‘Desnudo es una estrella’, sentenció la prensa. Ganador de seis medallas olímpicas, el Tarzán más querido del celuloide falleció emitiendo el grito que le hizo famoso, convencido de ser el rey de los monos
Por: Teresa Amiguet/La Vanguardia
Aaaaaaaahhhhhhhhh¡¡¡. California, Woodlans Hills, hogar de retiro de los actores, 16 hectáreas donde lo más granado y por ende talludo del firmamento hollywoodiense distruta de un merecido descanso tras un esplendoroso pasado. 2:00 de la madrugada. Un alarido quiebra la paz de la hasta entonces tranquila noche. Es Johnny Weissmüller, otrora elTarzán más famoso de todos los tiempos que, afanoso, emite su poderoso grito a fin de convocar a todas las fieras de la selva sobre las que, como cualquier rey que se precie, ejerce su soberanía.
El actor, creyéndose todavía el rey de los monos, turba el descanso de sus compañeros de geriátrico. Un juez dictamina que debe abandonarlo. Los médicos diagnostican que padece ‘síndrome de deterioro crónico del cerebro’. Ha perdido la memoria y sólo pesa 45 kilos. Es irreversible. Su familia decide trasladarse a México, concretamente a Acapulco. Años antes, en 1947, durante el rodaje de Tarzán y las sirenas, prendado del lugar, había formulado su deseo de que aquella fuese su última morada.
Seducido por la gran pantalla, Johnny interpretó a Tarzán en doce ocasiones, sumando el título de mejor intérprete de dicho personaje a su palmarés deportivo.
María Gertrudis de Weissmüller, su quinta esposa, no se separa de su lado e impide que la prensa se acerque a su cónyuge, deseosa de que el público conserve su imagen como el hombre fuerte y bello que fue.
Y es que Johnny Weissmüller había logrado erigirse como el genuino Tarzán. Su portentoso físico estaba a su favor: era musculoso, de huesos grandes y, guiños del destino, sus rasgos tenían un aire simiesco.
‘Desnudo era una estrella’, sentenciaba la prensa a su muerte. Sin lugar a dudas , el mito de Tarzán rey de los monos, había cuajado al construirse certeramente sobre el físico de aquel joven de 24 años poseedor de un palmarés deportivo sin parangón. Considerado durante los años 20 uno de los mejores nadadores del mundo , había conquistado cinco medallas de oro olímpicas y una de bronce, había ganado 52 campeonatos nacionales estadounidenses y establecido un total de 67 récords mundiales. En 1972, con motivo de la victoria de Mark Spitz, Weissmüller se había atrevido a sentenciar: ‘Yo era mejor, nunca perdí una carrera’. Él era Tarzán, (piel blanca, en lenguaje manganí, el usado por los simios que adoptó al pequeño), el rey de la selva sin lugar a dudas.
Todo empezó en 1929, cuando aquel joven y prometedor atleta visitaba a su amigo Clark Gable en los estudios de la Metro. Cuenta la leyenda que alguien le dijo: ‘Si es para el papel de Tarzán vaya allá al fondo’. Interrogado sobre si era capaz de correr con una mujer en brazos y subir árboles, el joven contestó afirmativamente. Nacía una leyenda.
Sea como fuere, la primera aparición cinematográfica de János, auténtico nombre de aquel joven de origen austrohúngaro que había desembarcado en la isla de Ellis con tan sólo un año, se produjo en un musical Glorifyng the American Girl , en el que aparecía como Dios le trajo al mundo en su Rumanía natal hacía 25 años.
Ese portentoso físico de atleta atrajo a una firma de ropa interior, que le fichó para publicitar sus calzoncillos. El contrato no expiraba hasta 1935. Pero la MGM lo tenía claro: el famoso nadador, convertido en gloria nacional, era su hombre, por loque no le importó realizar un importante desembolso de dólares y estrellas: Greta Garbo y Joan Crawford, entre otras, fueron la moneda de intercambio y posaron con sus bañadores, para de esta forma liberar a Weissmüller. Así en 1932 se estrenaba Tarzán de los monos . Su éxito fue rotundo. La prensa de la época no tardó en hacerse eco del triunfo: ‘Sin duda, este muchacho quedará para siempre en el recuerdo con los rasgos del personaje de Tarzán’. El joven atleta invicto era ya el rey de la selva.
Seis actores le habían precedido, pero ninguno había logrado alcanzar su éxito. El creador del personaje, E. R. Burroughs, llegó a afirmar que Weissmüller era el genuino Tarzán, dato curioso dado que uno de los otros intérpretes había sido su propio yerno, James H. Pierce. Tampoco ninguno logró sucederle, ni siquiera Lex Barker, marido de Carmen Cervera, futura baronesa Thyssen, su sustituto de mayor éxito. Y es que Johnny se identificaba plenamente con su personaje: ‘Comparados conmigo, los que me precedieron y los que imitaron al personaje después de mí, no eran más que unas mujerzuelas’.
Podía con todo, ni el código Hays que le obligó a añadir unos inoportunos centímetros a la tela de su taparrabos, logró vencerle.
Atrás quedaba su tumultuoso pasado , sus pretensiones amorosas hacia Maureen O’Sullivan, la irlandesa de hierro que, inmune a sus encantos, rechazó convertirse en su amante tras protagonizar en su compañía las escenas más eróticas de la saga, provocando que un despechado Johnny propagase a diestro y siniestro que el aliento de la actriz, madre de Mia Farrow, era peor que el de su inseparable compañera animal, la mona ‘Chita’.
También se le perdonaron sus carencias interpretativas, que obligaban a los directores a ordenar a sus guionistas crear un ‘metalenguaje’ que supliera su falta de memoria y su penosa capacidad de expresión.
Al fin y al cabo él era Tarzán, el rey de la selva, y su grito, inspirado en los cantos tiroleses de sus antepasados austriacos permanecerá para siempre en nuestra memoria.