Al Capone, la construcción de una leyenda

En esta excepcional biografía, Deirdre Bair aborda la figura del gánster más famoso a través de su vida familiar. Desde su infancia en Brooklyn a sus últimos días, enfermo y con el dinero justo

 

Por: Jaime G. Mora/ABC

 

No había cumplido 18 años y ya era responsable de media docena de muertes. En los años que transcurrieron entre sus inicios en el mundo de los gánsteres y su ingreso en prisión, en 1932, llegó a acumular una fortuna de más de 40 millones de dólares de la época, equivalentes a 550 millones de hoy. Al año podía llegar a facturar hasta 105 millones de dólares (1.300 millones actuales). Durante los seis años que estuvo al frente de la organización criminal que heredó con apenas 26 años, Alphonse Gabriel Capone, Al Capone, fue el rey del hampa de Chicago.

De familia italiana, pero nacido en Estados Unidos −«No soy italiano, nací en Brooklyn», decía−, se hizo de oro con la venta de alcohol de contrabando durante la década de la Ley Seca, entre 1920 y 1930. Organizaba timbas, prostituía mujeres, vendía drogas… Las lavanderías, las tintorerías, la tiendas de helados, los transportistas, los constructores, los fontaneros, los campos de minigolf… pocos negocios se libraban de las extorsiones de su organización. Su poder era tal que llegó a amañar elecciones y organizaba fastuosas veladas en su casa para la alta sociedad. Un tercio de sus ingresos se le iban en sobornos a políticos, jueces, policías y periodistas.

Vida familiar

Al Capone fue un criminal sin escrúpulos. Se le ha relacionado, directa o indirectamente, con más de 200 asesinatos. Y sin embargo, setenta años después de su muerte, su leyenda no deja de crecer. Lo dice Deirdre Bair, biógrafa de Samuel Becket, Simone de Beauvoir o Anaïs Nin, en «Al Capone. Su vida, su legado y su leyenda»: «Para la mayoría de los americanos de los locos años veinte, era un héroe americano porque hacía en público lo que casi todos ellos tenían que hacer a escondidas: infringir la ley y conseguir que el delito quedara impune».

Cómo un matón se convirtió en mito, en un personaje que sigue inspirando películas y series de televisión, cuyo modelo de «negocio» lo estudian hoy en la Escuela de Negocios de Harvard, con un nombre más popular que el de muchos expresidentes del país, es lo que Bair trata de desentrañar en esta excepcional biografía. De entre los cientos de libros que se han escrito sobre Al Capone, este brilla por la manera en que aborda la figura del mafioso: a través de su vida familiar. Bair se sirve de los testimonios de los descendientes del gánster para relatar la vida íntima de un hombre que todos los días telefoneaba a su madre y a su esposa, a quien no obstante engañó con multitud de amantes, y preocupado por la educación de su hijo Sonny, de quien esperaba que fuera médico, hombre de negocios o abogado.

Hay dos Al Capones: uno sanguinario, un asesino despiadado, y otro a quien le gustaba representar el papel de «Don Dadivoso». Este es el que muestra Bair:el hombre al que llamaban Snorky («acicalado», «figurín», en la jerga de la época), capaz de gastar decenas de miles de dólares en trajes a medida de color verde lima, amarillo limón o malva, pero también impulsor de iniciativas como la apertura de un comedor social para dar de comer a 3.000 personas en plena Depresión. A los hijos de un amigo, cada vez que lo visitaba, les daba un billete de cien dólares a cada uno: «Para que os compréis un helado». En sus fiestas había alcohol y pasta italiana en abundancia. En una rueda de prensa que organizó en su propia casa, recibió a los periodistas «en zapatillas, con un delantal rosa y empuñando un cucharón de madera con el que había estado removiendo la salsa para los espaguetis de su madre».

Figura mediática

Bair sostiene que la prensa contribuyó a hacer de Al Capone un fenómeno cultural. Era una figura muy mediática, que vendía periódicos, y si no había noticias sobre él, los periodistas debían inventárselas. Eso «tal vez explique por qué la realidad y la ficción acabaron mezclándose inextricablemente», dice Bair. Al Capone era también un manipulador astuto, «que sabía improvisar sobre la marcha y solía controlar todo lo que decía». En esta biografía, Bair hace un esfuerzo por contar con rigor muchas de las leyendas que han circulado en torno a su figura. ¿Es verdad que mató con un bate de béisbol a dos sicarios, como hace Robert de Niro en «Los intocables de Eliot Ness»? Bair no encuentra ninguna prueba que le permita afirmar que esto ocurrió.

Al Capone cayó no por los cientos de crímenes en los que estuvo involucrado, ni por su largo historial delictivo, sino por evadir impuestos. Nunca se tomó estos cargos en serio, tal vez porque era una línea de investigación inédita, y fue condenado a once años. En el tiempo que estuvo encarcelado se le recrudeció la sífilis que sufría, mal tratada por los médicos de la prisión, y cuando quedó en libertad su cerebro había quedado tan deteriorado que había vuelto a la edad mental de un niño de 7 años.

Pasó los últimos años de su vida rodeado de su familia, con el dinero justo y aliviado por haber abandonado la organización: «Incluso con sus reducidas facultades mentales disfrutaba de la vida diaria».

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