En el campo de la literatura sería imposible contabilizar la enorme influencia de Fiódor M. Dostoievski (1821-1881), sobre todo en la narrativa mundial desde finales del siglo XIX; pero en el cine resulta más fácil.
Un sitio en internet enumera 124 películas que se asumen como adaptaciones (desde la época del cine mudo) de las grandes novelas del maestro: Crimen y castigo, Los hermanos Karamazov y El idiota, que involucran cinematografías tan diferentes como Alemania, Finlandia, India, Japón y Rusia (por supuesto, su tierra natal).
México no se queda atrás, con una versión de Crimen y castigo (1951), dirigida por Fernando de Fuentes, curiosamente una de las adaptaciones más fidedignas por lo menos a nivel de trama y acción (completa en YouTube).
Primero porque cualquier lector asiduo de este “profeta de la literatura” –como le llama Joseph Frank en su monumental biografía– queda por lo menos insatisfecho con cualquier adaptación; segundo por la enorme dificultad que significa traducir a imagen la interioridad de los personajes, la famosa imaginación dialógica que estudia Bakhtine.
Como ocurre con los grandes novelistas, cuentos y novelas cortas parecen más aptos a la dinámica del cine, según prueban las varias versiones de El jugador (los rusos Balatov o Sokurov, el checo Karel Reisz, el argentino Dan Gueller, el filipino Lav Díaz, entre otros); de los maestros mencionados, no sólo es que hayan llevado a la pantalla algunas de las novelas, como Akira Kurosawa con El idiota (1951) –mutilada por la Shochku de 265 minutos a 166 minutos, golpe del que nunca se repuso el autor de Rashomon–, sino que toda la obra cinematográfica de estos autores se halla permeada del espíritu de Fiódor Dostoievski: imposible imaginar Barbarroja o El ángel ebrio sin el existencialismo del maestro ruso, sus ángeles y demonios, el infierno en el alma, el crimen y la redención.
En realidad, la mejor manera de estudiar el fenómeno Dostoievski no es la estadística, sino investigar cómo las obsesiones de este autor sobre la condición humana, el eros y la muerte, la fe y el ateísmo, se expresan en el cine, y cómo este medio adquiere el estatus de un arte capaz de tratar estos temas con su lenguaje propio, más allá de la literatura y del teatro.
La influencia de Dostoievski en el cine norteamericano, remedio a la chatarra de Hollywood, se deja sentir en muchos de los grandes directores, o corrientes como la del cine negro; muy a la mano para el cinéfilo de la actualidad, David Lynch, Martin Scorsese y Woody Allen, enfoques opuestos pero capaces de asimilar la substancia del novelista ruso.
En Crímenes y pecados, La provocación (Match Point), Los inquebrantables (Cassandra’s Dream), Allen explora la mala fe y el conformismo moral de la clase pudiente americana, la que él conoce. Scorsese, el crimen y la moral dentro de la mafia. David Lynch sería quien mejor escenifica en el cine el universo de ángeles y demonios que pueblan la conciencia del hombre moderno.