Estamos llegando al fin del año litúrgico y la palabra de Dios de este domingo nos recuerda que avanzamos hacia el final de la historia y que hemos de prepararnos al encuentro con Dios.
Nuestra preocupación no ha de centrarse en cuándo o cómo será el fin del mundo, sino en asumir nuestra tarea en construir un mundo mejor aquí y ahora, para prepararnos al encuentro definitivo con el Señor a su debido tiempo.
Una imagen nos puede ayudar a entender esto. En el día del juicio se oscurecerán las estrellas no por la disminución de su luz, sino por la claridad que llegará con la Luz, que es Jesucristo.
Las imágenes, que la Palabra de Dios nos ofrece hoy, están desbordantes de vida, para despertar esperanza y afirmar nuestra confianza en Dios. Más importante que el miedo ante el futuro es el ánimo para el presente. Más que un discurso sobre los últimos tiempos es la indicación de cómo hay que vivir cada día. El mensaje nos invita más a las actitudes que a los acontecimientos.
No se trata tanto del final del mundo natural, sino del final del mundo de la tribulación, la tristeza, la enfermedad, las desgracias, la muerte…
La venida y la presencia definitivas de Jesús es, para toda la humanidad, motivo del mayor consuelo y la mayor esperanza.
Nuestra tarea como cristianos, es orientar nuestra vida hacia el bien y los valores que brotan de él. Esta tarea no debe apartarnos del mundo; por el contrario, debemos trabajar para que las estructuras sociales se orienten hacia la construcción del bien y los valores.
La forma de construir el Reino de Dios, es haciendo vida el evangelio en la familia y en la sociedad. Si nos esforzamos por hacer crecer el bien en derredor nuestro, estaremos preparados. Esta será nuestra forma concreta de mirar los brotes de la higuera, y aunque no importa saber ni el día ni la hora, estaremos listos para el encuentro con Jesucristo.
Definitivamente, el mensaje que la Palabra nos trasmite hoy es un mensaje de esperanza y no de miedo. Jesús nos enseña a no preocuparnos por el mañana.
Si hoy hacemos bien lo que tenemos que hacer, mañana haremos lo mismo, y así hasta el final. Lo que pase después no nos tiene que preocupar, si hemos vivido cada día con esta sincera intensidad de vida y de fe. Por eso en el final de nuestra vida, no va a haber sorpresa alguna, vamos a recoger lo que hemos sembrado, tal como nos indican todas las parábolas de Reino.
+ Juan Navarro Castellanos
Obispo de Tuxpan