Serrat y el tiempo

No parece que en estos momentos lo que Serrat, que cumple hoy 75 años, representa se refleje en los políticos adecuados

Por: Josep Cuní/El País

 

El tiempo ha querido que Serrat volviera a casa a cantarle al tiempo. Ha pasado la misma semana que la política agotaba las horas en un falso debate sobre una reunión con voluntad de alto voltaje que ha rozado el ridículo por extenuante.

El tiempo, su paso y su vigencia, su futuro inescrutable y sus improntas marcadas en nuestra crónica sentimental hacen de las canciones de Joan Manuel un poemario ineludible. Y sus mensajes a favor de aprovecharlo describen a un gran artista que ha ganado presencia y ha consagrado dimensión, que ha marcado carisma y ha interiorizado todavía más sus propios versos porque sabe que el tiempo se le escapa. Se nos escapa. Quizás por eso, cuando las décadas se acumulan en nuestra tarjeta de visita, observar como algunos malgastan una divisa tan fungible indigna. O incluso desespera.

No dejes para mañana el que puedas hacer hoy, recomendaba el martes por la noche desde el escenario el noi del Poble Sec ,haciendo suyo el refranero, mientras desgranaba sus inspiraciones mediterráneas escritas en Calella de Palafrugell alrededor del año 71 del siglo pasado. Recuperar aquellos éxitos sin redondear efemérides no se tiene que ver como un contrasentido cuando es la voluntad la que lo explica y el tiempo el que lo aconseja. A la platea, algunas fieles seguidoras esbozaban un “feliz aniversario” con el cual el protagonista no se quiso identificar. Le faltan días para celebrarlo, le sobran velas para soplarlo. Porque el tiempo para el cantautor es hoy uno de sus felices aciertos y, a la vez, uno de sus bienes escasos. A la segunda parte, recuperando algunos de sus clásicos menos versionados, el espectador se daba cuenta de la visión de futuro que destilaban unas canciones quizás poco consideradas por algunos cuando las estrenó pero que, incubando sensibilidad a base de perseverancia, todavía han hecho más grande el talento del artista.

Poeta, le llamaba desde Ràdio Barcelona el grande Arribas Castro cuando sincronizaba sus pollos con el cancionero de Serrat. Y este sacaba la cabeza para saludar al transgresor radiofonista con mucha más frecuencia de las que obligaban a hacerlo los lanzamientos de sus creaciones. Era cuando Mediterráneo ya tenía la apariencia de clásico y Cançó de matinada ya era todo un himno. Cuando los primeros compases de Els falziots servían de sintonía y La tieta viajaba por el mundo gracias a sus múltiples adaptaciones. Era cuando Machado y Hernández, Salvat-Papasseit y Foix habían sido reivindicados y los deseos de amor y libertad inundaban los corazones.

El tiempo, el concepto que Mario Benedetti, amigo de Serrat, reducía a los cinco minutos con los que basta para soñar una vida. Y son suficientes para arruinarla. Los justos para jugar con la de los otros. Así nos han tenido entretenidos estos días los aprendices de estadistas. Los que no se cansan de predicar y exigir el diálogo que tanto los cuesta practicar y al que ponen tantas prevenciones para iniciar. Mientras tanto, los brujos de la tribu intentaban invocar los espíritus más perversos y presentarnos el día 21 como el principio del final que desean. Para ellos hablar es perder el tiempo que quieren y necesitan para hurgar en las heridas abiertas en una sociedad cansada de tanta turbulencia electoralista a expensas de la negación de la diferencia por la vía de la uniformidad o la exclusión.

No parece que en estos momentos lp que Serrat representa se refleje en los políticos adecuados. Él, que recibe el aplauso de una sociedad que, en su conjunto, aplica mucha más sensatez que sus representantes. Esto no evita que, llegado el momento, alguna de las partes se deje llevar por la corriente de la emoción más que por la de la razón. Y siga a quienes les dictan un camino, por más equivocado que sea, porque resulta más cómodo participar del gregarismo que apartarse del rebaño. Y de eso se sirven quienes potencian el populismo mientras dicen que lo combaten. Pero en su conjunto, y al margen de las redes sociales, el sentido común prioriza unas relaciones mucho más pragmáticas que idílicas en una comunidad que pide y exige tiempo.

Ahora que ya sabemos cómo ha sido de perjudicial chillar que teníamos prisa, cómo de insensato ha resultado reprimir aquel anhelo y cómo es de dramático no reconocer los errores compartidos, ahora que continuamos cayendo en la trampa de la maldita adversativa buscando así en el contrario la justificación de los propios despropósitos, ahora tendríamos que ser capaces de reivindicar el tiempo. Y exigirlo a quienes lo niegan o juegan maléficamente porque lo malgastaron cuando no lo tenían que hacer y lo utilizaron como no sabían hacerlo. Al contrario que Serrat.

“Temps era temps”. Y aquella evocación, como muchas de sus canciones, adquiere vigencia por las obstinaciones de un presente que parece eterno. Tanto como para perdernos el futuro.

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