Por Ramón Rodríguez Rangel.
Hace unos días trascendió en los medios de comunicación nacionales que en Apaseo Guanajuato andaba un tigre suelto, alertando a la población a tomar medidas preventivas ante la fiera amenaza. Pues resulta que también en Tuxpan Veracruz se soltó un tigre y hasta “Código Rojo” implementaron las fuerzas armadas federales, estatales y municipales para encontrarlo.
Retenes, patrullajes por la ciudad, revisión de autotransportes, la búsqueda se observó intensa, los comunicados oficiales así lo mostraban. Cuando cundió la noticia de la aparición del felino, las calles de Tuxpan se volvieron desiertas, ¿Cómo un tigre en esta ciudad?, pues así ocurrió lamentablemente.
La violencia, el crimen, es un tigre que no sabe de leyes ni de derechos humanos, tiene su propia lógica, sus intereses propios, sus instintos naturales.
El tigre dio un zarpazo, esa fue la nota periodística, lo que alarmó tanto, pero ese tigre no vive en cautiverio, no se le ven las rayas, ni mucho menos las garras, pero de vez en cuando se ve su huella o se escucha su rugido.
Los tigres son los felinos más grandes del mundo, sus colmillos pueden llegar a medir hasta 10 centímetros y sus fauces se pueden abrir hasta 180 grados para devorar a sus presas; son carnívoros y violentos, se les considera de la rama de las panteras y son depredadores.
Muchos le quieren ver la cabeza al tigre en la jungla urbana, donde se confunde entre tanto salvajismo y donde tal vez por el cambio climático sufre metamorfosis y se convierte en una hidra de 7 cabezas, a la que solo Hércules, según la mitología griega, puede eliminar, mientras tanto, transmuta, y el tigre sigue rugiendo, los cazadores voltean para otra parte, prefieren no mirarlo, no observar, pareciera que no quieren inquietar a la bestia.
El caso es que el tigre no aparece y clama su dominio en la selva, donde el león es rey.
La aparición de este tigre en Tuxpan, fue motivo de escándalo. Joan-Carles Mèlich en su “Lógica de la Crueldad” afirma que sin crueldad no hay fiesta, que según el análisis de algunos autores como Nietzsche, para muchos contemplar el sufrimiento es algo gozoso, “parece que hay en el interior de cada uno de nosotros, una especie de –principio sádico- algo que, no es propio de los humanos sino que se halla en los grandes primates”, escribió.
Para Philip Zimbardo en “El Efecto Lucifer” las personas se hacen malvadas cuando se enredan en situaciones en las que los controles cognitivos que normalmente guían sus conductas de una forma socialmente aceptable se bloquean, se suspenden o distorsionan, haciendo a un lado el sentido de responsabilidad personal, social, de la moralidad, la culpa, la vergüenza y el miedo.
Afirma este autor que nuestra forma habitual de contemplar el mal y los actos violentos destructivos de la gente malvada, con la pasividad e indiferencia como normalidad, también puede representar una forma de maldad, aún peor, la complicidad, que “el coro silencioso que mira pero no ve, que oye pero no escucha, con una presencia silenciosa en la trama, propicia que la línea borrosa entre el bien y el mal sea aún más difusa, lo que viene a significar según la psicología social la deshumanización, la desconexión moral.
En este contexto vivimos en un universo en el que parece triunfar el mal, el placer extremo y el dolor, por ello, como afirma Mélich, la compasión se restringe a su propia deontología moral, el sometimiento a las leyes de la naturaleza, la ley del más fuerte, que son las únicas que merecen ser tomadas en serio, traspasamos el umbral de las películas de terror de las salas cinematográficas y las nuevas pantallas electrónicas a la realidad de nuestras vidas como una nueva normalidad.
El tigre anda suelto en la selva urbana tuxpeña, su vecindad de alguna forma la hemos aceptado y nos hemos acostumbrado a ella. Desde décadas atrás algunas de sus especies han cautivado hasta lo más “selecto” de la sociedad tuxpeña, ahora que ruge un tigre, que no se digan sorprendidos.
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