A Celia Miranda con cariño

 Por Inés García Nieto

Celia Miranda Martínez ya no limpia las calles de Tuxpan. Ya no saluda a quienes la conocieron con la sonrisa que siempre traía en el moreno rostro, ya no recoge  bultos de basura en los negocios del centro… Celia la conocida y estimada trabajadora de limpia pública al servicio del Ayuntamiento que en once años tuvo barridas las largas calles y banquetas de la colonia Adolfo Ruiz Cortines, decidió darse un merecido descanso.

 


En el año 2001,  cuando ella tenía unos meses trabajando en el Ayuntamiento en el área de Limpia Pública, su diaria e ininterrumpida actividad llevó a presentarnos en algún punto de la ciudad.


En la intimidad de la reciente amistad, en medio del tumulto citadino, Celia habló de su trabajo que iniciaba a las 4 de la mañana todos los días de la semana, de los todos los meses. Decía que soplaran vientos huracanados o hiciera frío invernal, lloviera o hiciera calor, ella salía de su hogar bajando su bicicleta en hombros, pues vivía en un cerro de la colonia El Esfuerzo. En la Insurgentes montaba la bici de 18 rodadas, y salía al Libramiento. Llegaba al centro de la ciudad, salía al boulevard y circulaba abajo del puente para dirigirse a una de las calles de la colonia Ruiz Cortines. Ahí jalaba el negro bote de basura e iniciaba la rutina de todos los días. Sostenía la escoba y con destreza y concentración,  jalaba decenas de hojas de árbol, envases, cartones, latas, y cuantos productos de desecho se cruzaran por sus  pies. Los recogía y continuaba barriendo. Decía  que cuando llovía buscaba el techo, el zaguán de una casa para no empaparse; cuando la lluvia aminoraba ella continuaba la tarea suspendida, y lo hacía con mayor empeño, pues había que recuperar el tiempo perdido. A las 12.30 del día enfilaba al centro de la ciudad. Su jornada había concluido. En una de las calles aledañas al mercado se reunía con sus compañeras para comer una torta, tomarse una avena o un refresco, y luego continuaba su labor empezando a sacar bolsas de basura de los comercios, las tiendas, los restaurantes de la avenida Juárez, la calle Genaro Rodríguez, Pípila y el boulevard.


Celia, que salía de madrugada alumbrándose con la luz de la luna, regresaba a su casa, cuando el sol emitía sus últimos destellos, pues una vez recogidos los desechos de los comercios, se apresuraba a entregarlos ya clasificados como plástico, envase o cartón. Con esta actividad se hacía de otros ingresos.


De su quincena separaba unos pesos para algún imprevisto, y lo demás lo dedicaba para pagar luz, agua, alimento, ropa y para pasajes de sus tres hijos: dos adolescentes que estudiaban en Cetmar y un niño de preescolar.


Ella estaba legalmente casada, pero cuando su marido la abandonó por iniciar una nueva relación, él nunca se comprometió ni con ella ni con sus hijos. La nueva pareja de su esposo le compró a su marido una camioneta y le puso un taller. Celia con dos meses de embarazo, no sabía de qué manera sostenerse. Una amistad le dijo que podía conseguir empleo en Limpia Pública. Le dieron trabajo, pero el lugar asignado sería la colonia Adolfo Ruiz Cortines. Trabajaría ocho horas a partir de las 4.30 de la mañana, y ella tenía que resolver el punto del transporte. Su cuñado le dijo que se comprara una bicicleta y que aprendiera a manejarla. La necesidad hizo que ella aprendiera pronto, y luego había que enfrentarse el reto de salir cuando la ciudad dormía y estaba a oscuras.


A Celia nada la intimidó. Si alguna vez sintió miedo, sola lo superó, y antes de salir a trabajar veía con amor a sus pequeños hijos. Los encomendaba a Dios, ella hacía lo mismo, y así estuvo por largos 11 años.

 


En septiembre de 2010, los médicos le dijeron que tenía que hacerse una nueva operación en los senos, pues habían detectado células enfermas antes que su tercer hijo naciera. Celia pensó que esa operación sería una más. La intervinieron en el Hospital Civil un viernes. Los médicos le dijeron que nadie de su familia podía quedarse a cuidarla cuando salió del quirófano. Ella se desangró por la noche, y el sábado amaneció empapada en sangre. Las enfermeras que en su turno no acudieron a revisar su herida, la regañaron cuando la vieron caminar en el pasillo buscando ayuda. El mismo sábado la dieron de alta y ella empezó con fiebre el domingo. La temperatura no cedía con nada. Celia se negó a regresar al hospital por el trato recibido. Empezó a tener problema de respiración. El miércoles la llevaron a una clínica particular. Su enfermedad se complicó y el médico optó por ingresarla al hospital con la anuencia de las hermanas de Celia. El sábado por la noche recibió oxigeno pues ya no podía respirar, pero falleció la madrugada del domingo.


Ella se despidió un domingo de septiembre, y fue tan rápida su partida que muchas personas que la conocieron, estimaron y admiraron, no se enteraron de su fallecimiento.


El 30 de marzo de 2008 Celia Miranda se hizo merecedora de un reconocimiento por parte del programa radiofónico “Hablando se entiende la gente” de Radio Fórmula Tuxpan. Ella decidió trabajar en lugar de ir a recibirlo junto con 30 mujeres más.


Esta mujer excepcional, que teniendo todos los motivos para estar enojada con la vida, nunca demostró su tristeza de mujer abandonada. Siempre, todos los días de todas las semanas, de los 12 meses de once largos años, saludó con una sonrisa a conocidos y amigos de Tuxpan.


A los 42 años de edad, Celia Miranda Martínez murió de cáncer de seno.

Quienes la quisimos, respetamos y admiramos, sabemos que ella por fin duerme el sueño eterno, y que cuando el hijo de Dios regrese por los suyos, ella se levantará con la sonrisa con la que saludaba, y entonces será para saludar al Salvador…Celia ya no barrera más bajo el inclemente sol, porque en el cielo no hay basura.    

 


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