Desde siempre en la predicación y en los comentarios a la Sagrada Escritura, la lepra ha sido considerada como una expresión física de la fealdad y el horror que significa el estado de pecado.
Sin embargo, mientras la lepra del cuerpo es tan repugnante y tan temida, la lepra del alma pasa casi inadvertida, sobre todo en nuestros tiempos.
A los leprosos, en tiempos de Jesús se les temía y se les alejaba por miedo al contagio. La lepra fue una enfermedad espantosa. En aquel entonces no había remedio. La lepra llevaba implacablemente a una muerte dolorosa y en total abandono.
Por eso los leprosos fueron obligados a vivir separados de los demás. Habitaban en el desierto o en cementerios, en total abandono, muertos en vida, por la marginación y la soledad total, mientras les llega la muerte.
Los leprosos eran excluidos –excomulgados– del pueblo para que no contaminaran a la comunidad. Perdían los derechos de ciudadanos y los derechos religiosos. Se les consideraba seres manchados y contagiosos, apestados peligrosos. Entrar en contacto con un leproso significaba quedar impuro y no poder reunirse con el resto de la comunidad hasta no haberse purificado.
La situación se agravaba por el estigma y el sello religioso. El leproso era además un castigado de Dios, un maldito de Dios. No había lugar para la compasión, pues era un rechazado de Dios. Los sacerdotes, “en nombre de Dios”, declaraban al leproso impuro y lo expulsaban. Es preciso tener presente este marco socio-religioso para valorar la forma de actuar de Jesús.
Se le acerco un leproso
Se le acercó un leproso y le suplicó de rodillas: Si quieres, puedes limpiarme. Un leproso arriesgado, se acerca a Jesús. Pronuncia una bella y enternecedora oración, en la que reconoce su lamentable situación, pero expresa su deseo de ser curado y mucha fe y esperanza.
Somete su situación y su vida a la voluntad de Jesús. En el Evangelio, el leproso reconoce humildemente su impureza, y al mismo tiempo confiesa el poder de Dios, cayendo de rodillas delante de Jesús, en señal de reconocer en Él al Salvador. Este leproso, representa a los que descubren que están perdidos si no les socorre Jesús. Y, conociendo las severas leyes que prohibían tener algún trato con un leproso, sorprende e impresiona la actitud de Jesús.
Jesús, no solamente no rechaza al enfermo, sino que además, toca al intocable. Y el Señor en lugar de quedar contaminado, le comunica al enfermo su propia pureza y lo cura. Jesús, si bien respetó básicamente las normas de su pueblo para no provocar un escándalo innecesario, remarca muchas veces que la pureza no está en el exterior del hombre, ni en una mancha de la piel o en la suciedad de las manos, sino en la integridad y sinceridad del corazón.
Jesús, tocando a un leproso, y con su actitud de escucha hacia él, rompe no sólo la costumbre, sino una rígida ley religiosa, superando todas las barreras humanas, sociales, legales y religiosas. Para Jesús, en esta ocasión y siempre, la persona está por encima de toda ley, incluida la ley religiosa.
Jesús compadecido se acercó, lo tocó y le dijo: quiero, queda limpio
“Compasión” es una palabra fundamental en los Evangelios. Son las entrañas sensibles y maternales de Dios. Entrañas que se manifiestan en la vida de Jesús. Jesús se compadece, hace suyos los sufrimientos de los demás y actúa en consecuencia. No evita tocar lo intocable ni enfrentarse a los defensores de la aplicación estricta de la ley. Ya nadie puede ser considerado impuro.
Muestra el camino para quien quiera seguirle: sentir como propio el dolor de los que sufren. Su mano también está tendida hacia ti, te toca, quiere sanarte, liberarte. Lo que Dios mira es la pureza interior. Para Dios, todo hombre está llamado a la fe y a la santidad por el hecho de ser humanos.
Lo despidió y le advirtió: no se lo digas a nadie
Las órdenes de silencio es el recurso que utiliza Marcos para evitar que las personas se hagan una imagen parcial y errónea de Jesús y su misión. La identidad de Jesús se completa en su pasión, muerte y resurrección.
Era tan grande el entusiasmo de este hombre que, a pesar del mandato de silencio, se convirtió en testigo y pregonero de la bondad y del mensaje de quien le había curado. Esto hace que Jesús no pueda ya presentarse en público en las ciudades.
Fue tan grande el entusiasmo de este hombre que, a pesar del mandato de silencio, se convirtió en testigo y pregonero de la bondad y del mensaje de quien le había curado. Esto hace que Jesús no pueda ya presentarse en público en las ciudades. En realidad, aquel leproso se convierte en un nuevo discípulo de Jesús y comienza a divulgar lo sucedido. El que experimenta a Jesús como su Salvador, no puede menos que proclamar la Buena Noticia a todo el mundo.
Jornada mundial del enfermo
Este domingo 11 de febrero celebramos La Jornada Mundial del Enfermo. El Papa nos invita a reflexionar sobre el misterio del dolor y la enfermedad, y nos motiva igualmente a orar por quienes viven esas complicadas realidades de sufrimiento y limitaciones.
Sin embargo, esta jornada nos ofrece la oportunidad para valorar el servicio de quienes atienden a enfermos y discapacitados. Es fundamental el servicio de médicos y enfermeras; pero también de voluntarios y familiares que acompañan y apoyan solidariamente a personas enfermas.
El Apóstol Juan, como discípulo que lo compartió todo con Jesús, señala en su evangelio que el Maestro quiere conducir a todos los seres humanos al encuentro con el Padre. Nos enseña cómo Jesús encontró a muchas personas enfermas en el espíritu, porque estaban llenas de orgullo (cf. Jn 8,31-39); y personas enfermas, con limitaciones corporales (cf. Jn 5,6).
La Iglesia tiene la tarea de mirar a los enfermos con la misma mirada de ternura y compasión que su Señor tiene para quienes sufren. No podemos olvidar la ternura y la perseverancia con las que muchas familias acompañan a sus hijos, padres, abuelos y familiares enfermos o discapacitados.
La atención brindada en la familia es un testimonio extraordinario de amor por la persona humana que hay que respaldar con un reconocimiento adecuado y con unas políticas apropiadas, para que las familias, acompañen de la mejor manera a sus enfermos.
Por lo tanto, médicos y enfermeros, sacerdotes, consagrados y voluntarios, familiares y todos aquellos que se comprometen en el cuidado de los enfermos, participan en esta misión eclesial.
Se trata de una responsabilidad compartida que enriquece el valor del servicio de todos los días a los hermanos que viven la cruz de la enfermedad.
Nos encomendamos a la Virgen María, Madre de la ternura, para confiarle todos los enfermos en el cuerpo y en el espíritu, para que los llene de fortaleza y mantenga viva su esperanza. Pidámosle igualmente que nos ayude a acoger a nuestros hermanos enfermos.
La Iglesia sabe que necesita una gracia especial para estar a la altura de su servicio evangélico de atención a los enfermos. Por lo tanto, la oración a la Madre del Señor nos une en una súplica confiada y perseverante, para que cada miembro de la Iglesia viva con amor la vocación al servicio de la vida y de la salud.
La Virgen María interceda por tantos enfermos recluidos en albergues, hospitales y en sus propios hogares, que los ayude a vivir su sufrimiento en comunión con el Señor Jesús y que conceda fortaleza y generosidad para quienes cuidan de ellos.
+ Juan Navarro C. / Obispo de Tuxpan