A la muerte de Moctezuma, Cuauhtémoc dirigió la desesperada defensa de Tenochtitlán frente a las fuerzas de Cortés, quien lo apresó y más tarde ordenó ahorcarlo
Hijo y nieto de reyes, Cuauhtémoc tuvo una corta y azarosa existencia. Nació en Tenochtitlán en los últimos años del siglo XV, en un día que coincidió con un eclipse solar, preludio de un sino fatal que los sacerdotes confirmaron al darle el nombre de Cuauhtémoc, «águila que desciende».
Foto: Dea / Scala, Firenze
Hernán Cortés. Detalle de un óleo de Johann Nepomuk Geiger. 1868
Tenochtitlán, la gran capital del imperio azteca
Cuauhtémoc se rinde ante Hernán Cortés. dibujo de homenaje a Cristóbal Colón: antigüedades mexicanas (1892)
La lámina del Lienzo de Tlaxcalla que se reproduce arriba muestra a Cortés sentado y con un llamativo penacho de plumas; tras él a Marina, su amante y traductora, y a Cuauhtémoc, que le presenta su rendición. En lo alto de la imagen se lee una frase en lengua nahua: yc paliuhque mexica, «Con esto se acabaron los mexicas».
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Plaza de las tres culturas. Situada donde se alzaba la antigua ciudad de Tlatelolco, donde tuvo lugar la última batalla entre Cuauhtémoc y Cortés.
Tras el asalto final a Tlatelolco, Cuauhtémoc huyó. Los españoles lo apresaron y fue llevado a presencia de Cortés. Allí el tlatoani exclamó ante el conquistador: «¡Ah capitán! Ya yo he hecho todo mi poder para defender mi reino y librarlo de vuestras manos, y pues no ha sido mi fortuna favorable, quitadme la vida, que será muy justo, y con esto acabaréis el reino mexicano».
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Busto de Cuauhtémoc en la plaza del zócalo. México D.F.
Según Díaz del Castillo, Cuauhtémoc tenía «la cara algo larga y alegre, y los ojos, más parecía que cuando miraban que era con gravedad que halagüeños y no había falta en ellos, y era de edad de 23, 24 o 25 años, y el color tiraba más a blanco que al color y matiz de esos otros indios morenos».
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Urna con el rostro de Tlaloc, el dios azteca de la lluvia. Museo del templo mayor. México D.F
Un noble de Tlatelolco contó a Cortés que Cuauhtémoc se quejaba de que «estaban desposeídos de sus tierras y señoríos y mandaban los españoles y que le parecía buen remedio matar a Cortés y a los que con él iban». El 28 de febrero de 1525, Cortés ordenó que interrogaran por separado a Cuauhtémoc y al señor de Tacuba y «sin haber más probanzas los mandó ahorcar».
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Por Isabel Bueno/National Geographic
Cuando las tropas castellanas al mando de Hernán Cortés lanzaron su asalto final contra la capital del Imperio azteca, Tenochtitlán, en 1521, sabían que enfrente tenían a un monarca que les iba a plantar mucha más batalla que Moctezuma, el tlatoani que dos años antes los había recibido con los brazos abiertos.
El nuevo tlatoani
Dado el importante rango que ocupaba, es lógico que Cuauhtémoc tuviera una participación destacada en los acontecimientos que siguieron a la llegada de Hernán Cortés a México. Probablemente fue de los primeros que se inquietaron por la presencia de Cortés y sus hombres en Tenochtitlán desde noviembre de 1519. Tras la matanza cometida por Pedro de Alvarado en el Templo Mayor, el 20 de mayo de 1520, Cuauhtémoc se sumó a la rebelión contra los invasores. El 30 de junio, en la conocida escena en la que Moctezuma salió a una azotea de su palacio para intentar calmar los ánimos de sus compatriotas, Cuauhtémoc lo imprecó con violencia: «¿Qué es lo que dice ese bellaco de Moctezuma, mujer de los españoles, que tal se puede llamar, pues con ánimo mujeril se entregó a ellosde puro miedo y asegurándose nos ha puesto todos en este trabajo? No le queremos obedecer, porque ya no es nuestro rey, y como a vil hombre le hemos de dar el castigo y pago». Una fuente afirma incluso que de su mano partió una de las piedras que mataron al emperador. El príncipe participó en primera línea en la expulsión de los españoles de Tenochtitlán, durante la llamada Noche Triste. Tras la muerte de Moctezuma, los nobles aztecas eligieron emperador a su hermano Cuitláhuac, pero éste murió ochenta días más tarde, víctima de la viruela. En busca de un líder fuerte y decidido, en septiembre de 1520 los aztecas eligieron como sucesor a Cuauhtémoc. El nuevo tlatoani se preparó para defender su capital de la contraofensiva de Cortés, que comandaba un ejército formado por 900 españoles y 150.000 aliados. Ordenó hacer más profundas las acequias, izar los puentes que unían la ciudad a tierra firme y hacer acopio de armas y víveres para llenar los silos de Tenochtitlán. Se reunió con tarascos y tlaxcaltecas, sus eternos enemigos, para apelar a la unidad indígena frente al extranjero y ofreció a sus tributarios importantes ventajas fiscales a cambio de su lealtad. Cuando Cortés se aproximó a la ciudad, Cuauhtémoc rechazó todas las ofertas de rendición e incluso hizo ejecutar a dos hijos de Moctezuma partidarios de la negociación.
Una defensa encarnizada
A pesar de todos los preparativos llevados a cabo por Cuauhtémoc, nada impidió que los españoles pusieran sitio a Tenochtitlán y la bloquearan gracias a los bergantines que construyeron para navegar por la laguna que rodeaba la ciudad. Esto obligó a Cuauhtémoc y los suyos a retirarse a Tlatelolco, donde «de hambre y sed morirían, porque no tenían que beber sino agua salada de la laguna». En poco tiempo, la situación se volvió desesperada y así lo comunicó Cuauhtémoc a sus generales, pero éstos resolvieron seguir con la guerra. El tlatoani les advirtió que «en adelante ninguno osase demandarle paces o lo mataría». A finales de julio de 1521, la suerte de Tenochtitlán estaba echada. Los templos ardían, los cadáveres llenaban las calles y los indígenas que combatían junto a Cortés hacían estragos entre los odiados mexicas. Pese a ello, Cuauhtémoc seguía decidido a no rendirse, hasta que el 13 de agosto, cuando los españoles y sus aliados dieron el asalto final a Tlatelolco, trató de escapar en una canoa junto con su familia y algunos altos dignatarios para proseguir la lucha en otro lugar. Sin embargo, los españoles divisaron a lo lejos la canoa en la que huía el emperador y le cortaron el paso con un bergantín, ante lo cual Cuauhtémoc, «viendo que era mucha la fuerza de los enemigos, que le amenazaban con sus ballestas y escopetas, se rindió». Cuauhtémoc fue llevado a presencia de Cortés, que había asistido a la batalla final desde una azotea donde había colocado una tienda carmesí. Allí el tlatoani exclamó ante el conquistador: «¡Ah capitán! Ya yo he hecho todo mi poder para defender mi reino y librarlo de vuestras manos, y pues no ha sido mi fortuna favorable, quitadme la vida, que será muy justo, y con esto acabaréis el reino mexicano». Cortés quiso tranquilizarlo y le ofreció reconocerlo como emperador a cambio de que en lo sucesivo le entregara el tributo señalado; los aztecas reconstruirían la ciudad y seguirían con su vida. Pero los hechos desmentirían enseguida aquellas palabras. Aunque Cuauhtémoc siguió siendo en teoría gobernador de Tenochtitlán, sus poderes fueron transferidos a un primo suyo más dócil, Tlacotzin. Cortés consideraba al último tlatoani un «hombre bullicioso» y temía que organizara un alzamiento, por lo que ordenó mantenerlo prisionero en Coyoacán, cerca de Tenochtitlán, donde él mismo residía.
¿Dónde está el oro?
Los conquistadores tenían la vista puesta en el oro, y particularmente en el tesoro que habían dejado en Tenochtitlán tras su huida durante la Noche Triste. Ya al día siguiente de la caída de la capital, Cortés se reunió de nuevo con Cuauhtémoc para preguntarle dónde lo había ocultado. Algún tiempo después, el conquistador volvió a interrogar al emperador derrocado, y esta vez decidió someterlo a tortura para arrancarle una confesión. Lo ataron a un poste y metieron sus pies, tal vez también sus manos, en aceite hirviendo. Al ver que su primo, el señor del Estado aliado de Tacuba, le suplicaba con la mirada que confesara, Cuauhtémoc «lo miró con ira y le preguntó si estaba él en algún deleite o baño». Finalmente explicó que, poco antes de la caída de la ciudad, los dioses le habían revelado que el fin de Tenochtitlán era inevitable, tras lo que ordenó arrojar todo el oro a un pozo en la laguna. Los buceadores españoles, sin embargo, no encontraron allí nada de valor.
En octubre de 1524, Cortés salió de Tenochtitlán en dirección a Honduras para reprimir la rebelión de otro conquistador, Cristóbal de Olid. Se llevó consigo al tlatoani y sus principales a fin de evitar una insurrección en México. Durante el viaje, un noble de Tlatelolco contó a Cortés que Cuauhtémoc se quejaba de que «estaban desposeídos de sus tierras y señoríos y mandaban los españoles y que le parecía buen remedio matar a Cortés y a los que con él iban». El 28 de febrero de 1525, Cortés ordenó que interrogaran por separado a Cuauhtémoc y al señor de Tacuba y «sin haber más probanzas los mandó ahorcar. Y fue esta muerte que les dieron muy injustamente dada, y pareció mal a todos», sentenció el cronista Díaz del Castillo.