Por Alfonso Basallo/Nueva Revista
“La pandemia nos ha enseñado que somos interdependientes, los países y las personas, y que todos los seres humanos estamos en el mismo barco” afirmó la catedrática de Ética Adela Cortina en la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR).
La filósofa participó en la sesión “Ética y política cosmopolitas” del seminario “Pensar el siglo XXI”, dirigido por el catedrático emérito de Sociología Emilio Lamo de Espinosa, y organizado por el Consejo Social de UNIR, que preside el exministro Jordi Sevilla, con la colaboración de Nueva Revista.
Intervinieron además el filósofo Javier Gomá, director de la Fundación Juan March; el escritor Álvaro Delgado Gal, director de Revista de Libros; y el abogado Benigno Blanco, socio del bufete Iuris Family Office.
“Todos los seres humanos, dotados de razón y emociones, son ciudadanos del mundo”
Ante la pregunta del moderador, Emilio Lamo de Espinosa, ¿es posible una ética cosmopolita en un mundo globalizado?, Adela Cortina señaló que “no parece que sean buenos tiempos para el cosmopolitismo” por “el miedo ante la pandemia, la incertidumbre ante la globalización que crea pobreza y desigualdad, el debilitamiento de la democracia y el aumento del autocratismo”.
Ante esos retos es necesario encontrar respuestas éticas, políticas y jurídicas, y la tradición cosmopolita resulta “muy adecuada”. Esa tradición empieza hace veinticinco siglos, con los estoicos. Indica que “toda persona pertenece a dos comunidades. Por un lado pertenece a la comunidad donde nace contingentemente, que es la que da una identidad política. Pero toda persona pertenece además a otra segunda comunidad, la de todos los seres humanos y eso le da una identidad moral; y esta es incluyente”. De suerte que “todos los seres humanos, dotados de razón y emociones, son ciudadanos del mundo”.
Este ideal se ha ido “cargando de contenido a lo largo de la Historia”. En el siglo XVIII con el concepto de dignidad humana: “todos los seres humanos tienen dignidad y no simple precio” diría Kant. Y actualmente con nuevas realidades. Así, el cosmopolitismo actual tiene pretensión de arraigo, “preocupándose por el entorno, pero con una mirada que trasciende todas las fronteras”.
“La excelente noticia es que hay una cantidad de mimbres que permiten construir una sociedad cosmopolita. Y no llevarla adelante sería un auténtico retroceso”
“La excelente noticia” -añadió Cortina- es que hay “una cantidad de mimbres que actualmente permiten construir una sociedad cosmopolita. Y no llevarla adelante sería “un auténtico retroceso”.
LA GRAN PROPUESTA COSMOPOLITA
Esos mimbres son, entre otros, “la inclusión de la sociedad, la apertura a la hospitalidad; la Declaración Universal de los Derechos Humanos, los Objetivos de Desarrollo del Milenio; constituciones cosmopolitas, que ya no son de los distintos estados; o el diálogo intercultural”.
Esto significa, continuó la filósofa, que “todo ser humano es un interlocutor válido de alguna manera; con todos es posible entenderse”. Y sobre esa base, la cosmopolita debería ser “la gran propuesta que debía potenciar la Unión Europea, España e Iberoamérica, junto a EE.UU.” Sabiendo, apostilló, que “China y en otro lugares tienen la misma razón y el mismo corazón que nosotros y que cualquiera podría ser interlocutor válido”.
JAVIER GOMÁ: COSMOPOLITISMO Y DIGNIDAD
Javier Gomá, por su parte, centró su exposición en el cosmopolitismo basado en la dignidad. Explicó que, a diferencia de la Antigüedad, en la que la dignidad residía en el todo, en la modernidad “la dignidad reside en el individuo”. El ponente equipara dignidad con “excelencia”. “La dignidad es lo que resiste».
“No podemos invocar como bueno un progreso que tenga como precio el atropello de la dignidad individual”
Si Aristóteles decía en La política “el interés particular debe ceder ante el interés general”, en la modernidad se añade: “el interés particular cede ante el interés general, pero el interés general cede ante la dignidad individual”. De ahí que no podamos “invocar como bueno un progreso que tenga como precio el atropello de la dignidad individual”.
En este sentido, observa Gomá, “la democracia no es el gobierno de los mejores, sino el que tiene en cuenta la dignidad de todos los hombres y mujeres, cualquiera que sea su cuna, su inteligencia, sus méritos”.
Todo esto funda el nuevo cosmopolitismo y ha hecho que, en el siglo XX, se hayan promovido “revoluciones que estaban pendientes: la revolución del obrero, la feminista, la de la infancia, la de los pobres, los discapacitados, los homosexuales, incluso de los deudores y de los presos”.
Ante eso, añadió el filósofo, «suelo hacer esta pregunta: ¿En qué otra época te gustaría vivir: si fueras niño, discapacitado, enfermo etcétera? Y todos, hasta los más feroces antisistema, contestan que hoy”.
Coincidió con Cortina, al asegurar que «la pandemia, que ha convulsionado por primera vez a toda la humanidad al mismo tiempo, supondrá un aprendizaje”. Y añadió: “Vernos en peligro acentúa el sentido de pertenencia a la misma especie. Y eso acelerará, a la larga, el cosmopolitismo».
“Dentro de cien años el mundo será más cosmopolita. Sobre la base de que solo existe una raza: la humana; y un solo principio: la dignidad”
Considera Javier Gomá que hay una “imparable onda de cosmopolitismo”; que “el mundo es hoy mucho más cosmopolita que hace cien años, aunque haya habido en medio dos guerras mundiales y algunos retrocesos. Y dentro de otros cien será más cosmopolita. Sobre la base de que solo existe una raza: la humana; y un solo principio: la dignidad”.
Señaló, por último, que Occidente ha sido motor del cosmopolitismo, al haber aportado “la universidad, el Estado de derecho, el mercado, la democracia, los derechos humanos, la paz etc.” De suerte que ahora que Europa entra en declive “conquista el globo, no por las armas, sino por la evidencia de la excelencia”.
DELGADO GAL: DIAGNÓSTICOS PESIMISTAS
Más escéptico se mostró Álvaro Delgado Gal sobre la idea de que “pueda existir una ética universal”. Argumentó que mientras que tiene sentido biológico y antropológico la noción de hombre, “es más restrictivo y más complicado el concepto de persona” en el que se basa un sistema de convivencia ético, jurídico y político.
Puso el ejemplo de “los derechos del hombre y del ciudadano, que habían sido proclamados en Francia, en la Declaración de 1789”; y acto seguido desmentidos en la práctica “con las guerras de la Convención y las napoleónicas, con grandes carnicerías”.
“Aunque no niego que estemos mejor que en el pasado, no observo una evolución civilizatoria convincente”
“Aunque no niego que estemos mejor que en el pasado”, añadió, «no observo una evolución civilizatoria convincente. Aprecio un grado de banalización de la moral y una brutalización de los instrumentos para pensar y del sentir». Y concluyó que “no se pueden descartar los diagnósticos pesimistas sobre la democracia”.
BENIGNO BLANCO: EL PAPEL DE OCCIDENTE
Finalmente, el jurista Benigno Blanco indicó que hay aspectos positivos generadores de esperanza pero, a la vez, se perciben “factores de incertidumbre: Estamos perdiendo las claves intelectuales en Occidente,” y “esta Europa que fue agente activo del cosmopolitismo, genera cada vez más dudas”. En concreto, consideró que cada vez “está menos vigente la Declaración de los Derechos Humanos”, porque “las interpretaciones que se están haciendo dejan bastante que desear”.
Otras sombras del cuadro son: “las intromisiones en la libertad; los intervencionismos estatales; la falta de respeto a la verdad en el mundo de las redes; o que las nuevas fronteras de la biotecnología ponen en solfa el concepto de la dignidad humana”. Finalmente, señala Blanco, “la razón está perdiendo presencia y está siendo sustituida por el voluntarismo del poder”.
“La mayor amenaza es que Occidente siga perdiendo el pulso humanista que le convirtió en el motor de esta mentalidad de compromiso con la común dignidad humana”
La mayor amenaza para el cosmopolitismo -afirmó- es que “Occidente siga perdiendo el pulso humanista que le convirtió en el motor de esta mentalidad de compromiso con la común dignidad humana”. Aludió a la insensibilidad ante los refugiados y los inmigrantes; y afirmó que “las fronteras no pueden ser un muro moral para evitar el asco: lo que hay más allá de la frontera no lo miramos y por lo tanto no nos conmueve”.
VALORES UNIVERSALIZABLES
En este sentido, los europeos “tenemos una especial responsabilidad». Para ello es preciso que “no olvidemos nuestras raíces”, la tradición cultural de Occidente, y sus logros: “la dignidad humana, la igualdad del hombre y la mujer, la forma de defender la libertad que es el Estado de derecho, la tradición cristiana, la herencia de la razón griega y el sentido de la justicia romanos”. Todos ellos son “valores muy positivos y universalizables” concluyó.