Los seis detalles que se recordarán de la ceremonia

Sin dejar de ser una cita solemne, el enlace del príncipe Enrique y Meghan Markle ha roto con la tradición con varios gestos insólitos

Por María Contreras/El País

“Esta boda estará guiada por la tradición, permitiendo a todo el mundo celebrar, lo que hace a las bodas reales tan especiales, pero también reflejará la personalidad del príncipe Enrique y Meghan Markle”.

Así comenzaba un comunicado emitido por el palacio de Kensington a principios de mes, en el que ya se adivinaba que la mano de los duques de Sussex se iba a dejar notar tanto en los preparativos como en la ceremonia. El hecho de que la boda no fuera un asunto de estado —el príncipe Enrique es el sexto en la línea sucesoria— ha permitido a los novios sacudirle el polvo a algunas tradiciones que llevaban siglos inalteradas. Aunque durante la mayor parte del guion ha seguido el protocolo (desde las alianzas de oro galés a la tiara de la familia Windsor que portaba la novia), estos son los seis gestos que han convertido esta boda real en la menos convencional que se recuerda, y con los que, en mayor o menor medida, sus contrayentes han reescrito la historia.

La novia

Americana y sin lazos previos con Reino Unido, divorciada, mestiza, actriz, procedente de una familia disfuncional (cuyos miembros han brillado por su ausencia), educada en el catolicismo, activista, feminista, con claras opiniones políticas (al menos, hasta antes de su compromiso)… Más que un soplo de aire fresco, la llegada de Meghan Markle a la apolillada monarquía británica puede suponer un verdadero vendaval. Wallis Simpson, la última americana —también divorciada, aunque ahí terminan las similitudes— que osó intentar formar parte de La Firma solo pudo entrar a Windsor en ataúd; allí está enterrada junto a Eduardo VIII, que abdicó por amor a ella. A la princesa Margarita, hermana de la reina, no le permitieron casarse con Peter Townsend por ser divorciado. Mucho ha cambiado el panorama desde los años 50; las cosas de palacio van despacio, pero se mueven.

La boda, en sábado

Las bodas reales, normalmente, se celebran en día laborable y el gobierno decreta una jornada de fiesta para que todo el pueblo pueda celebrarlo con los novios. Guillermo y Kate se casaron en viernes; la reina Isabel y el príncipe Felipe, en jueves. Enrique y Meghan han hecho saltar por los aires esta costumbre… y los británicos se han quedado sin festivo.

Los invitados

Realeza británica y realeza de Hollywood. Rancio abolengo y estrellas de Instagram. La reina más longeva de la historia de su país y una madre de la novia con rastas y un piercing en la nariz. Decir que los asistentes a la boda del año formaban un popurrí insólito es quedarse muy corto. Nunca una lista de invitados reflejó mejor la unión de dos mundos: la relajada California y el tradicionalismo británico. A eso se suma el hecho inédito de que los novios invitaron a 2.640 personas del público a seguir desde la ceremonia desde los terrenos del castillo de Windsor.

El sermón

La abogada defensora de los derechos humanos Amal Clooney y su marido, el actor George Clooney, a la llegada de la boda de Meghan y Enrique. La abogada defensora de los derechos humanos Amal Clooney y su marido, el actor George Clooney, a la llegada de la boda de Meghan y Enrique. REUTERS

El sermón del obispo Michael Curry ha sido, sin género de dudas, el momentazo de la ceremonia. Su estilo apasionado y cercano a la hora de predicar —ha llegado a pedirle a los asistentes que recordaran la primera vez que se habían enamorado— ha levantado algunas cejas, ha provocado muchas sonrisas (algunas, nerviosas) y se ha convertido en trending topic. Famoso por su encendida defensa del matrimonio gay o los derechos civiles, su alocución —leída, por cierto, en un iPad— no ha dejado a nadie indiferente.

El feminismo de la novia

Cuando se anunció que sería el príncipe Carlos quien llevaría a la novia al altar después de confirmarse que el padre de Markle no asistiría al evento, hubo quien consideró una ocasión perdida para el feminismo que la novia no hubiera elegido caminar del brazo de su madre. Sin embargo, el gesto de Markle no ha estado exento de significado, porque ha decidido recorrer la mitad del pasillo sola, rodeado por los pajes y damitas de honor, y el arzobispo ha omitido la frase en la que se pregunta quién entrega a la novia. La exactriz es una novia que se entrega sola. Además, en los votos Markle tampoco ha leído la parte en la que la novia promete “obedecer” y “servir” a su marido; un gesto en el que la precedió Kate Middleton en 2011.

La recepción y la tarta


Tras la ceremonia, los 600 invitados que han acudido a la capilla de San Jorge se han trasladado a St. George’s Hall para disfrutar de una recepción ofrecida por la reina Isabel II. Lo novedoso de este evento es que ha transcurrido de pie, pues fue concebido para que los invitados pudieran hablar y mezclarse libremente, y la comida se ha repartido “en boles” y en formato canapé. Pero la gran ruptura con la tradición ha llegado a la hora de cortar la tarta.

En vez del tradicional pastel de frutas con mazapán que se sirve en las bodas reales —del que, según dicta la costumbre, se manda un pedazo a las personas que no han podido acudir—, la pareja ha apostado por encargarle a una pastelera hipster, la californiana Claire Ptak —que regenta un pequeño comercio en Hackney, al este de Londres— la creación de un pastel de limón y flor de saúco que refleje “los frescos sabores de la primavera”. Con esta elección, la pareja se asegura que su pastel nupcial no se convierta en pasto de la especulación: según Reuters, el 23 de junio se subastarán en Las Vegas cinco pedazos de pasteles procedentes de bodas reales, entre ellos uno de la boda de Carlos y Diana, con un valor estimado entre 800 y 1.200 dólares.

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