Por Dra. Zaida Alicia Lladó Castillo
Todos algún día moriremos eso es inevitable, es lo único seguro que tenemos. Y Dios sabrá en qué momento y circunstancia. Y aunque esto así es, a veces nos resistimos a pensar en ello o aceptarlo.
Recuerdo a mi padre, Don Andrés, cuando decía: “a mí no hablen de muerte, háblenme de vida. Y el día que me toque, ustedes sabrán qué hacer…aah y entiérrenme rápido porque si no les apesto la cuadra”. Y lo entendía, porque él fue un hombre que amó y vivió la vida intensamente y siempre que cumplía un proyecto no estaba pensando en que este terminaba, sino cómo se unía a otro que iniciaba. Y eso lo mantenía con fuerza, carácter y voluntad para hacer cosas y disfrutar de lo que lograba, fueran exitosos o no los resultados. Y esa es una fórmula excelente que yo le aprendí y la practico.
¿Pero realmente existe la muerte como un hecho? [1]En un sentido biológico, la muerte es: la detención completa y definitiva de las funciones vitales (Thomas, 1991).[2] Y es que en la actualidad, algunos podrían poner en duda esta definición, en razón de que los adelantos científicos, hacen más difícil y complejo determinar en qué momento exactamente se termina la vida de la persona, ya que hay casos en que los órganos vitales pueden continuar funcionando por medio de máquinas conectadas al cuerpo o, cuando sucede que un paciente posee signos vitales, aunque esté diagnosticado con muerte cerebral.
Por eso, algunos médicos y tanatólogos, consideran a la muerte biológica o desaparición del organismo vivo como: la detención completa y definitiva e irreversible de las funciones vitales del cerebro, corazón y pulmones, y la abolición progresiva de las unidades tisulares y celulares, así como la reducción a cero de la tensión energética.[3] (Luis Vicent Thomas en Castro, 2008:32)
Desde el punto de vista cultural y social, la muerte tiene también diferentes significados y su concepción será distinta según la sociedad en donde se estudie. Por ejemplo para los orientales, vida y muerte, no se consideran eventos contrarios sino que se asumen como identidad total. Para los occidentales, vida y muerte se contraponen, es decir, representan eventos que se niegan o resisten el uno del otro[4]. (Torres, 2006)
Un asunto que refleja, la tolerancia hacia el temor y dolor hacia la muerte y que se proyecta en la cultura, es su proximidad. Aquellos países que históricamente han sufrido o continúan viviendo pasajes de destrucción y muerte en sus naciones, se vuelven fríos y prácticos en su visión hacia ésta. Incluso, valoran y se aferran más a la vida.
Víctor Frankl, psiquiatra austriaco-judío, uno de los fundadores y estudiosos de la “logoterapia”, al ser de los que presenciaron el sufrimiento de los judíos en los campos de concentración en la segunda guerra mundial, descubrió en sus observaciones y análisis, que: las personas que están sufriendo el cautiverio y el riesgo de la muerte, se aferran más a la vida, cuando cualquiera podría pensar que ya no existen razones en ellos para vivir… ¿Y que se mantienen con vida? La respuesta era simple: …pensaban en que quizás sus familiares ya estaban muertos o que estaban también sufriendo lo que ellos padecían en los campos de concentración, que estaban pasando fríos, hambre, humillaciones, etc., y que de igual forma, tampoco sabrían en qué momento terminaría todo eso. Y el pensar en ello, les daba un motivo para vivir. Y ahí surge su perspectiva psicológica denominada: “logoterapia”, como la aplicación práctica del análisis existencial [5](Frankl, 1999). Es decir, el valorar la existencia (aun dentro de la adversidad) como una oportunidad para no morir, permite racionalizar y dar un sentido al sufrimiento.
Por ejemplo para los católicos, el gran motivo que tuvo Jesús al aguantar el dolor en sus últimas horas de existencia terrenal, también nos explica que: si hubo un gran motivo para vivir, también debía haberlo al morir y en eso creyó y depositó su fe y…en ese acto, basó su fuerza y redención.
Pero hay algo que viene intrínseco a la muerte y es: el duelo o la pérdida.
El duelo es: el doloroso proceso normal de elaboración de una perdida, tendiente a la armonización de nuestra situación interna y externa, frente a una nueva realidad (Bucay, 2003)[6]. Independientemente del tipo de pérdidas que se tengan, es importante que las personas “elaboren” su proceso de duelo. Elaborar el duelo significa: ponerse en contacto con el vacío que ha dejado la pérdida de lo que no está, valorar su importancia y soportar el sufrimiento y la frustración que comporta su ausencia (Ibid). Es importante vivir el duelo, ya que el negarlo puede producir más perjuicio que beneficio y desde luego, buscar con el tiempo, la racionalización emocional para tomar lo mejor de la perdida y llegar a la aceptación para pasar a otra etapa, en donde se recuerda a un ser querido con nostalgia, pero a la vez con amor y esperanza.
Y los mexicanos somos especiales en este aspecto. Como lo decía recientemente, en mis artículos sobre “la mexicanidad”[7], donde explicaba la manera en que la naturaleza de nuestra raza ha permitido tomar a la muerte en un sentido cordial más que aprensivo, como decía Octavio Paz: “La indiferencia del mexicano ante la muerte, se nutre de su indiferencia ante la vida”.
Por eso el mexicano en sus dichos y refranes toca a la muerte de diferentes maneras y me permito recordar algunos de éstos:
“A mí las calaveras me pelan los dientes”
“Si nací llorando, por qué no he de morirme riendo”
“Vámonos muriendo todos, que están enterrando de gorra”.
“A quien Dios quiere para sí, poco tiempo lo tiene aquí”.
“Al vivo todo le falta y al muerto todo le sobra”, que se relaciona con: “Cuando estés muerto, todos dirán que fuiste bueno”
“Mujeres juntas, sólo difuntas”
“El que por su gusto muere hasta la muerte le sabe”
“El asno sólo en la muerte halla descanso”
“No es mala la muerte cuando se lleva a quien debe”
“Yerba mala nunca muere y si muere no hace falta”
“El muerto a la sepultura y el vivo a la travesura”
“Me tocó cargar con el muerto”
“Muerto el perico, ¿para qué quiero la jaula?”
“No me asusten con el petate del muerto”, etc., etc. (Ortega, 2008)
En fin, los mexicanos somos únicos e irreverentes, hasta con la muerte. Y qué bueno que nuestro mecanismo de defensa nos permita sutilizar esas pérdidas canalizándolas positivamente. Por eso y hay que dejar claro acerca de lo que hacemos o festejamos cada 31 de Octubre, 1º y 2 de noviembre de cada año, entre otros sentimientos están los siguientes:
1.-Recordar (los católicos) a todos los santos que han existido en el mundo y rezar por ellos, por lo que dieron en vida a favor de otros. De ahí el concepto de: “los santos difuntos”.
2.-Recardar a nuestros deudos, de manera hermosa, sentida o alegre. Como sea que lo hagamos, es una forma de demostrarles que los amamos, que los extrañamos, que les ofrendamos y pedimos por ellos, para que estén en paz.
3.-Es preservar nuestras tradiciones, no dejando que las cambien o desaparezcan y haciendo que vivan en el presente y futuro, a través de todas las generaciones de mexicanos, expresadas como lo desee cada quien y de acuerdo a sus posibilidades y gustos.
4.-Nos debe recodar además, a los que aun continuamos en este mundo, que la vida vale la pena vivirla intensamente, disfrutarla con los seres que uno ama, y en forma positiva…y ese amor nos debe llevar a respetarnos mutuamente, con la salvedad de que nunca debemos abandonarnos unos a otros, porque en el apoyo mutuo que recibamos está la ubicación, la identidad, la motivación y el buen sentido de la existencia. Y ese sentido nos permitirá no decaer en la fe y la esperanza jamás. Porque no sólo es vivir con dignidad sino también morir en los mismos términos.
Como lo expresa esta antigua frase (atribuida a Epicuro), parafraseada por Antonio Machado:
“La muerte es algo que no debemos temer porque, mientras somos, la muerte no es y cuando la muerte es, nosotros ya no somos”.[8]
Que disfruten estos días de asueto, gracias y hasta la próxima.
[1] La mayoría de las referencias están tomadas del excelente artículo de: Jimena Gómez-Gutiérrez, (2011) “La reacción ante la muerte en la cultura del Mexicano actual”, Investigación y Saberes, Universidad de Londres.
[2] Thomas, L., (1991). La muerte, España, Ed. Paidos.
[3] Castro, M., (2008) Tanatología, inteligencia emocional y proceso de duelo, México, Trillas.
[4] Torres, D., (2006), Los rituales funerarios como estrategias simbólicas que regulan las relaciones entre las personas y las culturas, SAPIENS online, vol. 7.
[5] Franckl, V., (1999) El hombre en busca de sentido, Barcelona, Paidos.
[6] Bucay, J., (2003), El camino de las lagrimas, Barcelona, Grijalbo.
[7] Ver: www.cronicadelpoder.com, eldemocrata.com, diario El Noreste de Poza Rica, Sotavento Diario, wwww.rojo-acontecer.com, radiover, etc.
[8] Ortega, A.,, (2008) El mexicano ante la muerte, Capsulas de Lengua, http://capsuladelengua.wordpress.com/2008/10/31/el-mexicano-ante-la-muerte/