Convocó a apoyar al necesitado. Llamó a abrir los brazos a los más débiles, pidió a la jerarquía católica humildad.
No se debe tener miedo a ser bondadoso ni a la ternura señaló el pontífice, quien dijo que hay que ser guardianes del medio ambiente.
El papa Francisco, el primer latinoamericano al frente de la Iglesia católica, celebró hoy ante una multitud de fieles y líderes mundiales en la Plaza de San Pedro la misa de inicio de su pontificado, en la que recibió sus insignias papales y aseguró que se siente llamado a trabajar especialmente por «los más pobres».
«Custodiar toda la creación, custodiar a todos, especialmente a los más pobres, custodiarnos a nosotros mismos; he aquí un servicio que el Obispo de Roma está llamado a desempeñar, pero al que todos estamos llamados para hacer brillar la estrella de la esperanza», dijo el argentino Jorge Mario Bergoglio en su homilía, en la que consideró que el papa debe prestar un «servicio humilde» y «abrir los brazos» para «acoger con afecto y ternura a toda la humanidad, especialmente los más pobres, los más débiles, los más pequeños».
«No dejemos que los signos de destrucción y de muerte acompañen el camino de este mundo nuestro», dijo el que también es el primer papa jesuita de la historia ante los fieles y jefes de Estado y de gobierno procedentes de todo el mundo, a los que instó a no «tener miedo de la bondad» ni de la «ternura» y a ser «guardianes» de los demás y del medio ambiente.
Al leer su homilía en italiano, interrumpida en varias ocasiones por los aplausos de los presentes, el papa recordó también que el mensaje central de la vida de San Francisco de Asís, en cuyo honor asumió el nombre de Francisco, es el de «tener respeto por todas las criaturas de Dios y por el entorno en el que vivimos».
«Es custodiar a la gente, el preocuparse por todos, por cada uno, con amor, especialmente por los niños, los ancianos, quienes son más frágiles y que a menudo se quedan en la periferia de nuestro corazón», afirmó en su homilía, al comienzo de la cual expresó su «afecto y gratitud» a su predecesor Benedicto XVI, quien renunció el pasado 28 de febrero por motivos de salud y hoy no asistió a la ceremonia. Francisco consideró que «una coincidencia muy rica de significado» el que su entronización como papa coincida con el día de San José, que es también el santo de Joseph Ratzinger.
La Plaza de San Pedro y la anexa Vía de la Conciliación amanecieron repletas de fieles y banderas de muchos países, entre ellas de la Argentina natal de Francisco y de otras naciones latinoamericanas. Estimaciones conservadoras de la Santa Sede hablan de entre 150.000 y 200.000 asistentes.
Para la inauguración del pontificado se dieron cita delegaciones oficiales de 130 países. Entre los presentes se encontraban la presidenta argentina, Cristina Fernández, el vicepresidente de Estados Unidos, Joe Biden, la canciller alemana, Angela Merkel, o los presidentes de Brasil, Dilma Rousseff, y México, Enrique Peña Nieto.
Desde España llegaron el presidente del gobierno, Mariano Rajoy, y los príncipes Felipe y Letizia, además de varios ministros.
También asistieron a la misa líderes judíos, musulmanes y de otras confesiones cristianas, entre otros el patriarca ortodoxo de Constantinopla, Bartolomeo I, con quien Francisco se fundió en un abrazo a la hora del saludo de la paz durante la misa. Es la primera vez desde el gran cisma de 1054 que el patriarca ortodoxo participa en la entronización de un papa en Roma.
Tras la misa, el papa saludó uno a uno en la basílica de San Pedro a los líderes políticos y religiosos presentes, empezando por Cristina Fernández, quien el lunes se había convertido ya en el primer jefe de Estado en ser recibido en audiencia por el nuevo papa.
Francisco se tomó tiempo para conversar con los líderes latinoamericanos, como Rousseff o el presidente de Ecuador, Rafael Correa, quien dio un abrazo al jefe de la Iglesia católica.
La misa estuvo concelebrada por todos los cardenales presentes en Roma además de otros obispos y religiosos, entre ellos el padre general de la Compañía de Jesús, Adolfo Nicolás, y el superior de los franciscanos, José Rodríguez Carballo, ambos españoles.
Antes de dar inicio la ceremonia, Francisco recorrió la Plaza de San Pedro en un jeep descapotable, saludando a los miles presentes.
El papa avanzó entre la multitud a bordo del coche sin blindaje y bajó del vehículo a mitad del trayecto para besar a un discapacitado.
También besó a varios niños que le acercaron durante el recorrido.
Después rezó ante la tumba de San Pedro, bajo el altar principal de la basílica, y una vez en la plaza recibió las insignias papales: el palio y el anillo del Pescador. El palio es una estola de lana con tres cruces rojas que representa al Buen Pastor y que es la misma que utilizó Benedicto XVI. Le fue impuesto por el cardenal protodiácono, Jean Louis Tauran, el mismo que dio a conocer la elección de Francisco al término del cónclave en la tarde del miércoles pasado.
Por su parte, el decano del Colegio Cardenalicio, Angelo Sodano, entregó al papa el anillo del Pescador, que Francisco deberá llevar hasta que muera o renuncie, tal y como hizo Benedicto el pasado 28 de febrero. El anillo es de plata dorada y es obra del escultor Enrico Manfrini, autor de los anillos de los últimos pontífices.