Por: Raymundo Riva Palacio
1ER. TIEMPO: Olga, la gran candidata. Desde antes de que iniciara el gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador, el cotilleo era que Olga Sánchez Cordero, designada como secretaria de Gobernación, sería la primera en dejar el cargo. “Andrés ya no la aguanta”, dijo uno de los colaboradores de López Obrador. “Ya no le responde los mensajes que le manda al celular, y sólo le dice ‘está bien’.” La Secretaría de Sánchez Cordero se quedó chimuela, sin sus viejos colmillos, despojada de la seguridad, la protección civil y las negociaciones políticas, que lleva a cabo directamente el presidente o a quien, en determinado momento, designe él —en principio, de acuerdo a lo platicado con el exgobernador de Chiapas, será Manuel Velasco—. La secretaria está para desarrollar todo el concepto de justicia transicional, donde se toma en cuenta a todas las partes involucradas en un hecho delictivo, la víctima, el victimario y la sociedad, con lo que uno esperaría el final de su encargo, una vez que haya concluido de instalar el andamiaje para que pueda implementarse. Sin embargo, Sánchez Cordero está dando señales de agotamiento físico, tanto, que podría plantearse que sus semanas pudieran estar contadas, aunque si bien no necesariamente fuera del cargo, para guardar las apariencias, ni en cuanto a sus responsabilidades directas. Ese agotamiento es cada vez más público. Desde la transición se comenzó a notar, al haberse dado reuniones donde los funcionarios de Gobernación salientes, llegaron a experimentar que se quedaba dormida mientras le explicaban la arquitectura y funcionamiento de la dependencia, generando situaciones incómodas donde, recordó uno de ellos, no sabía si hablaba más alto para despertarla o, de plano, la movía para recuperar su atención. La última notoria fue durante la reunión de los gobernadores con el presidente en Palacio Nacional, donde Sánchez Cordero comenzó cerrando los ojos, cabeceando y, finalmente, con la cabeza apoyada en su hombro, se quedó dormida. Todos se dieron cuenta de ello. Las conferencias de prensa mañaneras del Presidente, no ayudan a reducir ese agotamiento. La secretaria de Gobernación tiene que estar cerca de las cinco de la mañana en Palacio Nacional para preparar el acuerdo que tiene López Obrador con el gabinete de seguridad. El Presidente, que duerme normalmente temprano, lo resistirá. Ella, cuyo trabajo no respeta horas de sueño ni de comidas, difícilmente superará el nuevo desafío de las seis de la mañana.
2O. TIEMPO: La carrera por la puerta de salida. En los días previos al anuncio de la cancelación del nuevo aeropuerto en Texcoco, la idea prevaleciente entre los colaboradores del segundo círculo del entonces presidente electo Andrés Manuel López Obrador, era que aunque votarían en la consulta por la Base Aérea de Santa Lucía como opción alterna, sabían que la obra en Texcoco se ratificaría. Con esa convicción, Alfonso Romo, designado desde entonces como jefe de la Oficina de la Presidencia, hablaba con empresarios e inversionistas dándoles certeza de que no habría sorpresas. Texcoco va, así que no hay de qué preocuparse, les llegó a decir en la misma semana de la consulta ciudadana que sirvió de apoyo para que López Obrador firmara la sentencia de muerte de ese proyecto. Esa sentencia, a la postre, liquidó a Romo como interlocutor válido de empresarios e inversionistas. “¿Quién le va a creer ahora?”, comentó un consultor. “Todos nos dimos cuenta que no tiene influencia y que López Obrador no le hace caso”. La amenaza de demandas de los tenedores de bonos del nuevo aeropuerto en Texcoco, le dio una bocanada de oxígeno, y recuperó algo de la fuerza perdida, al comprobarse que sus advertencias sobre probables consecuencias por la cancelación, eran sólidas. Levantado del suelo en donde estaba, se recompuso para mudar sus oficinas al edificio inteligente que construyó el presidente Felipe Calderón junto a la vieja casa “Lázaro Cárdenas” en Los Pinos, donde estará buena parte del staff presidencial que no tiene cupo en Palacio Nacional, ni el viejo edificio virreinal aguanta ya el peso que significaría una mudanza de esa envergadura. El futuro de Romo, sin embargo, es bastante incierto. López Obrador ya dijo que no habrá transgénicos en México, que va en contra del principal negocio privado de Romo desde hace muchos años, y que tampoco producirán petróleo mediante el fracking, la tecnología que le permitió a Estados Unidos convertirse de importador neto de petróleo, a una potencia petrolera en menos de 20 años. Es decir, el proyecto explícito de López Obrador es muy contrario a lo que concibe y ve Romo como parte del desarrollo. Hace unas semanas, como muestra de la contradicción, Romo fue el último ponente en una reunión a puertas cerradas con empresarios regiomontanos. “Acaban ustedes de oír las verdades”, dijo Romo sobre las observaciones del gobierno de López Obrador. “Ahora yo les voy a decir las mentiras”.
3ER. TIEMPO: El regreso a la vida, ¿por cuánto tiempo? Cuando ganó la elección presidencial, Andrés Manuel López Obrador no dudó quién sería su secretario de Hacienda. Carlos Manuel Urzúa, un académico probado que fue durante el primer tercio de su gobierno en la Ciudad de México, secretario de Finanzas. Era una cara conocida, un profesional probado y lo había ayudado en la campaña presidencial. Urzúa llegó al frente de esa súperpoderosa secretaría, pero sin que López Obrador lo empoderara como súperpoderoso secretario. El hombre fuerte que tenía el entonces presidente electo era Gerardo Esquivel, quien lo acompañó durante más tiempo en la lucha electoral, pero que comenzó a chocar con los diversos miembros del gabinete designado por la forma como estaba acomodando el presupuesto, al extremo de dejarse de hablar prácticamente, con su propio jefe Urzúa. Su salida del equipo fortaleció al actual secretario de Hacienda quien, sin embargo, sigue sin tener el oído de su jefe que requeriría alguien de la importancia de su encomienda. Urzúa, como muestra de ese distanciamiento, fue dejado en la oscuridad sobre cómo se desarrolló el proceso de la consulta ciudadana sobre el aeropuerto internacional de México, y poco antes de la conferencia de prensa en la que se anunciaron los resultados, preguntaba si alguien sabía qué era lo que se iba a decir. Se enteró de lo que tenía que hacer cuando se incendió el edificio y tuvo que entrar a apagar el fuego, pero la primera salida estratégica para evitar las demandas por una eventual cancelación del aeropuerto en Texcoco no provino de él, sino del subsecretario de Hacienda, Arturo Herrera, quien diseñó la recompra de bonos con la asesoría de tres bancos y un despacho de abogados en Estados Unidos. Urzúa es la cara amable, pero Herrera es a quien se le están encargando todos los asuntos, reiterando la forma como López Obrador gobernaba en la capital cuando Urzúa era el secretario, pero Gustavo Ponce, el subsecretario al que sorprendieron jugando bacará en un casino de Las Vegas mientras era funcionario, era con quien realmente acordaba. El futuro de Urzúa se desarrolla, hasta ahora, sobre el mismo camino, al ser un secretario ejecutor del verdadero secretario de Hacienda, López Obrador, que dice cómo quiere que se maneje la Tesorería, con qué énfasis y restricciones, para que ese equipo económico, simplemente, acomode las cosas al gusto de su jefe.