Este año se descubrió un nuevo órgano en el cuerpo humano, una nueva forma geométrica y la presencia de bacterias dentro de células del cerebro, entre otras cosas
Por: G. L. S./ABC
El conocimiento científico avanza muy despacio y depende del trabajo en equipo de muchas personas anónimas. Además, investigar y descubrir nuevas cosas suele ser un proceso tedioso, complejo (tanto que la mayoría de las veces no se obtienen resultados) y difícil de comprender desde fuera. Por todo ello, normalmente los medios solo hablan de los grandes avances y de los descubrimientos más curiosos o comprensibles.
Aunque no sean las investigaciones más relevantes, este año ha dejado un buen número de avances curiosos y realmente impactantes. Algunos no pasan de ser anecdóticos, pero otros prometen tener un largo recorrido científico.
Un nuevo órgano en el cuerpo humano
Es el caso del hallazgo de un nuevo órgano en el cuerpo humano. En mayo de 2018 científicos de Escuela Universitaria de Medicina de Nueva York (EE.UU.) descubrieron el llamado «intersticio», una red de tejidos de conexión rellenos de líquido que están situados bajo la piel y que recubren a otros muchos órganos. Hasta ahora había pasado desapercibido porque las técnicas de observación anatómica, que se centran en fijar las muestras de los tejidos con productos químicos, no permitían observarlo. En general, se hablaba de un espacio intersticial, situado entre las células, pero no de un órgano en sí.
«Este descubrimiento tiene el potencial de llevar a avances impresionantes en medicina, incluyendo la posibilidad de que tomar muestras del fluido intersticial se convierta en una potente herramienta de diagnóstico», explicaba en un comunicado Neil Theise, médico e investigador en la Escuela Universitaria de Medicina de Nueva York y coautor del estudio.
Según un artículo publicado en «Scientific Reports» por este y otros autores, el intersticio tiene una gran importancia para el funcionamiento de todos los órganos y el comportamiento de la mayoría de las enfermedades importantes. Entre estas, destaca el cáncer, porque en ocasiones puede propagarse a través de esta red.
Una nueva forma geométrica
En 2018, los científicos descubrieron también una nueva forma geométrica mientras realizaban estudios en el desarrollo embrionario de los animales. En un estudio publicado en Nature Communications, informaron de que, a medida que las células de los embriones se multiplican y se compactan en formas tridimensionales, adoptan una configuración en forma de «escutoides», y que esta les confiere gran estabilidad.
Esta nueva forma se caracteriza por tener superficies curvas y por tener al menos un vértice en un plano diferente al de las dos bases. «Durante nuestro trabajo de modelado obtuvimos unos resultados muy raros», dijo en un comunicado Javier Buceta, coautor de la investigación y científico de la Universidad Lehigh (EE.UU.). «Nuestro modelo predijo que, a medida que se incrementa la curvatura de un tejido, aparecen más formas que no son sencillas columnas o botellas. Para nuestra sorpresa, ¡aparece una forma para la que ni siquiera tenemos un nombre en matemáticas! Lo cierto es que uno normalmente no tiene la oportunidad de ponerle nombre a una nueva forma».
¿Bacterias viviendo en el cerebro?
Este año, un grupo de investigadores de la Universidad de Alabama en Birmingham (EE.UU.) examinaba muestras de cerebros cuando encontró por casualidad unas formas alargadas en su interior. Las posteriores observaciones mostraron que esos puntos son bacterias que pertenecen a tres grupos de microbios que se suelen encontrar en el intestino. Por ahora, las investigaciones no permiten descartar que dichas bacterias entraran en las células cerebrales a causa de una contaminación, pero sugieren que podría haber bacterias viviendo dentro del cerebro de personas sanas.
Este hallazgo ha despertado el interés de los investigadores porque sugiere que esos microbios podrían ser inocuos o incluso beneficiosos para el organismo. De confirmarse, «serían un cambio de paradigma en la forma como pensamos sobre el cerebro», según dijo Rosalinda Roberts, la líder de la investigación, a ABC.
Los «selfies» te engañan
Un equipo de investigadores de la Escuela de Medicina de la Universidad Rutgers, en Nueva Jersey, confirmó lo que muchos ya intuían: que los selfies tienen la virtud de distorsionar el tamaño de nuestra nariz.
«Los jóvenes -afirmó Boris Paskhover, del Departamento de Otorrinolaringología de la citada entidad- están haciéndose selfies continuamente para colgarlos en sus redes sociales. Y piensan que esas imágenes son realmente representativas de cómo se ven a sí mismos, lo que puede tener un impacto en su estado emocional».
Paskhover, en efecto, aseguró que muchos de sus pacientes le muestran selfies como ejemplo de por qué quieren someterse a una cirugía que reduzca el tamaño de sus narices. De hecho, un informe de la Academia Norteamericana de Cirugía Facial Plástica y Reconstructiva llega a decir que hasta el 55% de los cirujanos aseguran que las personas recurren a sus servicios en busca, precisamente, de procedimientos y «retoques» que puedan mejorar sus selfies.
Un nuevo tipo de neurona
Este año un grupo de neurocientíficos descubrió un tipo de célula cerebral, la neurona escaramujo, y averiguaron que solo está presente en humanos.
Este tipo de neurona, que recibe su nombre por tener forma de arbusto, es muy escasa y solo forma alrededor del 10% de las neuronas del neocórtex, una región cerebral moderna en términos evolutivos y que tiene importancia en la visión y la audición.
Los investigadores todavía desconocen la función de esta neurona, pero se ha averiguado que se suele relacionar con células piramidales, un tipo de neurona excitatoria sobre la que actúan como un freno.
Electricidad en el intestino
Una investigación que se publicó en Nature y que fue realizada por científicos de la Universidad de California en Berkeley (EE.UU.) reveló que centenares de bacterias de la microbiota intestinal son capaces de producir electricidad. Hasta ahora se había encontrado microbios con esta capacidad en ambientes anóxicos (con ausencia de oxígeno), como minas y sedimentos de lagos, pero nunca en el intestino.
En concreto, los científicos descubrieron un nuevo mecanismo para producir una corriente eléctrica y que es usado por microbios como lactobacilos, estreptococos y patógenos causantes de diarrea (Listeria monocytogenes), gangrena (Clostridium perfringens) o infecciones hospitalarias (Enterococcus faecalis).
«El hecho es que muchos bichos que intearaccionan con los humanos, ya sea como patógenos, probióticos o incluso formando parte de la microbiota o implicados en la fermentación de ciertos productos, son electrogénicos», dijo en un comunicado Dan Portnoy, investigador en Berkeley y líder de la investigación. «Hasta ahora lo habíamos pasado por alto. Lo interesante es que podría decirnos mucho sobre cómo estas bacterias nos infectan o nos ayudan a tener un intestino sano».
El espacio se acercó a la Tierra
Una investigación publicada en Acta Astronautica aseguró que el límite entre la atmósfera de la Tierra y el espacio exterior, la línea Kármán, está un 20% más cerca de lo que se pensaba, es decir, a una altitud de 80 kilómetros y no de 100.
Hasta ese momento, los científicos habían considerado que el espacio comenzaba a 100 kilómetros de altura. Ese punto se caracteriza, tal como estableció el experto en aerodinámica Theodore von Kármán, por el hecho de que la velocidad necesaria para mantener una aeronave en vuelo en la atmósfera es la misma que haría falta para mantenerla en órbita.
El astrofísico Jonathan McDowell, investigador en el Harvard-Smithsonian Center for Astrophysics en Cambridge, Massachusetts, recopiló un vasto registro de lanzamientos de cohetes. Así observó que el espacio exterior comienza más bien a 85 kilómetros de altura, en la llamada mesopausa (el punto más frío de la atmósfera).
Los datos de las órbitas de miles de satélites y un modelo le llevaron a concluir que el límite entre la atmósfera y el espacio exterior está entre los 66 y los 88 kilómetros de altura. Aunque esto no supondrá ningún cambio a la hora de lanzar naves y cohetes, sí que tendrá relevancia a la hora de establecer políticas y leyes espaciales.
Muerte en la puerta al infierno
Los romanos creían que el mundo estaba recorrido por puertas al infierno. Los sacerdotes dirigían complejos rituales en los que metían animales vivos en estas puertas del infierno, de forma que los asistentes podían observar cómo morían sin intervención humana.
En la antigua ciudad de Hierápolis, en Turquía, existe una de estas puertas al infierno, conocida como Plutonium, en honor a Plutón, el dios del inframundo. Esta puerta, que da acceso a una pequeña gruta, se encuentra en mitad de una zona con actividad termal. Además, está construida justo sobre una fisura volcánica que emite dióxido de carbono constantemente. Este gas, inocuo a bajas concentraciones, es capaz de matar por asfixia. De hecho, en 2011 se comprobó que los pájaros que vuelan demasiado cerca de la puerta caen muertos.
Este año, el vulcanólogo Hardy Pfanz, de la Universidad de Duisburgo-Essen (Alemania), se propuso estudiar el poder mortífero de la puerta con más detalle. Así averiguó que, a medida que avanza el día, el CO2 se comporta de forma diferente. Por el día se disipa y por la noche forma un pequeño «lago» que se acumula en el suelo. Al amanecer, la puerta se vuelve más mortífera cuando el gas asciende y forma una capa de 40 centímetros de alto capaz de matar a animales o personas en tan solo unos minutos.
Pfanz concluyó que los sacerdotes hacían estos sacrificios al amanecer o por la tarde, y que sabían que el poder mortífero de la puerta solo alcanzaba una cierta altura. Por este motivo, los humanos podían entrar, pero los animales morían, tal como muestran los registros históricos.