espanto? / ¿Quién? ¿Quiénes? Nadie.
Al día siguiente, nadie. / La plaza amaneció barrida; los periódicos / dieron como noticia principal / el estado del tiempo.
Y en la televisión, en el radio, en el cine / no hubo ningún cambio de programa, / ningún anuncio intercalado ni un / minuto de silencio en el banquete. / (Pues prosiguió el banquete)
No busques lo que no hay: huellas cadáveres / que todo se le ha dado como ofrenda a una diosa, / a la Devoradora de Excrementos.
No hurgues en los archivos pues nada consta en actas. / Mas he aquí que toco una llaga: es mi memoria / Duele, luego es verdad. Sangre con sangre y si la llamo mía traiciono a todos.
Recuerdo, recordamos. / Esta es nuestra manera de ayudar a que amanezca / sobre tantas conciencias mancilladas, / sobre un texto iracundo sobre una reja abierta, / sobre el rostro amparado tras la máscara. / Recuerdo, recordamos / hasta que la justicia se siente entre nosotros.