«Hiperión» es un drama poético en el que Hölderlin persigue el amor y la libertad para alcanzar un paraíso en la tierra
Por: ABC Cultura
Hiperión, hijo de Urano y de Gea, significa en griego el que camina por lo más alto. También se utiliza en la mitología para denominar al progenitor de Helios, el sol que nos alumbra. No debe ser una casualidad de Friedrich Hölderlin escogiera este nombre para su drama poético, publicado en 1797, que es quizás la obra literaria que mejor expresa el espíritu del romanticismo. Hölderlin escribe que «el hombre es un Dios cuando sueña y un mendigo cuando reflexiona». Pues bien, Hiperión es la utopía de un poeta que ambiciona alcanzar el paraíso en la tierra, basado en la libertad y el amor. La libertad supone la creación de una república de ciudadanos iguales, unidos por los ideales de la Ilustración. Y el amor está representado por la figura de Diótima, que es la trasposición literaria de Susette Gontard, una mujer casada con cuatro hijos de la que estuvo locamente enamorado cuando era preceptor en Frankfurt.
Hörderlin empleó cinco años en terminar este texto de unas 200 páginas y enloqueció a los 36 años. No recuperó jamás la razón, aunque experimentó cortos intervalos de lucidez. Absolutamente recomendable es también la magnífica traducción del editor y prologuista Jesús Munárriz. El libro toma la forma de una serie de cartas a su amigo Belarmino y a su amada Diótima, que son escritas por Hiperión desde su soledad de eremita en Grecia, rodeado por un paisaje idílico. Hiperión ha sido educado por Adamas en el ideal de la «paideia», que hay que cultivar para lograr la armonía del individuo con la colectividad.
Concepción panteísta
El protagonista es seducido en su juventud por el coraje de Alabanda, un caudillo que lucha contra la dominación de los turcos. Pero pronto se distancia de él, horrorizado por su espíritu violento. Más tarde, estalla la guerra y Alabanda le convence para que se una a sus tropas para expulsar a los turcos, lo que desata la devastación del país. Tras la muerte de Diótima y la constatación de los horrores del conflicto, vuelve a Alemania, su patria natal. Como allí no encuentra la paz, Hiperión decide retornar a Grecia para buscar un equilibrio que pasa por la reconciliación con una Naturaleza divinizada y entendida con una concepción panteísta.
«Siempre que el hombre ha querido hacer del Estado su cielo, lo ha convertido en infierno», le reprocha Hiperión a Alabanda, con el que comparte ideales, pero rechazando siempre la utilización de la fuerza, consciente de que los valores no pueden ser impuestos por la coacción.
Hölderlin defiende en Hiperión una especie de anarquismo ilustrado, por el que cada hombre debe ser libre para determinar su propio destino. Y esa búsqueda debe ser individual, aunque el poeta estaba fascinado por las ideas de la Revolución Francesa y el progreso de la razón frente a la religión.
Ser desgarrado
Hay que subrayar que Hölderlin fue compañero de habitación de Hegel y Schelling en el seminario protestante de Tubinga, donde entabló una gran a amistad con ellos. En esa época los tres estaban volcados en la lectura de Spinoza, Leibniz y Kant, mientras compartían su fascinación por Grecia como origen de la cultura occidental.
Hölderlin también estuvo muy influido por Novalis, Schiller y Goethe, a los que conoció. También fue alumno de Fichte, cuyo pensamiento dejó huella en su obra. Este clima intelectual de la Alemania ilustrada de las décadas finales del siglo XVIII fue determinante en su poesía, que alcanza las más altas cotas de exaltación y lirismo. Huérfano de padre y estrictamente educado en el pietismo por su abuelo, se ganó la vida como preceptor en distintas ciudades hasta que se enamoró de Susette Gontard y perdió la razón. Las últimas tres décadas de su vida las pasó en la casa de un ebanista de Tubinga, que era un seguidor devoto de su poesía y le acogió como un familiar. En ese lugar murió pacíficamente en 1843.
Octavio Paz escribió sobre Hiperión que «la palabra poética es la mediación entre lo sagrado y los hombres y éste es el verdadero fundamento de la comunidad». En ese sentido, la vocación de Hölderlin reside en la búsqueda de un ideal de belleza y felicidad que él encarnaba en Diótima y la cultura griega.
Hölderlin vivió siempre en pos de los mitos, dicho en el mejor sentido, porque era un visionario que no aceptaba lo que captaba su mirada. Esa tensión entre la utopía y lo real le volvió loco. Pero no hay que olvidar que la locura tenía un carácter sagrado en Grecia. Era un ser desgarrado que jamás aceptó la «aurea mediocritas», haciendo de su enajenación una forma de lucidez.