El evangelio de hoy es continuación de las bienaventuranzas. El Señor nos invita a ser luz del mundo; nos pide asumir nuestro compromiso como discípulos de Jesucristo, llamados a ser testigos de los valores del Reino de Dios.
El Espíritu de Jesús es la luz que ilumina y capacita para hacer más clara la vida de las personas, de manera que seamos más transparentes y limpios en el encuentro con los demás.
La fe, la apertura al Espíritu, es la luz que nos llega de Dios y que nos puede hacer vivir y actuar de manera diferente, renovada y renovadora: la vida y la muerte, la convivencia, la soledad, la alegría, las dificultades, el trabajo, la fiesta… todos los momentos y experiencias de nuestra vida
No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte. Tampoco se enciende una lámpara para taparla con una vasija de barro; sino que se pone sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa. Todo sale a la luz, tarde o temprano; lo importante es que nuestros proyectos, actitudes y acciones sean transparentes y que sean luz, por su calidad y valor, aunque sean las cosas sencillas y ordinarias de todos los días. El Reino es como el grano de mostaza y como la levadura.
Quien vive el espíritu de las bienaventuranzas, despegado del dinero, con hambre de justicia, con corazón compasivo y transparente; quien trabaja por la paz y por el bien, y persevera en ello; contagia e irradia la felicidad y el bienestar que crea en su entorno, siguiendo el camino de Jesús.
Brille de tal modo su luz delante de los hombres que, al ver sus buenas obras, den gloria al Padre que está en los cielos. Si amigos, Jesús nos invita a hacer visible en nuestra vida la fuerza transformadora del Evangelio. Es sal y luz quien hace presente en el mundo el bien y a Dios mismo.
Se da un testimonio gustoso (sal) y luminoso (luz) cuando se practica la solidaridad y la justicia, se comparte el pan, se busca defender la dignidad de las personas… El testimonio es el que convence y hace vislumbrar la cercanía y la bondad de Dios.
Cada año, con ocasión de la fiesta de la Virgen de Lourdes -11 de febrero- la Iglesia celebra la Jornada Mundial del Enfermo. Esta circunstancia se convierte en una ocasión propicia para reflexionar sobre el misterio del dolor y el sufrimiento y, sobre todo, para hacer a nuestras comunidades y a la sociedad, más sensibles con las personas que son visitadas por la enfermedad.
+ Juan Navarro Castellanos
Obispo de Tuxpan
USTEDES SON LA LUZ DEL MUNDO
El evangelio de hoy es continuación de las bienaventuranzas. No es un mensaje para que un grupo se sienta privilegiado o superior a los demás. Son palabras dirigidas a todos los cristianos y se trata de una invitación a asumir nuestro compromiso como discípulos de Jesucristo, llamados a ser testigos del Reino de Dios y del mismo Cristo en la vida diaria.
Ser sal de la tierra
Jesús emplea el símil de la sal, que actúa disolviéndose y sin ser vista, para definir la misión de todos los que quieran seguirle. Lo que significa que la Buena Noticia se ha de anunciar con gracia y «salero», para dar buen gusto a la vida de los demás. Quien opta por los valores del Reino aporta el sabor del Evangelio a la sociedad en la que vive, pero si la sal se desvirtúa, ¿con qué se salará? Para nada vale ya, sino para tirarla fuera y que la pisen los hombres.
Jesús avisa del peligro de volverse sosos e insípidos, ¿por rutina, por miedo, por incoherencia, por diversas causas o motivos, y desvirtuar la fuerza del Evangelio. La misión no consiste solo en anunciar un mensaje, sino en transformar el mundo para que la convivencia humana tenga mejor sabor, que tenga sentido y sobre todo que genere efectos positivos.
¿Somos realmente los cristianos estímulo y signo eficaz para generar un mundo distinto, menos egoísta, menos mezquino y, en cambio, más solidario, más alegre, más feliz? ¿Nuestra «sal» tiene fuerza, sabor y vigor evangélico? ¿Nos distinguimos los cristianos por ser personas felices? ¿En qué se nota?
Ustedes son luz del mundo
El Espíritu de Jesús es la luz que ilumina y capacita para hacer más clara la vida de las personas, para ser más transparentes y limpios los unos para con los otros. La fe, la apertura al Espíritu, es la única luz que nos llega de Dios y que nos puede hacer vivir y actor de manera diferente, renovada y renovadora: la vida y la muerte, la convivencia, la soledad, la alegría, las dificultades, el trabajo, la fiesta…
No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte. Tampoco se enciende una lámpara para taparla con una vasija de barro; sino que se pone sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa.
Todo sale a la luz, tarde o temprano; lo importante es que de verdad nuestros proyectos y nuestras actitudes y acciones sean transparentes y se constituyan en verdadera y auténtica luz, por su calidad, por su valor intrínseco, aunque sean cosas ordinaras… El Reino de los cielos es como el grano de mostaza… o como la levadura.
Seremos luz si vivimos las bienaventuranzas
Quien vive el espíritu de las bienaventuranzas, despegado del dinero, con hambre de que el mundo sea justo, con corazón compasivo y transparente, trabajando por la paz y la justicia, y estando dispuestos a luchar por todo ello, contagia, no puede ocultar su propia felicidad y el bienestar que crea a su alrededor. Como Jesús.
Brille de tal modo su luz delante de los hombres que, al ver sus buenas obras, den gloria al Padre que está en los cielos. Jesús nos invita a hacer visible con nuestra vida la fuerza transformadora del Evangelio. Es sal y luz quien hace presente en el mundo al Dios del reino y el reino de Dios.
Se da un testimonio gustoso (sal) y luminoso (luz) cuando se practica la solidaridad y la justicia, se comparte el pan, se trata de defender la dignidad de las personas… El testimonio es el que convence y hace vislumbrar la cercanía y la bondad de Dios.
Jornada mundial del enfermo
Cada año, en la fiesta de la Virgen de Lourdes -11 de febrero- la Iglesia celebra la Jornada Mundial del Enfermo, que nos hace reflexionar sobre el misterio del dolor y el sufrimiento y nos invita a ser más sensibles hacia las personas que son visitadas por la enfermedad.
«Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados, y yo los aliviaré» (Mt 11,28)
Estas palabras de Jesús indican el camino misterioso de la gracia que se revela a los sencillos y que ofrece alivio a quienes están cansados y fatigados. Expresan la solidaridad del Señor, ante una humanidad afligida y sufriente. ¡Cuántas personas padecen en el cuerpo y en el espíritu! Jesús dice a todos que acudan a Él, “vengan a mí”, y les promete alivio y consuelo.
En esta 28 Jornada del Enfermo, Jesús hace una invitación a los enfermos, a los oprimidos y a los pobres, que saben que dependen completamente de Dios y que, heridos por el peso de la prueba, necesitan curación y consuelo. El Señor ofrece su misericordia a quienes sienten angustia por su situación de fragilidad, dolor y debilidad.
Jesús mira la humanidad herida. Tiene ojos que ven, que se dan cuenta, porque miran profundamente, no se alejan indiferentes, sino que se detienen y abrazan a cada ser humano en su situación de salud disminuida, sin descartar a nadie; e invita a cada uno a entrar en su vida para experimentar la ternura.
Ustedes hermanos que están “cansados y agobiados”, a causa de la enfermedad, atraen especialmente la mirada y el corazón de Jesús. De él viene la luz para esos momentos de oscuridad y la esperanza para su desconsuelo. Jesús los invita a acudir a él con confianza: «Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados, y yo los aliviaré» (Mt 11,28)
En él, efectivamente, encontrarán la fuerza para afrontar las inquietudes y las preguntas que surgen en ustedes en la “noche oscura” del cuerpo y del espíritu. Sí, Cristo no nos ha dado recetas, sino que, con su pasión, muerte y resurrección, nos libera de la opresión del mal.
La Iglesia desea ser cada vez más —y lo mejor que pueda— la “posada” del Buen Samaritano que es Cristo (cf. Lc 10,34), es decir, la casa en la que puedan encontrar su gracia, que se expresa en la familiaridad, en la acogida y en el consuelo.
En esta casa, pueden encontrar personas que, curadas por la misericordia de Dios en su fragilidad, sabrán ayudarles a llevar la cruz haciendo de las propias heridas claraboyas, a través de las cuales se pueda mirar el horizonte más allá de la enfermedad, y recibir luz y aire puro para su vida.
La tarea de médicos, enfermeros, voluntarios y familiares es procurar alivio y animar a los enfermos, haciendo sentir la presencia de Cristo, que ofrece consuelo y se hace cargo de la persona enferma para suavizar sus heridas y acompañarlo ante el peso de su cruz.
En su mensaje, el Papa invita a todos para que seamos sensibles y solidarios ante el problema de las enfermedades. Deseo –dice- que, uniendo los principios de solidaridad y subsidiariedad, se colabore para que todos tengan acceso a los cuidados adecuados para la salvaguardar y recuperar la salud. Agradece de corazón a los voluntarios que se ponen al servicio de los enfermos, que suplen en muchos casos carencias estructurales y reflejan, con gestos de ternura y de cercanía, la imagen de Cristo Buen Samaritano.