Febrero 18 – Domingo 1° de Cuaresma
Este primer domingo de cuaresma, la Palabra de Dios nos presenta el tema de la «tentación». La experiencia de sentirnos «tentados» o inducidos al mal es una experiencia cotidiana.
El superarla exige un proceso de conversión, que a la vez supone una actitud de escucha y de toma de conciencia, un discernimiento y una búsqueda permanente de la verdad y el bien, en una opción clara por Dios y por su proyecto que es el proyecto del bien.
Conviértanse por que se acerca el Reino de Dios
¿Qué pueden decir estas palabras a un hombre o a una mujer de nuestros días?
A nadie atrae oír una llamada a la conversión. Pensamos enseguida en algo costoso y poco agradable: una ruptura que nos llevaría a una vida poco atractiva y deseable. El verbo griego que se traduce por “convertirse” significa en realidad “ponerse a pensar”, “revisar el enfoque de nuestra vida”, arrepentirse “reajustar la perspectiva”, cambiar de vida.
Las palabras de Jesús se podrían escuchar así: “analicen si no tienen que revisar y reajustar algo en su manera de pensar y de actuar para que se cumpla en ustedes el proyecto de Dios de una vida más digna, una vida con rumbo, una vida más humana”. Convertirnos es “liberar la vida” eliminando miedos, egoísmos, tensiones y esclavitudes que nos impiden crecer de manera sana y armoniosa. Jesús nos invita a descubrir la conversión como paso a una vida digna, más plena y gratificante.
Jesús es tentado en el desierto
El Evangelio de hoy nos presenta a Jesús tentado por el Diablo en el desierto. El desierto había sido para el pueblo, el lugar de la prueba. Allí quiso también ser probado Jesús, para salir victorioso y mostrarnos dos cosas: que la tentación es inevitable en nuestra vida y que debemos vencer –y esto es posible-, al tentador. San Marcos, no detalla las tentaciones, como Mateo y Lucas. Es que todas las tentaciones de Jesús durante su vida en realidad fueron una sola: «vivir una vida cómoda huyendo el camino de la cruz». Pero el Señor, se mantuvo firme como Cordero de Dios y Servidor sufriente.
El simbolismo del desierto
El «desierto», es mucho más que un lugar geográfico. El desierto es «ésta» nuestra vida transitoria, la vida de todos los días, durante la cual contamos con las promesas de Dios que nos ayuda siempre, pero también debemos pasar por dificultades y pruebas diversas.
Dios condujo a su pueblo elegido primero por «el desierto», para hacerlo entrar después en la Tierra prometida. El desierto fue el lugar de las pruebas purificadoras. En él nació y se fue forjando el Pueblo de Dios. Allí Dios dio a su pueblo los mandamientos, y selló su alianza con él. Pero en ese camino de desierto, el pueblo desobedecía constantemente los mandamientos del Señor. En Jesús, en cambio, el desierto es el lugar donde puede permanecer unido a su Padre. En la soledad, Jesús entra en comunión con Dios Padre.
Este ejemplo nos invita a ser fuertes ante los problemas y dificultades, saber permanecer estables y decididos por el bien, a pesar de pruebas y dificultades. En realidad, tenemos que sacar bienes aun de los males, no dejarnos vencer por las dificultades y los problemas y madurar en las pruebas. Jesús nos enseña a vencer el mal El camino de Jesús por el desierto de este mundo, terminó en la victoria sobre el espíritu del mal y sobre el mismo mal. Jesús no sucumbió ante las tentaciones de Satanás. El Señor se mostró como el «más fuerte». Y esta lucha contra el enemigo de Dios, contra Satanás, Jesús la comenzó «enseguida», después de salir del agua bautismal. No es un simple detalle gramatical que el texto diga: «lo llevó al desierto». ¿A quién llevó el Espíritu?. A Jesús. Este relato de san Marcos, -el relato de la tentación de Jesús- forma parte del relato de su Bautismo. No había que perder tiempo para llevar a Satanás a la derrota. El mismo Espíritu Santo, que había descendido sobre el Señor al ser bautizado, inmediatamente lo empujó a enfrentarse con Satanás. También a nosotros, el Bautismo «no» nos dispone para una vida tranquila y cómoda, sino más bien para una constante lucha contra el espíritu del mal. El eterno tentador Satanás significa «el que confunde», el «padre de la mentira» y personifica lo que hay de malo en torno a nosotros y lo que se opone a Dios y a su plan de salvación que él tiene para la humanidad.. Cuando Dios nos visita, cuando experimentamos sus consuelos, es fácil servir a Dios. Cuando Dios parece estar ausente y nos envía trabajos y dificultades, es cuando verdaderamente se ve si «lo amamos». Sólo cuando llueven tristezas y pesares sobre el alma, se ve la constancia de los que sirven a Dios.
En esos momentos, aparece frecuentemente la «tentación». Precisamente, en esos momentos, tenemos que unirnos más al Señor, confiar en él, sentirnos más que nunca sus hijos predilectos, porque esas tentaciones, que aparecen como desaliento, y como sensación de que Dios no nos atiende…, son las señales de que el demonio «no nos posee». Y como «no nos posee», entonces va tras de nosotros con la tentación. Si nos poseyera, no nos atacaría. Atención con las trampas del demonio Lo típico de la tentación es que «aparece como una propuesta buena», de allí la dificultad de discernir y elegir. Debemos descartar la imagen ingenua de que el demonio en persona nos incite a hacer algo malo. En tal caso ni siquiera es una tentación, y no hay esfuerzo alguno en darse cuenta que es algo malo. Lo problemático de las «tentaciones» es su misma apariencia de camino de felicidad, o de oportunidad para hacer voluntad de Dios… Dios consiente la tentación para nuestro bien, para ayudarnos, a través de esa experiencia, a que nos acerquemos a él. Dios sabe sacar bienes aún de los males. El demonio ataca a los «amigos de Dios», y ataca más aún a aquellos «amigos de Dios» que pueden arrastrar con su caída a otros. Por eso las mayores tentaciones las reciben quienes tienen la misión de cuidar los «valores» y la «fe» en nuestro mundo de hoy. Conviértanse y crean en el evangelio. “Conviértanse” es el primer mensaje de Jesús. Convertirse es cambiar de rumbo, tomar otra dirección, cambiar de mentalidad. Seguir a Jesús. Nuestra respuesta al ofrecimiento del Reino y la Buena Noticia es una actitud de alegría, de fe y de conversión. El anuncio del Reino pide un cambio. No es posible avanzar si seguimos con las mismas mañas: –personales, mentales, sociales, religiosas…- lo que Jesús es y ofrece: justicia, paz, verdad, compasión, amor, vida. Las viejas estructuras no sirven para acoger la Buena Nueva de Jesús. Cristo «duerme» en nuestra barca, pero está aquí. El demonio es un enemigo, y también ronda cerca de nosotros, pero ha sido vencido. Si le resistimos y hacemos frente, no puede nada con nosotros.
+ Juan Navarro C. / Obispo de Tuxpan