Han pasado cinco décadas, pero hay algo que Mimi Alford, que ahora tiene 69 años, no olvida: el perfume de John F. Kennedy. En 1962 fue becaria en el departamento de prensa de la Casa Blanca. Allí conoció al presidente, de quien asegura que fue amante y confidente, siempre a escondidas de la larga sombra de la primera dama Jacqueline. Esta semana pone en venta su libro de memorias, ‘Había una vez un secreto: mi aventura con el presidente John F. Kennedy y sus consecuencias”.
Alford llegó a la oficina de prensa de la Casa Blanca en el verano de sus 19 años, recién licenciada del colegio universitario femenino de Wheaton. A los cuatro días de su llegada, el presidente Kennedy, de 45 años, se fijó en ella, e hizo que un ayudante la invitara a nadar en la piscina, por la tarde. “Eres Mimi, ¿verdad?”, le preguntó. “Sí, señor”, respondió ella nerviosa.
Aquella misma noche, la joven becaria perdió su virginidad con el hombre con más poder de su país y, probablemente, del mundo, en el dormitorio de la primera dama. Alford da detalles de cómo ocurrió aquel primer encuentro, no confirmados por nadie más que su propia memoria. Tras una tormenta de verano, en el húmedo calor de Washington, el asistente de Kennedy Dave Powers la invitó a una fiesta privada. Él y otros dos empleados la recibieron con daiquiris, hasta que llegó el líder del mundo libre.
Kennedy le ofreció una gira por la Casa Blanca. Ella aceptó, para descubrir que el presidente sería guía y acompañante único. Llegaron pronto al dormitorio. “Noté que se me acercaba cada vez más. Podía sentir su aliento en mi nuca. Me colocó la mano en el hombro”, rememora Alford. “Poco a poco, desabrochó la parte superior de mi vestido y acarició mis senos. Entonces extendió la mano hacia mis piernas y empezó a quitarme la ropa interior. Yo acabé de desabrochar mi vestido, y lo dejé caer sobre mis hombros.»
Aquella tarde, 33 años antes de que Monica Lewinsky quedara fascinada por los encantos de un presidente demócrata, Mimi Alsford ya cayó embelesada por otro anterior, y decidió darse completamente a él, para mantener luego un silencio de cuatro décadas. “¿Es la primera vez que haces esto?”, le preguntó Kennedy. “Sí”, le respondió ella, mientras era acariciada.
La becaria recuerda dos cosas en especial: que Kennedy olía a su colonia, 4711 de la casa Maürer & Wirtz, y que no la besó en los labios. A ella, joven ingenua de Nueva Jersey, no le importó. Dice que se enamoró perdidamente del presidente, con quien acabaría teniendo una aventura de 18 meses. Hacían el amor en la Casa Blanca, en las huidas del mandatario de sus acuciantes problemas, políticos y personales.
El cinco de agosto murió Marilyn Monroe, de quien siempre se sospechó que había tenido una aventura con el presidente. En septiembre la Unión Soviética decidió vender armas a Cuba. En octubre comenzaría la crisis de los misiles. Previamente, Kennedy prometió, en un discurso en American University, que pondría a un norteamericano en la Luna.
El encuentro en la piscina se repitió aquel verano. En las ocasiones sucesivas, el presidente la trató en público con aparente frialdad, para no levantar sospechas. Pero hicieron el amor en más ocasiones, en otras estancias de la Casa Blanca. “Aquel fue el principio de nuestra aventura”, escribe Alford. “El hecho de que me deseara el hombre más poderoso y famoso de América sólo intensificaba mis sentimientos, hasta el punto de me iba a resultar imposible resistirme. Por eso no le dije que no al presidente”.
Tenían los amantes una rutina. Ambos nadaban acompañados en la piscina. Luego ella regresaba a su escritorio y esperaba la llamada de su amado. Esta dependía siempre de un factor decisivo: los movimientos de Jacqueline, sus idas y venidas, que le daban mayor o menor libertad de movimiento. Ambas mujeres, la esposa y la amante, habían estudiado en la misma escuela para señoritas, Miss Porter’s.
Se bañaban juntos, cocinaban, escuchaban discos de Frank Sinatra… eran dos enamorados más, aislados del mundo real. “Había un abismo entre nosotros -la edad, el poder, la experiencia- que provocó que lo nuestro no se convirtiera en algo más serio”, escribe Alford. Al acabar el verano, regresó al colegio universitario, pero se siguió viendo con Kennedy ocasionalmente. Éste le enviaba limusinas al aeropuerto, empleando un pseudónimo, Michael Carter.
No todo son recuerdos dorados en ese romance, mitad cuento de hadas mitad novela sórdida. En una ocasión, en una fiesta organizada en el rancho de Bing Crosby, Kennedy le ofreció drogas. “Estaba sentada junto a él en el salón y otro huésped me ofreció un puñado de cápsulas amarillas -seguramente nitrito de amilo, conocido comopoppers. El presidente me preguntó si quería probarlas, ya que estimulaban el corazón y mejoraban el sexo. Le dije que no, pero él no me hizo caso y abrió la cápsula bajo mi nariz”.
En otro momento, Kennedy la desafió. Su amigo y confidente, Powers, estaba visiblemente tenso. El presidente le dijo a la becaria: “¿Te puedes encargar de él?”. “Era un desafió”, recuerda ella. “Era un reto para que le diera sexo oral a David Powers. No creo que pensara que lo haría, pero he de admitir, no sin vergüenza, que lo hice… mientras el presidente miraba en silencio”.
La última vez que se vieron fue en el hotel Carlyle de Manhattan, siete días antes del asesinato de él en Dallas, en noviembre de 1963. “Ojalá vinieras conmigo a Tejas”, le dijo. “Te llamaré cuando regrese”. Ella se casaba en unos días. No volvió a ver a su amado. Y recordó su romance en silencio y con dolor hasta el día de hoy.(Periodico Español El País)