José Martí anticipó su propia vida en el poema dramático Abdala

Por Pedro Ríoseco | internet@granma.cu

Millones de personas llevan en su hombro con orgullo la vacuna Abdala, pero pocos saben que ese fue el nombre que dio el Apóstol cubano, José Martí, en su poema dramático homónimo, a un joven negro africano, que combatió y murió por la independencia de su país, Nubia, invadido por colonialistas.

Abdala constituye la primera obra de teatro escrita por Martí, cuando aún no cumplía 16 años, y se publicó el 23 de enero de 1869 en el primer y único número del periódico La Patria Libre, creado por él y que fuera impreso en la imprenta y librería El Iris, ubicada en la calle Obispo, números 20 y 22, en La Habana.

Representa un texto de amor a la Patria de un joven de Nubia, región de Sudán, al sur del entonces Egipto, donde por vez primera en la literatura cubana un negro es el héroe que encarna virtudes patrióticas y militares, en un poema que se publica en el contexto del inicio de la primera guerra cubana contra España.

En sus ocho escenas, el joven Martí esboza sus ideales patrios y ofrece una visión anticipada de su propia vida. En la parte inicial del drama un senador le comenta a Abdala que un conquistador amenaza con ocupar el territorio de Nubia y, ante la noticia, el joven responde con firmeza:

(…) Pues decid al tirano que en la Nubia / Hay un héroe por veinte de sus lanzas / Que del aire se atreva a hacerse dueño / Que el fuego a los hogares hace falta / Que la tierra la compre con su sangre / Que el agua ha de mezclarse con sus lágrimas.

Y por si fuera poca la semejanza con la situación cubana, el poema continúa:

(…) Conquistador infame: ya la hora / De tu muerte sonó: ni la amenaza, / Ni el esfuerzo y valor de tus guerreros / Será muro bastante a nuestra audacia. / Siempre el esclavo sacudió su yugo, / Y en el pecho del dueño hundió su clava / El siervo libre; siente la postrera / Hora de destrucción que audaz te aguarda, / ¡Y teme que en tu pecho no se hunda / Del libre nubio la tajante lanza!

La tercera parte de la obra teatral hace alusión al encuentro de Abdala con los guerreros que van a salir a hacerles frente a los agresores, donde enfatiza:

(…) ¡Corramos a la lucha, y nuestra sangre / Pruebe al conquistador que la derraman / Pechos que son altares de la Nubia, / Brazos que son sus fuertes y murallas! / ¡A la guerra, valientes! Del tirano / ¡La sangre corra, y a su empresa osada / De muros sirvan los robustos pechos, / Y sea su sangre fuego a nuestra audacia!

La cuarta y quinta escenas son muy emotivas, pues reflejan el temor de la madre por su hijo al que trata de disuadir de ir al combate, pero Abdala le manifiesta que detenerse no podía y que al campo iba a defender a su Patria. En esta parte de la obra, Martí pone en voz de Abdala su concepto de Patria, el cual es muy conocido y representativo de su obra y de su vida:

(…) El amor, madre, a la Patria / No es el amor ridículo a la tierra, / Ni a la yerba que pisan nuestras plantas; / Es el odio invencible a quien la oprime, / Es el rencor eterno a quien la ataca.

Precisamente, en las dos últimas cartas que Martí escribió a su querida madre, Leonor Pérez Cabrera, el 15 de mayo de 1894, le expresó: «Pero mientras haya obra qué hacer, un hombre entero no tiene derecho a reposar. Preste cada hombre, sin que nadie lo regañe, el servicio que lleve en sí».

Y cual visión anticipada de lo que sería su propia muerte en combate, Martí concluye su poema dramático cuando Abdala yace moribundo, pero feliz, porque siente la satisfacción de que el enemigo había sido vencido:

(…) ¡Nubia venció! muero feliz: la muerte / Poco me importa, pues logré salvarla…/ ¡Oh, qué dulce es morir, cuando se muere / Luchando audaz por defender la Patria!

Al igual que el joven Abdala, creado en su obra cuando era un adolescente, Martí dedicó su vida a la causa de su pueblo y, consecuente con ello, estuvo allí, donde se libraban los combates y encaró la muerte como lo había anticipado.

Cumplió así el Héroe Nacional de Cuba con el precepto que había planteado en el Hardman Hall de Nueva York, el 10 de octubre de 1890, cuando aseguró: «…el verdadero hombre no mira de qué lado se vive mejor, sino de qué lado está el deber; y ese es el verdadero hombre».

Y eso es Abdala, la que llevamos convertida en vacuna en nuestros hombros, con el mismo orgullo patrio con que concibió Martí al joven héroe africano.

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